Una sinfonía que es un himno a la alegría

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POR SERGIO KUCHEVASKY

El Himno a la Alegría es el nombre más popular con el que se conoce al 4to movimiento de la Novena sinfonía de Ludwig Van Beethoven y en el que musicaliza el poema “Oda a la alegría” de Friedrich  Schiller. Es el momento más esperado de la obra y sin duda el más emocionante, ya que es para muchos la parte más representativa.

Hace ya tiempo es considerado un referente de la música a nivel mundial y es símbolo de la hermandad universal. Desde su primera presentación tuvo un impacto notable en el público, siendo interpretada infinidad de veces por casi todos los géneros musicales.

Beethoven es considerado como el último compositor neoclásico y primer compositor Romántico y fue responsable de una gran transformación estilística en la música. Sensible y cercano al anhelo de igualdad, fraternidad y libertad  que dejó a su paso la revolución francesa y la proclamación de los derechos universales del hombre en 1789. Fue ese mismo anhelo que se había expresado años antes en la cultura germánica a través del movimiento prerromántico que reclamaba esos valores en la artes, del cual Friedrich Schiller formaba parte cuando escribió y publico Oda a la Alegría, que  conmovió a Beethoven profundamente, quedando en su mente por años, hasta que su genio creativo la hizo parte de en su famosa sinfonía Nro 9, a la que arriesgadamente incorporó coro y cantatas solistas, posicionando a la voz como instrumento de la orquesta, que agregó nuevas texturas y matices pero además le otorgó el poder de la palabra y de la poesía, de la libertad, uno de los valores tan importantes para el romanticismo.

La sinfonía Nro. 9 en r menor se presentó en Viena el 7 de mayo de 1824, en el Teatro Imperial. A la gala se llegó una multitud que tenía una gran expectativa, debido a que Beethoven, que ya era considerado el más grande compositor,  no se había mostrado en público por 12 años.

Beethoven se colocó tras el director de orquesta, con una copia de la partitura para seguir el estreno, recreando en su mente lo que los demás podían escuchar (recordemos que ya que estaba complemente sordo).

“La música es matemáticas, es inteligencia. Los músicos del nivel de Beethoven no necesitan oír los sonidos físicamente, los tienen en la cabeza”, explica el profesor de filosofía y crítico musical Ja­cobo Zabalo (fragmento sacado de www.lavanguardia.com).

Cuando el concierto finalizó la gente explotó  en aplausos, totalmente emocionada y extasiada. Pero Beethoven no los escuchaba, no había reparado en la multitud que lo ovacionaba, hasta que uno los músicos amablemente le  avisó tocándole el brazo, por lo que él recién entonces se inclinó saludando a su   público. Esa fue la última vez que Beethoven que se lo vio en una presentación. Su Novena sinfonía es la última obra sinfónica. 

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