El 27 de enero de 1945 llegaron los soldados soviéticos al campo nazi de Auschwitz-Birkenau. Un millón cien mil personas fueron asesinadas allí en las cámaras de gas, el 90% de ellos por su condición de judíos. La mayor parte de los que sobrevivieron a las condiciones extremas del campo habían sido evacuados una semana antes en las terribles marchas de la muerte. Allí caminaron en el crudo invierno europeo, con sus harapos y sin alimentación. Los que no podían continuar, recibían un tiro de gracia.
Unos pocos miles de prisioneros habían quedado abandonados en el campo, sin posibilidades de marchar. Entre ellos Primo Levi, quien luego describiría en su libro La Tregua, su lenta recuperación y vuelta a la vida en aquel terrible escenario.
En su libro más famoso “Si esto es un Hombre” escribió: “Nos habíamos enterado con alivio de nuestro destino. Auschwitz: un nombre carente entonces de cualquier significado para nosotros pero que tenía que corresponder a un lugar de este mundo”. Lamentablemente la historia corroboró su idea, Auschwitz era un lugar de este mundo, un lugar que no debemos olvidar.
Nada se dijo en las noticias, ni en la URSS, ni en Inglaterra, ni en los Estados Unidos acerca de lo que encontró allí. Nada se supo en esos tiempos del infierno que los nazis habían logrado construir. Nadie supo de aquel encuentro. Nada demasiado especial pasó aquel día, más allá del shock de quienes ingresaban al campo y de la alegría de quienes estaban en condiciones de comprender que se encontraban a salvo. Pero para el mundo, cambió todo.
Debieron transcurrir 60 años para que aquel encuentro entre soldados de vanguardia y prisioneros exhaustos y débiles se convirtiera en un gran evento para toda la humanidad. Las Naciones Unidas establecieron en 2005 esa fecha para recordar y homenajear a las víctimas de la Shoá y de la barbarie nazi. Ese campo es el símbolo de los peligros del hombre moderno. Es la evidencia de que la civilización occidental había fracasado y la advertencia que en cualquier momento puede volver a fracasar.
Además de Auschwitz, hubo otros cinco campos de exterminio construidos por el Tercer Reich para llevar adelante la Solución Final, el plan de asesinar a todos los judíos europeos. Seis millones de judíos fueron masacrados, entre ellos un millón y medio de niños.
¿Por qué recordar tanta maldad y tanta tragedia?
Debemos aprender. Tenemos la obligación que el pasado sea una clase abierta que nos invite revisar cómo nos comportarnos con los demás. También que nos mantiene alertas frente a quienes atacan y demonizan a cualquier grupo humano, por el motivo que fuera.
Debemos educar para poder ubicarnos lo más lejos posible de las conductas que condujeron a la construcción de Auschwitz y de las que fueron indiferentes a su existencia.
El planeta se ha vuelto aún más pequeño en este último año. La consciencia de la fragilidad de la especie humana y de la dependencia mutua hace que estas fechas cobren un mayor significado. De nada sirve que en un continente se conozca lo que fue la Shoá y en otros rincones florezca el nazismo nuevamente. El desafío es mundial.
Nuestro compromiso desde el Museo del Holocausto de Buenos Aires es aportar desde nuestro país a fortalecer la memoria colectiva global.
En 2019 inauguramos un nuevo museo de nivel internacional con tecnología e interactividad y en agosto del 2020 lanzamos la posibilidad de recorrerlo de forma remota desde cualquier lugar del mundo.
En este día de recordación es importante reconocer que se ha logrado mucho y que, a su vez, queda mucho por hacer. Para ello es fundamental contar con un compromiso creciente de los Estados, las sociedades civiles y el mundo privado para que las nuevas generaciones sepan lo que sucedió en Auschwitz. Ese es nuestro mayor homenaje a las víctimas y a los sobrevivientes.
Por Marcelo Mindlin, presidente del Museo del Holocausto de Buenos Aires.