Se trata de una orquesta que desde hace 10 años lleva música también a geriátricos y escuelas. Empezó con ocho músicos. La convocatoria para participar sigue abierta.
Mediodía de un jueves en Corrientes y Uriburu. Embotellamiento, bocinazos y una marea de peatones y vendedores que atascan las veredas. Desde el ascensor llegan los acordes de un fragmento de “La viuda alegre” que tienen un efecto hipnotizante. Dentro del departamento, música y risas conforman un cóctel sanador y envidiable para repeler estos tiempos de alta tensión.
“Sí, todos venimos de la calle, tensionados, a las corridas, con preocupaciones, pero una vez que llegamos aquí , nos sumergimos en una burbuja de arte, música y solidaridad de la que cuesta salir”, describe Jorge Bergero, primer violoncellista de la Orquesta Estable del Teatro Colón y creador de Música Para el Alma (MPA), “un proyecto altruista, sin fines de lucro, de músicos y cantantes profesionales, que llevan su arte a hospitales públicos, geriátricos, escuelas especiales o cárceles”.
Bergero tiene 58 años y hace una década le dio rienda suelta a esta iniciativa que hasta hoy acumula 500 conciertos, 2.449 músicos en todo el país, 10 ciudades del interior que continúan con MPA y han tocado en Chile, Perú, España e Italia. “Hemos recorrido todos los hospitales públicos de la ciudad de Buenos Aires y en casos como el Hospital de Niños, una docena de veces. A través de nuestra página web (musicaparaelalma.org) nos llegan muchas convocatorias desde todo el país”.
Un grupo de 2.000 músicos profesionales argentinos dedica sus días libres a deleitar a pacientes de hospitales con conciertos de música clásica. Son todos voluntarios, intercambian las partituras por correo y se conocen minutos antes de…
Música para el Alma funciona como una asociación civil y cuenta con 100 donantes que aportan, por mes, unos 40 mil pesos por mes. “Es lo que hay y bienvenido sea. Las donaciones permiten pagar los gastos de funcionamiento de la institución, pero imagínate que tuvimos que imprimir cien remeras con nuestro logo para enviar al interior y gastamos 120 mil pesos. Nosotros no cobramos un centavo, lo hacemos ad honorem, voluntariamente“, subraya Bergero.
Enfatiza el grupo que es muy importante que una institución pudiera colaborar, “pero nos vamos haciendo camino al andar con los donantes que tenemos, todos individuos, ninguna empresa ni institución”. Para recaudar fondos, está previsto un concierto para el 19 de septiembre, en el Teatro El Globo, con entradas a $2.000 o dos por $3.000.
“Acompañar y conectar”
“La energía que produce la música, esa transformación, esa pulsión tiene un poder que nos sigue sorprendiendo”, se emociona Soledad de la Rosa (46), soprano, cordobesa y anfitriona de este encuentro. “Si a vos, que llegaste recién, te produjo esa bocanada de oxígeno, imaginate lo que puede suceder en la sala de espera de un hospital, en un geriátrico, en el hospital de niños, o en un penal”.
Músicos y cantantes, consagrados, sintonizan, hablan el mismo idioma. Todos apuntan para el mismo lado y entienden que “el propósito es acompañar y conectar con la música a personas que por diferentes circunstancias pasan por situaciones difíciles. Nosotros no cobramos un centavo, buscamos otra cosa y damos lo mejor, más allá de que adonde vayamos a tocar no hay plateas ni sectores vip, sino camas y sillas de ruedas”, puntualiza Perla Blasberg (58), violinista de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Junto a Bergero, De la Rosa y Blasberg, también forman parte de la tertulia Maia Perduca (39), flautista de la Orquesta Municipal de Avellaneda y de la UNA; Fermín Prieto (46), tenor del Coro Estable del Colón y Guillermo Ferreiro Habra (34) y Alejandro Lago (35), violinista y oboísta de la Orquesta Estable del Colón. Cantan y tocan mientras posan para la foto y no paran de tentarse. Con este clima, dicen que el 22 de agosto celebrarán la década de vida en el colegio Santa Cecilia, en Caballito, con un concierto para alumnos no videntes.
“Aunque no parezca, a nosotros también nos puede resultar tedioso nuestro trabajo, con ensayos rutinarios o poco estimulantes, la música también puede estar encerrada en una oficina”, ilustra Perla. “Es nuestra labor, trabajamos en blanco y nos pagan por eso. En cambio, esta actividad pensada para el prójimo nos sacude, nos genera un impulso y una motivación que a veces es difícil explicar con palabras”, comenta Lago.
