Es arquitecto jubilado, tiene 78 años, y la rompe con sus clavados

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Alberto Frascaroli se volvió viral por sus saltos en el río de Santa Rosa de Calamuchita, en Córdoba. Hago las cosas que me gustan más allá de mi edad”, contó.

Alberto Frascaroli tiene 78 años, nació y vive en Córdoba y es un arquitecto jubilado con varias obras importantes en su haber. Sin embargo, la fama le llegó en estos días por transformar su pasatiempo en un viral: el abuelo clavadista, como se lo empezó a llamar, es furor por sus acrobáticos saltos al río en Santa Rosa de Calamuchita.

Salto desde que tengo cuatro años”, comenta el señor de los clavados. “Me tiraba siempre desde un metro de altura. Hacía mortales simples. Pero cuando cumplí 60 años me empezó a dar curiosidad el hecho de ir aumentando la altura”, detalla.

Cuenta Frascaroli que la exploración, además de ser tardía, fue paulatina. “Después seguí con un metro y medio, con dos, dos y medio, y así hasta llegar a siete metros, que es más o menos lo que estoy saltando hoy”.

Dos veces por semana, el abuelo clavadista aparece entre esa pequeña multitud que copa el balneario Miami en las tardes de calor y ya lo reciben con un aplauso. Un rato después busca el acantilado, sortea el exigente camino cuesta arriba y aparece en las alturas mientras los presentes lo alientan y los celulares graban. Luego salta, cae en el río Santa Rosa y el balneario explota en un grito.

 “Hay chicos de 20 o 30 años que saltan mucho mejor que yo. Pero en la playita me piden fotos a mí. Yo sé que lo mío llama la atención porque soy viejo. Y está bien”, dice Frascaroli. Y sigue: “Es más, ahora que me llamaron de un canal o de algún otro medio de Córdoba, se refieren a mí como adulto mayor. Sé que lo hacen por respeto, pero no me molesta que me digan que soy viejo, porque lo soy. Tengo el orgullo de serlo”.

Los videos con sus piruetas en el aire que recorrieron las redes sociales en los primeros días de 2022 son parte de una rutina física. “Hago yoga y gimnasia todos los días, y salgo a correr dos veces por semana tres kilómetros y medio cada vez”, menciona.

Y vuelve a detenerse en los saltos: “La clave es ir subiendo la altura de a poco, porque vas viendo cómo es la caída del cuerpo. Hay veces que podés caer de espaldas o de panza y te podés lastimar”.

El miedo, dice, siempre es un regulador. “Es muy peligroso tomar alcohol o consumir alguna droga y querer saltar, porque esas sustancias inhiben el temor y así se producen muchos accidentes. Hay que estar sobrio y explorar el lugar. Si el agua está transparente, se puede saltar”, explica.

Y se preocupa en aclarar que su secreto para una vida plena y saludable es “seguir haciendo las cosas que me gustan más allá de la edad, porque a veces sucede que uno se pone grande y es como que ya va largando todo”.

A mí me gusta seguir, y saltar es una de las cosas que hago”, sostiene Frascaroli, y recuerda a un profesor que lo animó en su interés por la actividad física. “Se llamaba Caviglia, lo tuve en el liceo militar de General Paz de Córdoba y era muy bueno. Con él hacía paralelas, barras, salto en cajón. Nos perfeccionó mucho. Y todavía hago verticales, eh”, cuenta.

El abuelo clavadista vive a unos 15 kilómetros del lugar donde conquistó la fama con sus saltos. En Villa General Belgrano, donde nació y creció, es conocido por sus obras. “Hice la estación de ómnibus acá, todo el mobladizo de arquitectura. En Buenos Aires fui director de obra de la galería de arte Praxis”, enumera.

La arquitectura ya es cosa del pasado. “De eso también me cuido: el estrés. A esta edad hace mal. Lo que sí hago es dibujar en la computadora, y le voy agarrando la mano cada vez más rápido. También juego al ajedrez”, agrega.

Otra de sus preocupaciones es el coronavirus. “Tengo tres dosis, pero ando siempre con el barbijo. Al balneario voy con el barbijo. Si me piden alguna foto, trato de que sea con distancia”, señala, y afirma que le gustaría seguir saltando “dos o tres años más, por lo menos”.

Frascaroli vive con su pareja, Roxana, y tiene dos hijos de su primer matrimonio: Martín (38) y Hannes (37). Paradójicamente no es abuelo, aunque confiesa que se muere de ganas: “Les voy a romper los teléfonos, los televisores. Les voy a cortar Internet, a ver si me dan una alegría”.

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