Gustavo Mozzi: “La gestión cultural siempre estuvo ligada a mi pasión por lo artístico”

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POR SEBASTIÁN SAAVEDRA

Compositor e intérprete rioplatense, conocemos en esta charla a Gustavo Mozzi, y así viajamos al centro de la composición, la música, y el rol de gestión cultural de un artista increíble.

-Pasaron ya unos meses de la salida de “Venturosa” tu último material. A la distancia ¿qué conclusiones sacás del álbum?
Me dio una enorme alegría el modo en que fue recibido este nuevo álbum. Las ideas centrales nacieron en plena cuarentena, pero quizás por una especie de optimismo empedernido fue surgiendo un álbum luminoso, de música vinculada a momentos fundacionales desde lo personal, como para soñar un futuro promisorio en momentos de incertidumbre. Al mismo tiempo representa una continuidad en relación a mis tres discos anteriores desde un costado rioplatenses, y esa suerte de aguafuertes instrumentales porteñas que ya son parte del ADN de mi música.

La milonga, el tango, la murga, el candombe, son géneros que hablan de nosotros y son de riqueza inagotable. Nos sujetan a un lenguaje y nos ofrecen una libertad infinita para explorar fronteras y cruces; allí se expande una poética urbana que admite una fuga y un bombo de murga, un moog y un cuarteto de cuerdas. No soy un purista, ni me preocupa ser fiel a las formas o a la rítmicas tradicionales, hay una especie de caleidoscopio que va del valsecito criollo a la impronta de la música progresiva de los ’70 en Buenos Aires, o de la milonga sureña con guitarras criollas, a la potencia de la murga. En definitiva “Venturosa” propone un viaje musical a través de la región desde una perspectiva personal; todos los temas forman parte de una misma travesía, con la lógica conceptual del álbum.

Gustavo Mozzi fue director de la Usina del Arte y del CCK

-¿Desde dónde arrancás para componer?
En general la melodía y el balance rítmico suelen ser el punto de partida. Esas melodías enseguida proponen contrapuntos y muchas ideas posibles de rearmonización, y aunque el tratamiento melódico me apasiona, el aspecto tímbrico también tiene una gravitación importante. Es que el diálogo entre los diferentes instrumentos, la circulación de los temas rotando por los diferentes integrantes del ensamble, establecen una comunicación, una lógica de colores y también de movimiento. La riqueza propia de estos géneros, y sus grandes compositores históricos, son los que inspiran la imaginación melódica y la trama. Pero no hay dos temas que surjan de la misma manera, lo importante es estar siempre trabajando y que las ideas aparezcan de un modo u otro.

-¿La música cura, o ayuda a curar?
Sin duda, los estímulos sonoros nos afectan física y espiritualmente, y desde tiempos inmemoriales la música es utilizada como herramienta curativa. La musicoterapia trabaja en profundidad el efecto sobre la materia física. Para quienes crean la música puede ser un camino vinculado al autoconocimiento y al mismo tiempo al encuentro y comunicación de manera virtuosa. La creación habilita un espacio para animarse a la incertidumbre, al misterio, y a la búsqueda de otras lógicas. Para el artista esa búsqueda, no siempre plácida o conformista, no sé si es curativa, pero al menos te empuja a hacerte preguntas esenciales.

-¿Cómo y cuándo aparece la gestión cultural en su vida?
Cuando estaba terminando el secundario a finales de los ’70, ingresé al grupo MIA (Músicos Independientes Asociados), y aprendí mucho de aquella experiencia que llevaban adelante Donvi (Rubens Vitale) y Esther Soto, padres de Lito y Liliana.

Para mí fue una verdadera revelación el universo creativo que se desplegaba en aquella casa de Villa Adelina. En un momento histórico difícil, ellos lograron construir una alternativa. Eran tan vanguardistas como artesanales y fundaron un modelo a imitar por muchos grupos independientes. Por eso la gestión cultural siempre estuvo ligada a mi pasión por lo artístico, por la vocación de crear nuevas audiencias para propuestas de calidad, por la necesidad de construir de manera colectiva.

En 1988 empecé a trabajar en el Rojas, que alojaba en ese momento una propuesta disruptiva, compartíamos experiencias con Batato Verea, la Gambas al Ajillo (para quienes tuve la dicha de trabajar componiendo música especialmente).

Allí también pudimos acompañar la necesidad de sistematizar un conocimiento de transmisión oral, como la música popular, que no tenía instituciones en ese momento. Hacía poco se había creado la Escuela de Música Popular de Avellaneda, y junto con Jorge Naser, que era el coordinador del área, creamos los Talleres Porteños de Música Popular en los que participaban muchos de los más importantes artístas de la escena. Estos fueron puntos de partida para el desarrollo de una vocación paralela a la creación de mi propia música.

-¿Qué significó la historia de pasar del under al Estado?
Fue algo bastante natural, y venir de aquella experiencia me impulsó a tratar de extender las fronteras de lo que es posible hacer desde el Estado, teniendo en cuenta los marcos formales que por lógica impone. Por suerte tuve la oportunidad de trabajar junto a equipos con enorme experiencia en la gestión púbica de los que aprendí muchísimo.

El conocimiento de lo que representa para un artista llevar adelante un proyecto independiente, el esfuerzo por encontrar su lugar y todo lo que eso significa, es algo que está siempre presente cuando me toca trabajar en espacios públicos.

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