“Donde mejor hablamos nosotros es en el lugar que nos convocan, allí las palabras quedan de lado y sólo la música, nuestras voces y las reacciones de ese público son la pruebas vivientes de lo que es MPA”, se suma Prieto, que reflexiona: “Música para el Alma tiene la capacidad de igualarnos a todos a un nivel sensorial y de hermandad que no he visto en ningún otro lado”. Asiente Lago, que acota: “Un proyecto que se podría definir como la transformación de un dolor particular en un espacio de alegría colectiva”.
A Bergero lo llaman “presi” o “jefe” porque es el alma mater y es él quien organiza, quien administra el repertorio de 40 canciones y quien le da el visto bueno o baja el pulgar ante una nueva propuesta musical. “Es todo muy democrático -sonríe-, pero tratamos de mantener un estilo de temas, cada uno con una versión sinfónica y otra de cámara, para adaptarnos al lugar en el que toquemos. Evitamos la chabacanería apostando a hits de la música clásica, folclore, tango, chamamé y descartamos algunos géneros como el reggaeton o la llamada música urbana”.
El jefe o presi recuerda el puntapié inicial del por entonces proyecto que ni soñaba con transformarse en este monstruo. “En 2011 mi por entonces pareja, Eugenia Rubio, flautista de la Orquesta Estable del Colón, estaba realizándose un tratamiento oncológico en la Fundación Salud, donde se encontraba internada. Entonces, con varios amigos nos la rebuscamos para tocar algo de música para ella y el resto de los pacientes de la fundación. Tuvimos la venia del lugar, el efecto fue maravilloso mientras duró, Eugenia falleció a fines de ese año pero la iniciativa no se interrumpió”.
Anécdotas y recuerdos imborrables
Más allá de que cada uno está con sus horarios apretados, sus ensayos maratónicos y funciones teatrales, Jorge, Maia, Fermín, Perla, Alejandro, Soledad y Guillermo hicieron un gran esfuerzo y compartieron recuerdos, misceláneas y anécdotas que al cabo de tantos años. “¿Se acuerdan de la mujer del (Neuropsiquiátrico) Moyano que bailaba y bailaba hasta que de golpe se desvaneció mientras yo cantaba ‘O Sole Mio'”?, evoca Prieto.
Sentados a una mesa, con una sabrosa picada, el recuerdo de Prieto abre el juego. “Nosotros hicimos una pausa, dos enfermeras fueron en su ayuda, la levantaron y la señora con una sonrisa de par en par nos dijo: ‘Disculpen, sentí tanta felicidad que me dejé caer’. Y terminó cantando abrazada a mí”, completa el tenor.
“Hay conciertos que hacemos en un pasillo o en un hall, rodeado de personas que están hace horas esperando ser atendidas, pero también tocamos en pabellones cerca de habitaciones que tienen sus puertas abiertas. Es lo más duro pero, a la vez, lo más gratificante porque hemos visto chiquilines en sillas de ruedas que se asoman con el suero goteando y quieren ver de qué se trata y les vemos esas caritas que van dibujando una sonrisa”, desliza Maia.
“En algunos lugares procuramos no ser invasivos y si tenemos el permiso entramos en las habitaciones, especialmente los cantantes, violinistas y flautistas, que somos los que nos podemos mover con mayor comodidad, y actuamos para una persona que está en cama y que no se puede mover”, señala Guillermo, violinista.
“Nos hemos metido en salas con pacientes haciendo quimioterapia y realmente debo reconocer que me ha costado enfrentar esa situación. Recuerdo cuando unos enfermeros nos invitaron a pasar a una habitación con personas en cuidados paliativos y me encontré con una mujer estaba mirando una pared, dándonos literalmente la espalda”, hace memoria Soledad.
“Parece -continúa- que desde hacía semanas estaba ida, ausente, en su mundo. Yo temblaba, no sabía cómo desenvolverme hasta que me mandé y empecé a cantar el ‘Ave María’. la señora se dio vuelta, me puso su cara a centímetros de la mía, se conectó y lagrimeó. Yo seguí cantando como pude, lloriqueando, pero fue inolvidable”.
