Eran compañeros de la primaria y huyeron de la rutina: viven en un colectivo en medio del campo

Historias para contar Slider costado

La historia de amor entre Luciano Regal y Patricia Rolón llegó acompañada de un deseo cada vez más fuerte, el de vivir de una manera distinta, con un estilo nómade. Armaron un emprendimiento, compraron un “bondi” y lo reciclaron con sus propias manos para poder vivir sobre ruedas

El largo encierro decretado durante la pandemia dio tiempo para pensar y reinventarse a muchas personas. Algunas por obligación, otras porque lo deseaban. A Luciano Regal y Patricia Rolón les dio el último empujón para animarse a una vida en contacto con la naturaleza y de tipo nómade. Más que nada, querían terminar con la rutina. Las condiciones estaban dadas. Ella había comenzado durante el aislamiento un tienda virtual que consiste en una “regalería ecológica”, porque no podía continuar de manera presencial con sus tareas de radióloga y bioquímica. Y él trabaja en sistemas, de modo remoto. “Ya me llevaba el trabajo de vacaciones. ¿Por qué no hacerlo con mayor frecuencia?”, se planteó.

La pareja alquilaba una casa de Belgrano R, cercana a la estación de tren. Están juntos desde hace tres años. Fueron compañeros de la escuela primaria y el reencuentro terminó en una historia romántica con condimentos aventureros. Ambos viven en un colectivo escolar reacondicionado por ellos mismos, en medio del campo, en Las Flores, cuenta Luciano que compartió las fotos del “bondi” en su cuenta de Twitter (@LuchoR78) con fotos y detalles del trabajo que hicieron cuando no sabían agarrar una herramienta.

Creían que desmontarían el colectivo en dos días y tardaron tres semanas

El plan fueron diseñándolo con tiempo, con todos los contratiempos y imprevisibilidad pandémica. Empezaron vendiendo sorbetes ecológicos con una buena presentación con materiales hechos a mano por Patricia, que consiguió que le prestaran una máquina de coser. Primero hacían los envíos por correo y después tuvieron que hacerlo por el barrio a pie. A la propuesta se sumaron: cepillos de bambú, jabones artesanales y lápices plantables, que vienen con semillas de remolacha, lechuga, acelga. Cuando se terminan, se pueden plantar así como están.

En junio de 2021 se decidieron a dar el primer gran paso y se fueron a vivir a una chacra de Garín y durmieron en unos vagones de 1890, acondicionados como vivienda. Y al mes siguiente, llegó el “bondi” a sus vidas. Y un nuevo capítulo se escribiría.

Para esa vida nómade lo ideal era tener una camioneta y o casa rodante. Pero no entrarían, porque la pareja no está sola. Nahuel de 19, hijo del primer matrimonio de Luciano, debía tener su habitación. Y además, tenían dos mascotas: Mora, una american staffordshire “en tenencia compartida” y Mía, una gata persa. En Garín, se sumó un perrito: Chester. Definitivamente, no entrarían en la casa rodante y pensar en una motorhome con esas comodidades cuesta casi un departamento, según Luciano.

Y se volcaron a un micro escolar que son los que mejor mantenimiento tienen. “Mucha gente se se está volcando a los colectivos porque quedan fuera de servicio a los 10 años, vale aproximadamente lo mismo que un auto usado. Teníamos un vehículo 2008, y lo cambiamos por un colectivo 2005″, explica. Con el que compraron tuvieron un “amor a primera vista”. El vehículo estaba en Martínez. El dueño lo había comprado para trabajar y lo había agarrado la pandemia.

Apostaron por un colectivo escolar porque son lo que tienen un mejor mantenimiento

Como siempre, uno se imagina todo de otra manera. El colectivo se lo llevaron a Luciano hasta la puerta de su vivienda, porque le pareció mucho conducirlo así de repente. No estaba preparado más allá de tener le registro. La pareja creyó que iba a desmontar los 40 asientos a toda velocidad, en dos días. Mal cálculo. Les demandó tres semanas. Como ese ejemplo, se encontraron en varias situaciones. “No teníamos la menor idea sobre cómo cortar una madera. Tenía un maletín con tres herramientas: un destornillador, un martillo, una pinza y encima de mala calidad”, explica. Con las herramientas, que aprendieron a usar con tutoriales, la pareja se compensa. Luciano le tiene terror a la amoladora y Patricia no. Mientras que el se anima a la sierra circular.

“Logramos dejar el colectivo libre y sacar óxido. Teníamos que empezar a hacer algo. Y era todo una incógnita. Miramos millones de perfiles en Instagram y de personas en otros países, Estados Unidos, Costa Rica con sus trabajos. Levantamos el piso, y quedó la madera por el momento, que pintamos para protegerla. Y el techo lo sacamos por completo y lo armamos en machimbre. En total, tenemos 22 metros utilizables, un monoambiente. Todo está pensando desde lo práctico. Atrás de todo está nuestra habitación, tenemos un sillón. Todavía faltan cosas como la mesada y bajomesada de la cocina”, explica.

Lo divertido del proceso de reciclado fue que ninguno de los dos tenía experiencia en el manejo de herramientas

 “Son épocas difíciles para todos. Desde que empezamos, las cosas que queríamos comprar para el bondi no dejan de aumentar. Invertir no es fácil. Es vivir o poner plata”, asegura. También dice que el emprendimiento, si bien tiene altibajos, notó en los últimos tiempos que está costando vender productos

Todavía no tienen previstos viajes de disfrute. Ahora están en Las Flores estacionados en Galpón creativo, un hostel con espacio cultural donde por el momento están usando la cocina y el baño, hasta que terminen los trabajos. Viajan bastante a Capital para llevar y traer a Nahuel, de la casa de su madre. Al chico de 19 años le entusiasmó el hecho de viajar en el colectivo, pero está estudiando gastronomía y eso es prioridad.

Todavía faltan muchas cosas por terminar. Los precios no dejan de subir

La vida en el campo es apacible. Tuvieron que colocar una estufa. A la gata persa le gusta dormir debajo del “bondi” y no se mueve del radio. Y según su dueño, “no le pinta cazar porque no tiene ni idea”. La perra Mora, que es de departamento tiene tendencia a escaparse y vive más adentro y Chester, que los adoptó a ellos, es paseandero. Las compras las hacen en bicicleta en el pueblo que está a 3 kilómetros. No es lo mismo que ir al supermercado chino de la esquina. Ir con el escolar es toda una movida para ir a comprar dos leches. Eso sí, fuera del horario de la siesta, cuando el pueblo duerme.

 “Uno idealiza el proyecto y que todo es felicidad como muestran en las redes, pero tiene sus complejidades”, asegura. Una vez se quedaron al costado de la ruta seis horas por falta de combustible. La aguja había marcado mal y el acarreo no cuesta lo mismo que un coche. Los salvó un mecánico.

Por el momento no tienen un plan fijo. Solo terminar de construir lo que les falta e incorporar paneles solares tener una energía limpia en sus interiores. Las reuniones laborales de Luciano que pasaron a ser remotas durante la pandemia, continuarán así. Eso no cambiará. “Esa adaptación me ayudó”, manifiesta.

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