Creando Conciencia: la cooperativa que recicla residuos y fabrica muebles

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Hasta que entró a la Cooperativa Creando Conciencia, Magalí solo conocía lo que era trabajar sin descanso ni beneficios sociales. Madre soltera desde muy joven, sus oportunidades se reducían a empleos precarizados y de salarios con los que llegar a fin de mes resultaba una misión imposible. Comenzó como separadora en la cinta, fue supervisora y hoy está a cargo de la administración. “Cuando entré, acá no había nada. La basura se amontonaba hacia el fondo del terreno y nosotros íbamos abriendo las bolsas que no venían separadas de origen”, cuenta la mujer, de 34 años. Frunce el ceño al recordar cómo una misma bolsa podía contener cartones y pañales, latas sucias y toallitas femeninas, vidrios, plásticos y comida. “Con el tiempo, eso fue cambiando y hoy, gracias a la capacitación y las campañas que hacemos, sólo recibimos residuos secos”, agrega con la vista fija en lo que hoy son tres amplios galpones: uno de reciclado y otros dos que forman el polo productivo.

Creando Conciencia nació en 2005 con sólo seis personas (dos de ellas recuperadores urbanos) preocupadas por la situación de los residuos en Benavídez, partido de Tigre. Lo que comenzó como un proyecto a pulmón se convirtió en la fuente de trabajo de 70 familias. Comenzaron alquilando un terreno a metros de la ruta 27 y lo compraron en 2018. Allí construyeron un espacio de casi 2000 metros cuadrados en donde separan, reciclan y reutilizan los materiales con los cuales actualmente producen, también, muebles y útiles escolares. En julio de 2020, fueron seleccionados por la ONU, en el Día Internacional de las Cooperativas, como “ejemplo de lucha contra la injusticia ecológica y social”, y en octubre los convocó el Papa Francisco para exponer de forma virtual su modelo de empresa en el Vaticano

Magalí sale todos los días muy temprano de su casa y camina por calles de tierra para llegar a la cooperativa. Sus miembros procesan entre 10 a 13 toneladas de materiales por día que traen de barrios privados, escuelas, industrias y grandes generadores del distrito de Tigre y fuera de él. Además, brindan el servicio de recepción y certificación de materiales y tienen un convenio con la municipalidad a través del programa Recicla Tigre, por el cual reciben todos los residuos de sus distritos.

Mientras Magalí trabaja, su hijo mayor, de 15 años, cuida a los cuatro más chiquitos. “Cuando buscaba un trabajo y veían que era madre soltera, había lugares donde me tomaban porque tenía formación, pero era difícil que me sostuvieran. La mayoría de las empresas aprovechaban el período de prueba por tres meses y después me despedían”, recuerda con amargura. En los once años que lleva en la cooperativa, asegura que el acompañamiento e incentivo para seguir formándose, fueron constantes.

Cómo es un día de trabajo en la cooperativa Creando Conciencia

En Argentina, hay cerca de 150.000 cartoneros, según cifras de Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores. Aunque aún hay miles trabajando en la calle y en la absoluta informalidad, las políticas públicas de los últimos años en materia de residuos buscan virar hacia una economía circular y no sólo de disposición final de los residuos. Para Ramiro Martínez, uno de los fundadores de Creando Conciencia, la característica distintiva del proyecto es que “le da dignidad al trabajador”. “Sus hijos pueden ir a la escuela, acceden a una vivienda propia, ayudamos a tramitar el documento de identidad, tienen acceso a la salud y gozan de beneficios sociales como vacaciones y licencias”, detalla.

El día de trabajo comienza para el equipo de Creando Conciencia las seis y termina a las 14. El horario fue consensuado entre todos. “Acá se da esa posibilidad, a diferencia de las empresas donde te dicen exactamente lo que tenés que hacer. ‘Si tu idea está buena, la seguimos’, es algo que siempre decimos”, explica Noelia Segovia, presidenta de la cooperativa y socia fundadora. Ella se sumó a los 18 años, cuando terminó el secundario y hoy, con 32 años y dos hijos, está pensando en empezar a estudiar Relaciones Laborales, una cuenta pendiente en su vida. “La idea es que todos puedan completar sus caminos personales”, agrega.

