Es médico, tiene cáncer y subió a la cumbre del volcán Lanín para difundir un mensaje

Historias para contar Slider

El traumatólogo Miguel Paz encaró la aventura con un grupo de amigos; en el Día Mundial contra el Cáncer comparte su experiencia con esa enfermedad para generar conciencia

Miguel Paz tenía 42 años el día que se encontró algunas lesiones en la piel que llamaron su atención. Eran una especie de lastimaduras rojas, que se agrandaban y se volvían ampollas en cuestión de horas, y que así de rápido como venían, se iban. Pero la incomodidad era grande. “Quería cortarme los brazos y las piernas y meterlos en el congelador”, recuerda riendo, al mismo tiempo que muestra su carácter chispeante.

Casi un año después, llegó el diagnóstico: mieloma múltiple, un cáncer de médula ósea que lo llevaría a atravesar un trasplante y varios tratamientos. En ese momento, sus tres hijas tenía 6, 9 y 12 años y el panorama era incierto. Miguel, que es médico y jefe del Servicio de Traumatología Infantil del Hospital Austral, estaba abocado a su trabajo, pero a partir de allí le tocaba a él también ser paciente y empezar un camino que continúa hasta hoy.

Miguel cuenta cómo hace un mes atrás, en diciembre, junto a seis amigos y dos semanas después de haber recibido quimioterapia, iniciaron una aventura que al momento del diagnóstico a algunos les hubiese parecido imposible: hacer cumbre en el volcán Lanín, en la provincia de Neuquén y con una altitud de 3776 metros sobre el nivel del mar. Allí, desplegaron una bandera con un mensaje: “Sobrevivir para luego vivir”.

¿Qué significado tiene ese cartel para Miguel? “Cuando uno está metido en la vorágine de lo cotidiano, ciertas cosas se le pasan de largo. Pero cuando me tocó atravesar una situación como es un cáncer y un trasplante de médula, y para colmo se me dio la posibilidad de seguir adelante, de sobrevivir, pensé que ya no quería que se me sigan pasando cosas de largo. Cuando hablo de vivir me refiero a darle importancia a esas pequeñas cosas que a veces pasan desapercibidas. A vivir de otra manera, a pleno”, reflexiona.

Para el médico, hay algo que no se negocia: la actitud. Dice que hoy, a los 48 años, le encantaría hacer diez veces más deporte, estar despierto más horas y tener más energía para estar con su familia, aunque la aprovecha mucho más que antes. “Las personas a las que el cáncer se nos vuelve crónico, a pesar de que parece que ‘estamos marcados’, podemos seguir haciendo muchísimas cosas. Podemos continuar teniendo proyectos que nunca nos habríamos imaginado. Yo tengo un hoy, y quiero que llegue un mañana, pero si no llega, hoy voy a estar a pleno”, dice con convicción, mostrando el motor que lo tiene a toda máquina, a pesar de los insistentes pedidos de su mujer y de sus hijas de que baje un cambio.

Llegar al diagnóstico

Cuando Miguel empezó a notar las lesiones en su piel, una sucesión de hechos no le permitió ocuparse de su enfermedad como hubiese querido. Su tío Javier, que era como un segundo padre, tuvo un cáncer que lo fulminó en tres meses. A eso se sumó que a uno de sus hermanos también le diagnosticaron la enfermedad, y que otro de ellos tuvo que estar largo tiempo en recuperación por un problema genético. Siendo el único médico de la familia, se encargó de acompañarlos, al mismo tiempo que se ocupaba puntillosamente de sus pacientes en el hospital.

Finalmente, cuando la situación familiar empezó a acomodarse, su enfermedad se desplegó como una avalancha: “Me relajé y ahí sí se vino todo. Me iba a hacer ver y me punzaban, pero no aparecía nada. Tenía cansancio extremo y fiebre todas las noches. Las lesiones encima eran muy raras, no cumplían con el patrón normal de este cáncer. Cuando me iban a empezar a tratar por una enfermedad autoinmune, saltó algo en un análisis y llegó el diagnóstico”, explica.

