Las escritoras Luciana Di Mello y Angela Lugrin fueron las impulsoras del proyecto que llevaron la literatura a las cárceles. Con el título “Talleres de escritura en la cárcel: experiencias cruzadas entre Francia y Argentina”, Di Mello y Lugrin expusieron sobre el desarrollo de esas dos iniciativas pero también leyeron trabajos producidos en esas jornadas por ellas y por algunos de los asistentes a los talleres.
“Entrar a la cárcel fue un antes y un después, nunca más volví a escribir, leer o vivir la literatura como lo hacía antes, porque no hay lugar donde el poder de la literatura se haga más evidente, donde el sentido de un texto haga estallar muros, estructuras mentales, emocionales como adentro de una cárcel“, apuntó Di Mello, autora de la novela “Mandinga de amor” y de artículos publicados en La Mujer de mi vida, Tiempo Argentino y Cuaderno Waldhuter. En ese sentido, la escritora y periodista graficó: “No es lo mismo leer ‘Operación masacre’ o ‘La metamorfosis’ en un sillón o en un aula de Filosofía y Letras que entre las paredes de un aula rústica hecha por los alumnos dentro del penal de Devoto con personas que están privadas de su libertad”. “Tampoco es la misma urgencia la que tenemos los que estamos afuera que los que viven adentro, de ese lado del infierno“.
En tanto, Lugrin contó que como profesora tuvo la posibilidad de enseñar literatura en la escuela de la prisión de La santé, en París y describió esa experiencia como “algo inédito” que no se esperaba y que fue “muy determinante” para ella y también para algunos asistentes del penal. “La escuela de la prisión es un enclave dentro de la cárcel“, explicó la novelista francesa y caracterizó al lugar como “un mundo aparte que está cerrado pero paradójicamente es un espacio de mucha libertad” al que se accede luego de pasar “largos pasillos, muchas puertas cerradas con llave que los guardias van abriendo” y en ese camino, relató, iba sintiendo “toda la dureza de la prisión: el olor, el frío, la humedad“. Ese recorrido la guiaba a subir “una escalerita escondida” hasta llegar al centro escolar compuesto por tres aulas en las que daba sus clases con el objetivo -expresó- de “ayudarlos a aprobar ese examen que les permitía, pese a todo, algún día salir de la cárcel con el equivalente del bachillerato“. “Como profesora quería empeñarme y me empeñé en educar también la mirada que tenían con respecto a los textos, que era muy irreverente, muy agresiva y a veces muy torpe pero a veces también muy inocente“, explicó la también cantante y acordeonista en la banda punk Julie Colère. Sobre lo que sucedía en esos encuentros, Lugrin señaló que era desconcertante lo que producían los intercambios sobre los textos y progresivamente la palabra, ya que tanto la suya como la de los talleristas “se liberó“.