“¿Y esa otra mujer que estaba en coma y que su hijo nos pidió que por favor le cantáramos algo?”, tira Perla, la violinista. “El hijo cuando se enteró de que estábamos en alguno de los pisos del Hospital Argerich nos buscó y nos llevó adonde estaba internada su mamá, que era una enamorada de ‘Naranjo en flor’. Se lo cantamos y percibimos que ella lo estaba disfrutando… Se dice que el oído es lo último que se pierde, ¿no? El hijo nos dijo que su rictus se modificó… Y murió al otro día”.
También les han cerrado las puertas porque la situación lo imponía. “Si bien a la música se le perdona todo, por más invasiva que sea, hay veces que un cuadro clínico puede ser insoportable y una melodía puede resultar inoportuna. Ha pasado que médicos nos han permitido interpretar ante un enfermo terminal pero la propia familia del paciente nos invitó a retirarnos”, intercede Alejandro.
Aparece en escena un ofuscado jefe de unidad coronaria del Clínicas, “que se nos vino al humo, enojado, quejándose por el supuesto ruido que hacíamos -recuerda y se ríe Maia-. Decía que molestábamos a sus pacientes y que por favor nos vayamos de ese lugar”. Se acopla Guillermo: “Hasta que empezó a escuchar nuestra música. se calmó y no sólo se quedó todo el concierto, sino cuando terminamos nos pidió ir a tocar dentro de la unidad coronaria. Genial”.
La presentación que realizaron en un gimnasio de la cárcel de mujeres, en Ezeiza, no pasa inadvertida. “Había un montón de mujeres rapadas, tatuadas, que hablaban, caminaban, nos ignoraron completamente, estábamos un poco desconcertados”, remarca Perla. “Pero se empezaron a acercar -acota Bergero- cuando escucharon ‘Himno a la alegría’ y lo terminaron cantando con nosotros. Al principio estaban distantes porque pensaron que era una actividad impuesta por el penal”.
Un “monstruo” con 2.500 músicos
Hace saber el jefe Bergero que desde que MPA elige una institución donde tocar, hasta que se consigue el permiso y se coordina con los músicos transcurre alrededor de un mes. “Se tiene en cuenta el lugar adonde vamos, las dimensiones para adaptar un concierto sinfónico coral, que reúne unas 100 personas, o uno de cámara, que es más acotado. Al cabo de estos años aprendimos protocolos y normas de bioseguridad, ya que no es lo mismo tocar en la Maternidad Sardá, en el Hospital de Niños, en el Clínicas o en un geriátrico”.
Los siete músicos aquí presentes, con amplia experiencia y rigurosidad, señalan que una vez elegido el repertorio suma 40 canciones que se renuevan, no necesitan ensayar, “Sin pecar de soberbia, sabemos de memoria cómo ejecutar las canciones”. Bergero cuenta que la cantidad de músicos que hoy nuclea MPA es de casi 2.500 en todo el país y la convocatoria está abierta. “Nos hemos transformado en un monstruo”, exclaman.
“Puede haber alguien que se infiltre, que no reúna las condiciones exigidas, y como ha sucedido en muy esporádicas ocasiones, no se lo llama más”. Arremete Perla: “También está aquel o aquella que pide estar y tener un solo sin otros músicos. Tampoco sirve, no sintoniza con el norte con el que estamos enfocados y además hay mucha gente esperando pertenecer”.
Si bien remarcan que “no buscamos la excelencia a toda costa, sí dejamos todo para que salga lo mejor posible, pero para nosotros, en estos conciertos buscamos la conexión con el paciente, con los familiares, y a veces lograrla es más difícil que llegar a la excelencia”, reflexiona Bergero.
Para Prieto, “la música de MPA es un medio para conectar, no un fin en sí mismo”. Se suma Soledad: “Acá estamos porque lo sentimos, lo deseamos y nadie está mirando el reloj”. Alejandro y Guillermo asienten: “Ese es el espíritu, somos voluntarios y estamos felices de estar acá”. Complementa Perla: “De ninguna manera esto puede resultar una carga, si sucediera hay que dar un paso al costado”.
En épocas complejas como la que vivimos, donde el sistema de salud está colapsado, “el contacto personal a través de la música es fundamental, sobre todo después del encierro que generó la pandemia. Creo que con estos shows estamos devolviendo un poco de humanidad, de alegría y de esperanza. La música es muy sanadora y la salud no es sólo el cuerpo… Al cuerpo lo sostienen el alma, el espíritu. Ojalá cada hospital pudiera tener una pequeña orquesta, no sabés lo que ayudaría”.