La panadería cordobesa que le cambió la vida a cientos de personas con sus originales galletas

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La fundación La Quadra apuesta al trabajo, al arte y a la inclusión de las personas en situación de calle; tienen una panadería social y comercializan galletitas con leyendas que resumen sus deseos y esperanzas.

Paredes con dibujos coloridos y carteles anunciando qué ofrecen son la bienvenida a La Quadra, una fundación cordobesa que desde hace varios años se dedica a trabajar con personas en situación de vulnerabilidad. Es una esquina solidaria en el barrio Güemes, una usina de sueños para quienes, muchas veces, parecieran tener vedada esa posibilidad. Tanto los consideran y los impulsan que los sellan en unas galletas que producen y venden.

Los “sueños de la calle” son sintetizados en esos pocos centímetros dulces: “ser escuchados”, “tener un futuro”, “no pasar frío”, “que no falte comida”, ”poder estudiar”, “tener una familia”, “amigos”, “casa propia” y “trabajo”. Todos se pueden leer en las galletitas que –junto a panes y pizzas– venden en la calle quienes se acercan a la La Quadra en busca de mejorar en algo su vida.

Cómo nació

Rodrigo Rojas y Aaron Nacer, con muchos años de trabajo social y recorridos nocturnos para colaborar con quienes viven en la calle en su haber, impulsaron este centro cultural y social que es la transformación de una idea original de armar una scola do samba para llevar ritmo a los barrios. “En el inicio era un proyecto de música para trabajar con los chicos, pero la iniciativa empezó a crecer porque nos dábamos cuenta de que quienes venían no habían comido, que estaban en una vulnerabilidad extrema y así no se podía. Había una prioridad antes que nos interpelaba”, cuenta Rojas.

Empezaron a tocar en merenderos y comedores de los barrios, a donde llevaban alimentos. Hace cuatro años decidieron abrir una sede en donde, además de la veta artística, pudieran avanzar con otras. Alquilaron el espacio y, junto con Jardineros Sin Fronteras, armaron una huerta y, a la vez, comenzaron con tareas de reciclado, convirtiéndose en un punto de acopio.

La irrupción de la pandemia y la cuarentena los obligó a recalcular. La disyuntiva fue cerrar o invertir y prepararse para lo que seguía. Optaron por el segundo camino y con los voluntarios y gente que ya estaba con ellos, construyeron una cancha de básquet, avanzaron en la organización del esquema de reciclaje y empezaron a montar la panadería social.

El puntapié inicial fue un recital que el cantante Axel hizo a beneficio de varias organizaciones. La Quadra –salvo la excepción hecha para “apadrinar” duchas solidarias en plena cuarentena– no recibe dinero en efectivo, así que con lo que les correspondía por el show pidieron la compra de una sobadora, a la que después sumaron la construcción del horno.

Unos producen y otros venden. “En un esquema donde nadie les daría trabajo a quienes buscan –repasa Rojas–, les damos el canasto, los panes, la ropa. Venden y después rinden; ellos se quedan con más de la mitad y el resto es para reinversión. Las puertas están abiertas siempre, elegimos confiar. Lo peor que puede pasar es que no regresen”.

Facundo tiene 24 años y es uno de los encargados –junto a dos entendidas, una especialista en productos sin gluten– de hacer panes, pizzas, tortas y galletas. Cuenta que vio a sus papás y a sus abuelos trabajar en lo mismo y que siempre le gustó. Hace tres años que está en la fundación, acompaña en las recorridas nocturnas, en el merendero y en la scola. “Nos van conociendo, nos tienen confianza, es lindo lo que se da”, cuenta sobre la relación que establecen con las personas que asisten en la calle.

Hay mucha gente de más de 50 años en La Quadra. “Son tantos en la calle y llevan mucho tiempo –describe Nacer–. Esto es, principalmente, un espacio de escucha; les preguntamos qué saben hacer y tratamos de encontrarle un lugar. Les encontramos dónde estar”. Explican que con las flexibilizaciones y el fin del invierno se cerraron los espacios comunes para que duerman quienes viven en la calle, con lo que se ven decenas en la ciudad. Ellos buscan darles una oportunidad.

Roberto tiene 51 años, dormía en una esquina pero le robaron las cosas así que se trasladó a la Terminal de Ómnibus. “Quedé sin casa por problemas familiares –señala–. Soy plomero, vine a buscar comida, conversé y voy a empezar a hacer mantenimiento acá”. Lleva casi dos años sin techo. Daniel tiene la misma edad y problemas de adicción: “Estaba en situación de calle, vivía en una pensión y hacía changas con la moto, pero me chocaron y empezaron los problemas. Me preguntaron si quería sumarme a la panadería, pensé que era cocinando pero es vendiendo, va bien. Vendo unos 20 panes por día”, resume.

Sueños al por mayor

Las galletas “Sueños de la calle” son –además de una suerte de proclama de objetivos y una forma de visibilizar las problemáticas– una alternativa de producto de más duración que el pan, por eso, apuntan a expandirse y crecer en las ventas.

Daniel es misionero, tiene 72 años y una vida en Córdoba, donde llegó de muy chico después de la muerte de su mamá, la única familia que tenía. Llevaba años viviendo en la calle hasta que se cruzó con Nacer. A diario se instala con su “mini kiosco” de panificados en una esquina céntrica y vive en un hospedaje. En La Quadra hay peluquería y ropero sociales, apoyo escolar, talleres artísticos. “Ofrecemos oportunidades para cambiar realidades”, enfatiza Nacer y se sincera: “No es fácil”.

El proyecto es cada vez más global, avanzan en construir paneles aislantes con cajas de tetra brick a partir del know how que las transfirió una universidad brasilera, en producir aromáticas en su huerta para después vender, y en un modelo de salud menstrual para mujeres que no tienen casa.

A pocas cuadras de la sede cuentan con un galpón donde depositan el material para reciclar; ya están habilitados por la Municipalidad de Córdoba y en breve incorporarán 20 bicicletas para recolectores y 15 mujeres como recuperadoras. En el lugar Juan, de 30 años, y José, de 31, son los encargados.

Rojas, Nacer y los voluntarios siguen visitando merenderos y ollas en los barrios, son parte de una red que se ayuda mutuamente. Además, colaboran para que otros se organicen, se han hecho responsables para que los indocumentados fueran vacunados contra el Covid, hacen talleres para ayudar a armar curriculums y gestionan trámites digitales. El movimiento en La Quadra va creciendo a medida que pasan las horas del día. Los pizarrones en la puerta avisan que hay wifi gratis, un plato de comida o un café caliente para el que lo necesita. La convicción es que la salida es colectiva.

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