“Hola, soy Anila Rindlisbacher, nadadora de aguas abiertas”. Así, comienza el relato de vida de esta mujer de 50 años, que cuenta en su blog Nado por la vida, su historia personal de lucha. Nació en Monte Caseros, una ciudad del sur de la provincia de Corrientes. Paradójicamente, y habiéndose criado a orillas del río Uruguay, nunca había nadado.
Hace tres años, se mudó a Capital Federal junto a su esposo debido a temas laborales. Su biografía es, sin dudas, un ejemplo de empoderamiento y resiliencia. Es el viaje perfecto para entender que en la vida hay que pelear por los sueños individuales, más allá de las piedras que haya en el camino. Cuando terminó el secundario, Anila se fue a estudiar, primero a la ciudad de Corrientes y, luego, a Rosario (Santa Fe), donde se recibió de licenciada en Marketing. Su vida era entonces como la de cualquier joven que aspira a formarse y crecer profesionalmente. A los 23 años, creó su propia empresa de Marketing promocional, que lideró hasta los 36. “Fueron años muy productivos”, contó. Desde siempre, para ella, la planificación, el trabajo duro, la perseverancia, la estrategia y la confianza personal fueron las claves del éxito. “Para ese entonces, estaba sana”, relata Anila en su blog, donde cuenta que amaba lo que hacía y que encima, lo hacía bien. Tenía una empresa competitiva y económicamente muy redituable. Podía viajar a donde quisiera y hasta ese momento, todo parecía soñado.
“Seguía adelante sólo porque tenía compromisos asumidos con clientes y quería ¡cumplir! con el deber, pero ese querer ¡cumplir!, casi me costó la vida”, confesó en su diario personal abierto al público. Por mucho que las pasara por alto, el cuerpo ya le daba señales claras de que algo no andaba bien. De la noche a la mañana, empezó a sentirse mal y en tan sólo un mes -y sin motivo aparente- quedó postrada en una cama.
“Fui perdiendo la voz y la capacidad de alimentarme con comida sólida. No sabía lo que me pasaba y los médicos tampoco. Me decían que era cuestión de tiempo, que mis síntomas pasarían solos. Tenía broncoespasmos, laringoespasmos (que no me permitían hablar), llagas y aftas que se me formaban en todo mi sistema respiratorio, lo que me impedía tragar. Me trataban como asmática. Vivía con nebulizaciones y hasta tuve que sacar de mi casa todos mis peluches, alfombras y cambiar los pisos. De repente, mi hogar se había transformado en la habitación de un hospital. ¡Y ni siquiera! En un hospital es más llevadero. Te vienen a ver las enfermeras, los médicos y pasan los curiosos. Pero mi casa ya era una cárcel”, lamentó.
Allí, en esa “cárcel” que tampoco la protegía de los factores externos que potenciaban sus síntomas, Anila vivía acostada. Como ella misma describe, iba de la cama al living y del living a la cocina. Su vida, de golpe, había pasado de ser soñada a convertirse en una auténtica pesadilla, sin razón aparente y mucho menos un diagnóstico. Saltando de especialista en especialista, y sin encontrar una respuesta clara sobre lo que le pasaba a su cuerpo, pasaron seis años de inmovilidad y agonía. Fue la inmunóloga Liliana Beroznick (M.N 60.612), quien supo escuchar sus síntomas sin tratarla de “loca”. “Durante seis años, nadie me había escuchado realmente”, precisó la mujer en su blog. Después de una serie de análisis, finalmente llegó el diagnóstico: IDP, Inmunodeficiencia Primaria que, en su caso, se manifestaba como una inflamación crónica y exagerada de su sistema respiratorio, inhabilitándola completamente.
