Con garra logró sobreponerse, creó un dispositivo para convertir la silla de ruedas en bici y disfruta de la adrenalina del esquí en los torneos más importantes del mundo
“Veníamos viajando desde Neuquén y en medio de la ruta nos encontramos con amigos. Paramos en la banquina, nos bajamos mi papá (Beto), mi hermano (Nicolás) y yo. Podés creer que justo a una camioneta que pasaba se le levantó el capot y como consecuencia maniobró mal porque el conductor no podía ver y nos pisó, literalmente”.
A sus 37 años Enrique Plantey se vuelve a conmover como cada vez que rememora el hecho que marcó para siempre su vida y la de su familia, ocurrido el 24 de febrero de 1995 mientras se dirigían en plan de descanso hacia su campo de Loncopué, ubicado a 305 kilómetros de la capital de la provincia. “Yo me salvé pero terminé en silla de ruedas; mi papá y mi hermano murieron”, agrega con marcada tristeza a casi 27 años de la tragedia.
Era un niño de apenas once años cuando despertó cuatro días más tarde en el Hospital Regional y supo que además de perder a seres tan queridos, su futuro dependería para siempre de una silla de ruedas. “Me shockeó, no lo puedo negar, ¿pero sabés qué me pasó además? Quería subirme ya a la silla para dejar la cama de internación de una vez por todas, no aguantaba más estar allí. Me propuse y me desafié a mí mismo que debía superar la situación. Y creo que lo logré”, describe y termina la frase con una gran sonrisa.
Su mamá, Luri Rueda, fue fundamental en su recuperación tanto física como anímica. Los cuatro meses de recuperación en Cuba fueron más que duros, pero también muy positivos. Hasta ahí Enrique había desarrollado en forma excelente sus habilidades y su pasión por el fútbol, pero como tomó conciencia de que ese deporte ya no iba a poder ser, se volvió fan de todos los que pudo: natación, surf, tenis de mesa, vóley, básquet, remo, lanzamiento de jabalina y hasta galopar a caballo…
Del esquí al mundo
Un día conoció el esquí y terminó convirtiéndose en una verdadera estrella de la actividad: brilló por primera vez en en los Juegos Paralímpicos de Sochi 2014. Claro que se fue perfeccionando: en 2017 obtuvo el 13er. puesto en el Mundial de Esquí Alpino en Eslovenia y al año siguiente participó en los Juegos Paralímpicos de PyeongChang donde disfrutó del honor de ser el abanderado de la delegación argentina.
Como Enrique es un inconformista, también está por recibirse de abogado, trabaja como empleado en el Consejo de la Magistratura y junto a uno de sus mejores amigos, Mariano Tubio, a quien también un accidente dejó parapléjico y hoy es uno de los golfistas más destacados del mundo, viene desarrollando su propia pyme a través de la creación de un dispositivo que se adapta a una silla de ruedas y la convierte en bicicleta o triciclo. Al principio era solo manual, pero luego le adaptaron una batería que resulta clave para aquellas personas que no pueden hacer esfuerzo, y sin embargo logran trasladarse por las calles con gran autonomía.
“Es un emprendimiento fantástico, lo llamamos 3Pimobility con Mariano. Gracias a él conocí la hand-bike que trajo de los Estados Unidos. Es fundamental para cambiar la visión de la gente que te ve sobre una de ellas. Siempre existe el preconcepto. Te ven en silla de ruedas y automáticamente creen que tenés una vida triste”, aclara.
Enrique acaba de terminar su pretemporada en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo y prepara las valijas, ya que estaba por viajar rumbo a Austria y Suiza para competir y poder clasificar a los Juegos Paralímpicos de Invierno de marzo 2022 en Beijing, China. Hace un alto para agradecer a todos quienes hacen posible su éxito: “El CENARD, el ENARD -Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo-, FASA-Federación Argentina de Ski y Andinismo-, Kia, Oneill y Corona Argentina, siempre me apoyaron y resultaron claves para poder participar en los torneos nacionales e internacionales”.
Su pasión
Luego cuenta la forma casual en la que comenzó su pasión por el esquí: “Siempre amé los deportes gracias a la ayuda impresionante que recibí de Raúl, el profe de la escuela Don Bosco que fue quien me hizo atreverme a incursionar en otras opciones al fútbol. Pero el amor por el esquí surgió a los dieciséis años, cuando le pedí permiso a mi mamá para irme a San Martín de los Andes con mis amigos. Ella sintió un miedo bárbaro, pero me permitió ir y eso fue importantísimo, me dio seguridad. Me hizo sentir seguro. En ese viaje conocí el esquí adaptado y no lo solté más, fue increíble, te da libertad la naturaleza. En la montaña no necesitás ayuda. Eso me conquistó para siempre. De turista pasé a ser un profesional de la actividad. Siempre con mucha entrega, entrenamiento, paso todos los años cuatro meses compitiendo en Europa y tres en nuestra Cordillera”.
Plantey también describe cómo cambió su propia mirada de las personas que enfrentan alguna discapacidad: “Un amigo había quedado en silla de ruedas más o menos un año antes de mi accidente. Recuerdo que sufrí un gran shock por lo que él estaba atravesando. Pensé que su vida sería más que complicada y le costaría continuar. Después me pasó a mí y recordé aquel momento. A los once años me vi obligado a comenzar de nuevo. Mi vieja fue clave, quienes te rodean en esos momentos te pueden ayudar o perjudicar, muchas veces porque no saben cómo colaborar. Mi mamá me potenció, igual que mis amados hermanos, Agustina, María José y Eduardo”.