Es recolector de residuos y separa, arregla y dona ropa para los más necesitados

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Yo también tuve necesidades. En mi infancia pasé hambre y frío durmiendo en la calle. Necesité calzados y sé lo que es sufrir por la pobreza, lo entiendo bien y no quiero que otras personas lo vivan; mucho menos los niños”. Con tanta seguridad como simpleza, Franco Gutiérrez (38) resume el norte de su vida adulta y cuenta las carencias en su niñez que, gracias a la educación que recibió en su hogar, le enseñaron a ver en todo un motivo para aprender y crecer enterrando sentimientos negativos incluso con quienes le hicieron daño. Es padre de dos pequeñas niñas y desde hace 10 años trabaja como recolector de residuos en finca Nación de El Carmen, a unos 30 kilómetros de San Salvador de Jujuy. Apenas inició ese trabajo notó que había personas que tiraban mucha ropa y calzados en lugar de regalarlos, por la desconfianza de que quien lo recibiera los vendiera. Así, decidió llevar aquello que podría ser arreglado para donar a aquellas casas donde veía necesidades.

Con el tiempo me di cuenta que aunque nunca tuve mucho siempre había alguien con menos que yo, y a esas personas quiero ayudar”, admite con voz serena que denota la tranquilidad de su carácter luego de haber vivido años muy tristes y de haber sido estafado por un familiar que le vendió una casa por la que le sacó los ahorros de toda su vida. Teniendo su corazón siempre del lado de las niñas y niños, cuenta conmovido el hombre que gana $25 mil como recolector, trabajo que complementa como seguridad de un comercio de su barrio para poder llegar a fin de mes: “Yo sueño con abrir un merendero o un comedor porque en esta zona hay mucha pobreza y la gente está olvidada. Y hay muchos niños que cada vez que pasamos con el camión nos gritan por juguetes… Con una pelota desinflada son felices”.A la vez, después de tragar saliva, bromea emocionado: “Mis compañeros, que me ayudan mucho, siempre me cargan: ‘¡Che! Por qué no vaciamos el camión en tu casa así mirás tranquilo’”.

Nada es fácil para él. Además de las carencias económicas por las que pasó tuvo carencias afectivas y creció en una casa poco amable, siendo testigo de las peleas de los adultos. “Mis padres se separaron cuando yo tenía 2 años. Mi madre nos dejó a mi y a mis cinco hermanos, soy el menor. Y nos criamos en la calle porque mi papá era alcohólico, tomaba todos los días y no estaba pendiente de nosotros cuando quedamos con él, así que el servicio de Asistencia Social de Tucumán, donde nací, cuando vieron que yo andaba descalzo me llevó al Hogar Bethel, de una iglesia evangelista. Ahí pasé diez años y agradezco haber llegado allí porque me enseñaron a perdonar, básicamente, y a ser la persona que soy hoy porque uno puede pasar muchas cosas malas en la vida, pero se pueden superar”.

A los 13 años supo que la madre de su padre (no le dice abuela) vivía en Jujuy y decidió ir a conocerla, anhelando el calor de ese hogar familiar que no conocía. “Estuve dos meses porque no me gustaba su trato. Me basureaba mucho y como uno de mis hermanos también estaba en Jujuy me fui a vivir con él”.

Para Franco, esa mala experiencia con su abuela paterna tampoco fue motivo -a sus cortos 13 años- para tener su corazón manchado de rencor. “Siempre tuve presente que quería ayudar, pero aún no sabía cómo”, admite y vuelve a ese pasado en las calles.

Cuando con sus hermanitos recorrían las calles buscando qué comer y algunas monedas “yo me sentía feliz”, admite y explica: “Como la gente me veía tan chiquito les causaba algo bueno y me daban muchos caramelos y monedas, y eso me ponía contento, pero cuando llegaba la noche sentía terror por no tener a dónde ir y hacía mucho frío. Recuerdo que miraba cómo esas personas se iban a sus casas y nosotros nos quedábamos ahí. Cuando hacía mucho frío mis hermanos me abrazaban para dormir calentito y con el amanecer volvía a ser feliz: me sentía importante porque era al que más caramelos le daban”.

Esos momentos significan para Franco sus mejores enseñanzas de vida más que recuerdos dolorosos. “Cuando cuento esto la gente no puede creer que haya perdonado a mis padres porque considero que habrán tenido sus motivos para hacer lo que hicieron, estoy convencido de que todo pasa por algo. No hay nada que se aleje de los planes que nos tiene preparados Dios”.

Muestra de esa fe y de su bondad fue la manera en la que superó el timo que le hizo un familiar y que hoy también considera que “tenía que pasar para tener la casa que hoy tengo”.

Hace cinco meses me estafaron con la compra de una vivienda social por $250 mil y eso para mí es una fortuna, todo lo que había ahorrado. Fue un familiar que era de confianza el que me la vendió a ese precio. Yo la compré porque quería darle un techo propio a mi familia, pero se arrepintió y me pidió que se la devolviera prometiendo restituirme el dinero y nunca lo hizo”. Era el sueño de la casa propia con Cecilia, su esposa.

“¿Sabes cuál es la diferencia? -pregunta sobre ese inconveniente-, Que yo ahora tengo mi casa nueva, que estoy con mi familia con mis dos hijitas y mi esposa Cecilia viviendo un lugar que siempre soñamos y que somos muy felices, pero él, que ahora tiene la otra casa y se quedó con la plata, no es feliz porque se esconde cada vez que me ve. Por eso digo que nada se escapa de Dios porque si él no me hubiera estafado hoy no tendría la casa que tengo”, reflexiona y deja pensando con cada una de sus palabras.

Repasando su sueño, el del merendero, cuenta que frente a su casa hay un terreno fiscal que cada tanto limpia y desmaleza ilusionado con que allí se puedan levantar las paredes que den cobijo a tantos niños que hoy no tienen su comida diaria.

Cuando mi historia se dio a conocer en Jujuy vi que muchas personas, miles, me agradecían y decían que sigan adelante con lo que hago hace 10 años. Recibí muchos buenos deseos, por los que estoy muy agradecido, pero desearía que quienes puedan colaboren para que esas personas tengan ayuda. Ojalá las empresas se hagan eco de esto como lo hacen mi suegra Ana, que es la que cose las ropas que le llevo; mi hijita, que me ayuda a separar los zapatos; Cecilia, mi mujer, que me ayuda en todo aunque nosotros no tengamos; mis compañeros de trabajo que saben qué bolsas separar para que yo pueda armar las donaciones y mi amigo que cose los calzados rotos… Ojalá se sumen a este hermoso trabajo que nos llena el alma”, finaliza Franco que al decir cuál es su edad recuerda: “¡Ah! ¡Hoy es mi cumpleaños! Nunca lo festejo y me había olvidado”.

Quienes deseen colaborar con donación de ropa de abrigo, calzados en todos los talles, pañales y alimentos no perecederos pueden contactar a Franco por mensaje a través de su cuenta de Facebook o por WhatsApp al número +54 9 388 456 5897.

FUENTE: INFOBAE

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