Un nuevo comienzo, pero por otro camino
Luego del tan esperado diagnóstico y comenzado el tratamiento, Anila ya se sentía mejor. Pudo empezar a hablar y a comer alimentos sólidos y, de a poco, notaba que su estado físico y anímico mejoraba. Aunque al principio sólo podía decir algunas frases o hablar un promedio de cinco a diez minutos diarios, su laringe se fue recuperando. “Estuve seis Navidades y seis cumpleaños sin hablar. Seis años completos sin poder festejar, alimentándome sólo con sopa de verdura licuada. ¿Se imaginan lo que fue eso? Muy difícil”, relató en su blog.
A los dolores provocados por la enfermedad, se le sumaron los de la lumbalgia, producto del sedentarismo y su inmovilidad. Tenía un intenso dolor lumbar, por lo que el traumatólogo le recomendó hacer natación. Esa fue la razón de su primer contacto de amor con el agua. Lo que no imaginó, es que esa pileta cambiaría sus expectativas y su calidad de vida para siempre. “La natación mejoró mi sistema respiratorio, y ahí fue cuando me di cuenta que cuanto más nado, mejor me siento y entonces no paro de nadar y desoyendo a mi profesor, que lógicamente me quería cuidar, y haciendo caso omiso a todos los que me decían que no estaba preparada para tanto esfuerzo. Yo escuché a mi corazón, que me decía `¡hazlo, tú puedes´”, contó entusiasmada.
En apenas dos meses de entrenamiento y motivada ante tanto cambio positivo, Anila -con entonces 46 años- se puso nuevos desafíos: nadar en aguas abiertas. En febrero de 2018, hizo su primera travesía en aguas abiertas “Liebig-San José”, con una carrera de 2.2 km. “¿Fue una irresponsabilidad de mi parte? La respuesta es `tal vez´, no lo sé. Yo necesitaba nadar, necesitaba hacerlo. Sentía que con cada brazada que daba, le iba dando cachetadas a la enfermedad. ¡Me iba liberando de ella!”, reveló sobre aquella riesgosa experiencia. Y añadió: “Ese primer día que nadé, había un poco de viento sur, tragué agua y me pegaban las olas en la cara, pero yo las iba sorteando, como abriendo puertas. Nada me iba a frenar, porque a pesar de las dificultades (todas nuevas para mí), era más fácil estar ahí batallando con el viento y el agua que estar postrada en una cama. Cuando llegué a la meta, fui libre. Siempre digo: `si pude con el río, puedo con todo´. Recuperé mi autoestima. Fue un nuevo comienzo, una nueva manera de ver y vivir la vida. Hoy nado por la vida”.
Anila publicó su historia a modo de motivar e inspirar a aquellas personas que enfrentan problemas personales o de salud. Al respecto, lanzó: “Estando sanos, todo es más fácil, no hay límites. Si yo pude nadar una carrera de aguas abiertas después de lo que me sucedió y con tan sólo dos meses de entrenamiento (y después de una agonía por la enfermedad), quiere decir que otros también pueden. No me refiero a nadar una carrera, sino a hacer cualquier cosa que se propongan”.
Para ella se vienen nuevos desafíos, nuevas carreras. Ya cruzó el Lago de Federación y volverá a nadar en el río Uruguay. Cada vez, quiere sumar más distancias, superarse, por lo que se prepara con dedicación y tiempo para cada competencia. La próxima, le contó a Con Bienestar, será en Estancia Grande, en el Puerto Yeruá, en Entre Ríos. Y como si fuese poco, esta vez intentará hacer diez kilómetros. “Nadando logré salvar mi vida y voy por más”, concluyó.
El objetivo de Anila -además de participar de las carreras de nado en aguas abiertas que tanto bien le hacen a su mente, alma y cuerpo-, es “nadar por la vida de otras personas”, con un mensaje claro: dar a conocer lo que es el IDP y sus posibles tratamientos para que todas las personas que padezcan esa enfermedad sepan que pueden cambiar su calidad de vida. A través de las carreras, junta dinero para ayudar a quienes no tengan posibilidades económicas de acceder a los tratamientos para la Inmunodeficiencia Primaria. Lo hace a través de su propia ONG: “Iniciativa Alas”.