La vida de María Rosa Iglesias, la escritora hipoacúsica

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 “La sordera es la dificultad sensorial más ignorada e incomprendida por la sociedad”, afirma María Rosa Iglesias, escritora de “Aurelia quiere oír”. Cómo vivió su infancia en España, sus primeros años en Argentina bajo el estigma social de ser de Galicia y la pérdida total de un oído en plena adolescencia. El ejemplo de superación personal y la bandera por los derechos de las personas con poca capacidad auditiva

Los recuerdos de infancia en su casa de Galicia, los animales con los que vivía, los cuidados de su abuelo mientras su padre se instalaba en Buenos Aires, el dejar su tierra junto a su madre… Lo que no escuchó en la infancia y lo que no vivió en su adolescencia acompañan a María Rosa Iglesias, la mujer que de manera gradual fue perdiendo la audición hasta perderla totalmente de un oído a los 14 años.

En el libro Aurelia quiere oír, la protagonista -al igual que la autora- deja España y se radica en Argentina a los 5 años, durante la última gran oleada migratoria de habitantes de esa ciudad al país. En su historia hay dos “destierros”, dice, que marcaron su vida para siempre: el del mundo de sus afectos primordiales y el destierro del mundo de los sonidos.

Al igual que Hellen Keller, la escritora y activista sordociega estadounidense, María Rosa es un ejemplo de superación personal y levanta la bandera por los derechos de las personas con poca audición y sordera. “A los hipoacúsicos —que sí oyen la voz humana y aprenden a hablar— las cosas se les complican porque soportan un enorme sufrimiento psicológico al no tener grupo de pertenencia propio ni poder integrarse satisfactoriamente en los de oyentes”, resalta.

 “Entre no ver y no oír sin ninguna duda es mucho peor no oír pues no ver te incomunica con los objetos, pero no oír te incomunica con las personas y eso te convierte en un objeto… No puedo hacer todo, pero aún así puedo hacer algo; y justo porque no lo puedo hacer todo, no renunciaré a hacer lo que sí puedo”. Hellen Keller (1880-1968) escritora, oradora y activista política sordociega estadounidense.

Su historia

María Rosa Iglesias nació en Santiago de Compostela, España, y en la década del 50 llegó a Buenos Aires junto con su familia. Creció en Quilmes, provincia de Buenos Aires. Su infancia y adolescencia no fueron fáciles. Todo lo que vivió lo convirtió en letras como narradora y poeta. En su primera novela, Aurelia quiere oír, cuenta cómo creció en un mundo poco inclusivo que además de golpearla como persona por su baja audición lo hizo por ser inmigrante de Galicia. Por ello, a través de un personaje cuenta parte de su historia con el objetivo de generar empatía con quienes tienen su misma dificultad.

A los diez años, cuando leí el Quijote, me propuse ser escritora”, dijo María Rosa Iglesias a Infobae y agregó: “Empecé a estudiar Letras pero, por mis dificultades auditivas, el esfuerzo fue feroz y abandoné con un tercio de las materias aprobadas. Después vinieron los hijos, el divorcio, el trabajo de lunes a lunes para salir adelante. Escribí poemas, algunos relatos cortos y a los treinta y tantos años me atreví a mostrar mis escritos. La primera versión de Aurelia quiere oír quedó ahí y fue envejeciendo hasta que 20 años después decidí reescribirla”.

Esa primera versión constó de 700 páginas y por razones editoriales debió reducirla a 352. En el medio escribió relatos cortos que fueron premiados y la ponencia Con las raíces al aire (2007) más tarde fue publicada en el libro Buenos Aires Gallega. Inmigración, pasado y presente.

A los 17 años, luego de tres operaciones de oído, María Rosa tuvo su primer audífono en el oído izquierdo, el único que podía equiparse. “Eran feos: una caja del tamaño de un paquete de cigarrillos que se colgaba del corpiño porque no existían dispositivos electrónicos y tener un cable que bajaba desde la oreja era antiestético y señal de discapacidad. Y lo peor, un audífono es una muleta: no recupera la audición normal y sigues siendo hipoacúsica”.

A los 63 años se sometió a un implante coclear que mejoró su audición. “No es perfecta, pero es maravillosamente mejor. Y aunque solo se pudo implantar el oído izquierdo, estoy muy contenta con los resultados”, destacó la mujer que nunca aceptó la hipoacusia como algo que le impida desarrollar una vida socialmente normal.

“Habiendo tenido una adolescencia tan solitaria, mi vida adulta no fue mucho mejor. En la universidad, aunque nunca rendí mal una materia, no podía lograr el conocimiento que tanto deseaba. Quería ser independiente, trabajar para administrar mi propio dinero. Aunque por el esfuerzo que significa estar siempre tensa tratando de oír, no soporté trabajar y estudiar, así que abandoné la universidad porque no quería huir del mundo real para encerrarme en el estudio. Anhelaba vincularme con muchachos, tener una familia”, confesó y contó que se casó joven y al poco tiempo se divorció, pero tuvo “dos hijos maravillosos. Y tengo también dos nietas”.

—¿Cuáles son las necesidades y cuáles las dificultades de las personas con hipoacusia?

—Necesitan que la sociedad aplique la tecnología disponible en las aulas, en los salones de conferencias. Que en la escuela se enseñe a hablar correctamente, modulando. Eso beneficia la comunicación y no solo con las personas que oyen poco. Necesitan un trato respetuoso, apoyo emocional para no encerrarse en sí mismas, para no sentirse un estorbo o inferiores.

—¿Hay algo que recomiende para entender el mundo tal cual lo viven?

—A quienes quieran comprender las dificultades del hipoacúsico les propongo un ejercicio: pónganse algodones en los oídos durante 24 horas, un día completo de su vida. Intenten oír el noticiero, hacer un trámite por teléfono, hablar con un amigo en la calle, asistir a una conferencia, trabajar y atender clientes personalmente o por teléfono, seducir a una chica o a un muchacho recién conocido, entender de qué se habla en la reunión de consorcio. Una vez que registras la enormidad del problema, puedes sospechar por qué los hipoacúsicos se aíslan, por qué se sienten frustrados y tan infelices por tener que conformarse con las migajas de la vida. Y puedes empezar a pensar estrategias para ayudarlos.

—¿Qué le queda pendiente?

—Que la novela Aurelia quiera oír sea leída por mucha gente. Para el bien de los hipoacúsicos que necesitan ser comprendidos, para el bien de los oyentes que necesitan vincularse con familiares y amigos hipoacúsicos. Para el bien de nativos e inmigrantes que necesitan convivir respetuosa y pacíficamente. Para el bien de una sociedad que necesita integrar a todas y cada una de las personas que la constituyen.

La autora asegura que Aurelia y María Rosa se parecen psicológicamente y por su historia de emigración e hipoacusia y también por su afán de superarse y elaborar las frustraciones, los fracasos y broncas causadas por la incomprensión. “Las dos son obstinadas, demasiado autoexigentes pero decididas a disfrutar de la vida. Para eso tuvieron que aprender a aceptar sus límites, sus errores y los errores ajenos. Descubrieron que los oyentes y los no migrantes también tienen problemas, también sufren, tampoco lo tienen todo y que ellas tuvieron la suerte de tener mucha fortaleza para resistir las pruebas”.

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