Antes de empezar a trabajar, los socios matean en grupos. Los camiones parten todos juntos con un itinerario agendado. Los encargados de clasificar las bolsas de acuerdo a su origen, las van arrojando sobre la cinta de separación que corre como las de los supermercados pero mide unos 35 metros. A lo largo hay 15 mujeres enfrentadas que de toda esa mezcla de residuos separan botellas de vidrio (transparentes por una lado; de colores, por el otro), bidones (transparentes, amarillos y otros de colores), latas, aerosoles, cartones, botellas de gaseosas. Cada una tiene cuatro o cinco materiales asignados y los van arrojando en bolsones que levantan pequeñas grúas y las llevan a máquinas que los compactan o trituran.

Algunos materiales (como las botellas de vidrio transparentes) sólo se apilan porque son recolectados y reutilizados de esa manera. La maquinaria es mayormente de diseño y fabricación nacional, como la trituradora de vidrio o la que recicla el telgopor. Durante toda la mañana salen y entran camiones con bolsas y la gente trabaja callada y sin parar. Sólo se escuchan máquinas de motores, ruido a vidrio roto y golpes secos de lo que se arroja en los bolsones. Se recupera casi el 80% de lo recolectado, de acuerdo a sus relevamientos.

Un mayor reconocimiento

En los últimos años, la legislaciones provinciales y municipales fueron estableciendo la obligatoriedad de separar los residuos en al menos dos categorías (reciclables y no reciclables), y crearon la figura del destino sustentable para el tratamiento de la fracción reciclable, promoviendo así la recuperación de los materiales recolectados, la figura del reciclador urbano y las cooperativas que los reúne. “Al declararnos un servicio público e incluirnos en la ley como destino sustentable, el Estado valoró nuestro rol social y trabaja por la inclusión del recuperador urbano”, subraya Martínez. Por otro lado, señala que los municipios son claves en la aplicación de la ley porque de ellos depende la articulación entre las cooperativas y el sector privado, además de la penalización por el incumplimiento de las normas establecidas.

El acceso a la vivienda, los beneficios sociales, un horario de trabajo establecido y la contención humana son las variables más valoradas por todos los trabajadores. “Mi vida cambió mucho porque pude alquilar un lugar y ahora vivo sola con mis hijos”, dice Vanesa Flores, de 30 años, que trabaja como separadora y es responsable de planta. Con dos hijos de 10 y 8 años, conoció una forma diferente de ser tratada y respetada en el trabajo. Pero la inclusión es amplia y llega a gente de otras edades: hay socios mayores de 50 o 60 años que empezaron separando, recolectando o clasificando y hoy son responsables de sus áreas.

Guillermo Benítez es enfermero pediátrico, tiene 35 años y abandonó la profesión cuando nacieron sus hijos. Se dedicó a diferentes oficios pero en todos fue precarizado. Llegó a la cooperativa hace tres años por intermedio de un vecino y aprendió el oficio de herrero para formar parte del área Creando Equipamiento Urbano, la línea de muebles que lanzaron en 2016. Fabrican bancos, mesas y huerteras con madera plástica de alta resistencia al calor y las lluvias. Son muebles urbanos, destinados al uso público, y ganaron el premio Buen Diseño Argentino 2017 que otorga el Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación. Se los puede ver en barrios privados y en las plazas del municipio de Tigre. En el último año, también lanzaron kits escolares fabricados con telgopor reciclado que se venden a un precio muy accesible en su sitio virtual y en supermercados.

Este lugar mejoró mucho mi calidad de vida. Gano dignamente y a la gente le importa lo que me pasa. Cuando termino mi horario de trabajo, tengo tiempo para estudiar. Estoy siguiendo la carrera de Filosofía, algo que quería hacer desde hace mucho. Busco darle un ejemplo a mis hijos”, cuenta Benítez sin ocultar su orgullo.

Durante la pandemia, los residuos domiciliarios aumentaron su volumen en forma exponencial y los miembros de la cooperativa, que son personal esencial, continuaron trabajando a diario, aprovechando para mejorar sus procedimientos y productos. Aplicaron los protocolos con rigurosidad y no tuvieron un solo caso de contagio. “Preservamos a las personas de riesgo, pero siguieron participando. No recibimos ningún subsidio ni ayuda económica. Somos un modelo de economía social que funciona y transformó una economía de supervivencia en una economía previsible y con dignidad”, concluye Martínez.

FUENTE: LA NACIÓN

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