Gracias al espectáculo, salió de la pobreza: la historia “El artista” cordobés

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Ángel Carabajal encontró en el baile la salida para una infancia en la que sufrió el abandono de sus padres y la pobreza absoluta.

La historia de vida de Ángel Amadeo Carabajal es tan increíble como conmovedora. Esta temporada, en plena crisis económica y pandemia, se animó a montar tres espectáculos en Carlos Paz, y fue el productor que más tickets cortó en la temporada. Además se quedó con el Carlos de Oro, un reconocimiento a su puesta en escena y a su actuación.

Pero para llegar a este presente exitoso tuvo que atravesar un sinfín de obstáculos que le puso la vida. De bebé fue abandonado por sus padres Felisa y Pablo en el Hogar de Niños Pablo Pizzurno y criado por su abuela María Antonia Palacios, que tenía más de sesenta años, nueve hijos (uno de ellos discapacitado) y vivía en la más absoluta pobreza en una casa de barro en Oncativo, pueblo ubicado a 80 kilómetros de Córdoba capital.

“Con mi primo Diego siempre decíamos que no teníamos mamá y papá, pero sí una abuela que a pesar de su delicado estado de salud, había decidido criarnos”, cuenta el bailarín en diálogo con Clarín.

Como la abuela de Ángel era viuda, sin jubilación y sin ninguna posibilidad de conseguir trabajo por su delicada salud, no le quedó otra opción que salir a mendigar junto a sus dos nietos. “Al principio se me caía la cara de vergüenza, pero cuando empezamos a ganar la plata que necesitábamos para comer, para vestirnos, y para comprar los remedios de mi abuela; entendí que lo que estaba haciendo era muy importante para sobrevivir”, rememora Carabajal.

Lejos de ponerse en el rol de víctima, el artista hasta se da el lujo de bromear cuando se le consulta si conseguía más dinero que su primo, en esa competencia inventada por su abuela. “¡Casi siempre ganaba yo! Claro que corría con ventaja: era el más chiquito y el más lindo de los dos”, dice entre risas.

Las primeras muestras de afecto las recibió por parte de su abuela, quien fue una especie de heroína para él. “A su manera fue quien me dio los primeros besos, abrazos y caricias. Hice el colegio primario salteado, como pude. Iba poco a clases pero tenía dos cosas muy buenas, era un chico muy inteligente y aprendía muy rápido. Además me encantaba actuar: ¡participaba en todos los actos y en ese tiempo ya era un gran bailarín!”, destaca.

Entonces Carabajal reconoce que ese amor por la actuación y por el baile terminaron siendo una especie de salvación para ese niño que no tenía rumbo.  “Sentía pasión por la danza. Eran tantas mis ganas de participar que conmovía a mis maestros y siempre me ayudaban con las notas”, cuenta. 

Luego de seis años, cuando se sintió listo, preparado, y ya había sido multipremiado en casi todos los festivales en los que participó, se fue a recorrer el norte y el sur argentino para especializarse en los bailes de las distintas danzas. 

Entonces llegaron los viajes y la vida en Buenos Aires. Las clases de tango en la academia de Mora Godoy, las giras por el exterior, su debut como coreógrafo junto a Melisa en el festival de Jesús María, y la oportunidad de ser productor y jurado en Tu mejor Sábado y Tu mejor domingo; El Campeonato Nacional del Malambo; programas para Ideas del Sur.

“La danza me cambió la vida. Dejé de ser el chico pobre, el que pedía limosna en la calle, y me convertí en El Gaucho, uno de los mejores bailarines del país. La gente comenzó a señalarme como ‘El artista’, me dio un lugar en una sociedad que muchas veces, por mi condición, me había excluido”, afirma con el orgullo de haber logrado su meta.

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