Al contrario de lo que suele sucederles a muchas personas, la noticia no le cayó como un balde de agua fría. Sintió algo más parecido a un shock eléctrico que lo motivó. “No me pregunté: ‘por qué’. Me parece que lamentarse por cosas que no tienen respuesta es gastar energía en algo que no vale la pena. Era un desafío terrible. Yo siempre me pongo proyectos y metas, es lo que me lleva para adelante, y el tema es que esta vez la meta me la habían puesto a mí”, relata.

Se puso entonces en manos de sus médicos e hizo todo lo que le indicaron. Tuvo varias sesiones de quimioterapia y atravesó un autotrasplante de médula ósea. Pero no tuvo buenos resultados, y a los cinco meses pasó por una recaída. A partir de ahí, transitó todo tipo de etapas, algunas muy buenas y otras no tanto, siempre en tratamiento, tratando de mantener el cáncer a raya. Si había algo que no estaba ni está dispuesto a desaprovechar es el tiempo que tiene por delante.

Hacer cumbre

El médico cuenta que la idea de escalar el Lanín le hizo ebullición por dentro después de la muerte de Giuliana, una de sus pacientes, una adolescente que había convivido con el cáncer desde que era una niña y quien fue una gran inspiración y compañía durante toda su enfermedad. “Fue algo extremo, pero me pareció lindísimo –dice sobre la escalada– porque llevamos una foto de Giuliana, que había fallecido justo tres semanas antes. El mensaje estaba en que, aunque otros quizás no estén, pueden ayudarnos para que cumplamos el objetivo”.

En total, el ascenso implicó 15 horas de caminata durante dos días. Para Miguel fue una travesía espectacular, difícil de poner en palabras: “Es tener proyectos a pesar de todo”, resume. Y agrega: “Dos semanas antes me había hecho quimioterapia, en ese momento estaba ascendiendo Lanín y cuando volví a Buenos Aires estaba en quimio otra vez”.

Con respecto a su trabajo, tiene contacto continuo con pequeños pacientes que muchas veces llegan a su consultorio y luego son diagnosticados con cáncer óseo. “Lo que es increíble es ver cómo los chicos lo toman. Generalmente, son más sabios que nosotros porque son mucho más simples en sus razonamientos. Aprendí mucho de ellos”, asegura.

¿Qué le diría a otras personas que están atravesando un cáncer? “Que la familia es fundamental. Que sepan que a pesar de que queremos que nos entiendan y que nos quejamos porque no lo logran muchas veces, tenemos que entender que hay un cuarto en nuestra casa al que nunca van a poder entrar, y es el de la vivencia”, subraya. En ese sentido, considera que es fundamental “no hacerse mala sangre o no perder energía en cosas negativas, porque ya tenemos demasiado, lo único que siempre hay que intentar es meterle para adelante”. Sí, admite que es más fácil decirlo que hacerlo, pero considera que la elección está en uno respecto a cómo transitar ese camino, “sea largo, corto, más o menos sufrido. Aunque te den tres días, podés proyectar y los proyectos, a pesar de las circunstancias, son los que a uno lo mantiene vivo”.

Miguel cree firmemente que, aunque hay cosas que no se pueden controlar, hay que poner toda la energía en las que sí, porque no sabemos realmente cuánto tiempo nos queda en este mundo. Es lo que quiere transmitirles a sus hijas. Hoy, por primera vez desde que transita la enfermedad y luego de varias sesiones de quimioterapia, logró negativizar el marcador y está feliz.

“Cuando uno tiene cáncer, obviamente que una de las primeras cosas que se le pueden plantear es que lo que uno tenía pensado respecto hasta dónde o cuánto podía vivir, se puede llegar a cortar. Le aparece muy rápido el plazo de vencimiento y más cuando uno es trasplantado, como mi caso: es una vivencia muy heavy –concluye– Entonces, si a uno se le presenta el cáncer, decaes y seguís peleándola con la quimio, lo que pienso es que se nos está dando otra oportunidad. Sobrevivir para luego vivir significa entender eso”.

Suscribite
Notificarme de
guest
0 Comentario
Ver todos los comentarios