Un griego eternamente agradecido a Boca

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POR PANAGIOTIS ZOTALIS

Casi que no conocía una pelota. ¿Y el fútbol? No sabía lo que era. Lo conocí de grande.

Yo nací en Grecia, en un pueblito muy pobre donde los piojos eran más grandes que las cucarachas. Llegué al mundo el 8 de Agosto de 1944, faltaba un año para que terminara la maldita Segunda Guerra Mundial. Mi pueblo colgado de la montaña se llama Kremasti, está en la región del Peloponeso, donde irse era la única posibilidad de supervivencia.

Llegué a la Boca el 18 de mayo de 1958 con 14 años, solo, sin saber a dónde venía. Solamente con las ganas de trabajar y el sueño que me vaya bien. Tan solo eso.

Claro, debería decir que llegué a la República Argentina y es verdad, pero más grande es la verdad que yo llegué a la República de la Boca.

Del barco que me trajo al puerto mis tíos Nicolás y Elena me llevaron a su casa en Olavarría y Martín Rodríguez. ¡Hay raviolada! me dijeron, y se quedaron esperando una respuesta con una expresión mía… Pobres, no sabían que no conocía los ravioles. ¡Apenas había probado los fideos en mi vida!

Aquel día es el recuerdo de esos ravioles, de un helado que me dieron y que guardé en un bolsillo para después, nunca había comido helado y no sabía que se derretía. Todos atentos a la radio sin saber ni entender que se escuchaba (después supe que era Boca), .Y yo esperando ir a trabajar. ¿Trabajar hoy domingo? me dijo riéndose mi tío Nicolás. Yo no podía ni quería perder un minuto, necesitaba abrazar el mundo y eso era posible sólo trabajando.

Fui aprendiendo muy de a poco y muy mal el castellano.

Y claro, mi primera palabra, esa que me sabe a dulce como los caramelos Fruna o los viejos turrones Namur que vendía incluso los domingos en la cancha de Dock Sud, fue “Boca”.  Llegue a la Boca, vivía en la Boca, y vivíamos por Boca.

Cuando me preguntan qué es para mi Boca, porque hoy es el día del hincha, yo sólo tengo una respuesta posible: Boca es mi corazón.

No puedo explicarlo de otra manera. Y como todo corazón xeneize, es puro sentimiento. Por eso la Bombonera late.

Boca es mi corazón. El que supo hacerme llorar de dicha por las victorias y de tristeza por las derrotas. El que me hizo fuerte y noble. El que me permitió ir por la vida juntando amigos de todas las hinchadas. Amigos de verdad, rivales los domingos, enemigos jamás. Eso es ser hincha. El que vibra por sus colores, pero que sabe que tiene una responsabilidad: que el nombre de su club nunca se ensucie ni maltrate. Es como dice Discépolo en su película el hincha, ¿qué sería el club sin el hincha? Sería una bolsa vacía. El hincha es el alma de los colores. El que da todo sin esperar nada.

Yo amo locamente el fútbol. Veo todo. Ahora mismo, mientras escribo,  de reojo estoy atento al partido que están jugando por la Europa League el Paok Salónica y Granada.  Soy griego y la tierra tira.

Pero lo que más me gusta es ver Boca – River.  Los disfruto.

Yo fui héroe sin proponérmelo y me di el mayor de los gustos la primera vez que fui a la cancha. Fue en 1959, al año justo de llegar. El 19 de mayo jugábamos de locales contra River. Yo lo máximo que me había acercado a los jugadores era al espiar los entrenamientos que se veían desde las puertas al lado de las boleterías. Se tenía que jugar el domingo y yo trabajaba pero llovió y se suspendió. Se pasó al miércoles siguiente y pedí permiso a mi tío para ir. Tiempos de respeto a los mayores.

No sólo que me dejó trabajar media jornada ese día,  sino que además me dio cinco pesos con cincuenta para la entrada como menor. Con mis 15 años entré por primera vez a la Bombonera: enorme, fabulosa e imponente. Pero me fui a la tercera bandeja ¡pero de los visitantes! Me equivoqué y me quedé con el público de River… Y Boca hizo 5 y yo no pude gritar ni un gol. Recién en la calle pude reírme y festejar la goleada que terminó 5 a 1, y contarle con mucha vergüenza a mi tío la macana que me había mandado. En ese partido debutó “el piojo” Yudica. Y ese domingo hubo pizza en casa. Porque los domingos había pizza si se ganaba, pero si Boca perdía no, no se amasaba.

Hoy me acuerdo de mi bautizo y me veo, solo ahí como cuando llegue al país, casi sin idioma y me río. Es un recuerdo dulce porque ese día en mi soledad, Boca con su triunfo me hizo feliz.

Por eso cuando me preguntan qué siento este 12/12 día del hincha de Boca, siento que es como mi cumpleaños.

Ser de un club es para siempre, uno se  identifica con muchas cosas que corren antes y después de la pelota. Es la pertenencia, la identidad, los amigos, los dirigentes que uno pudo tratar como Alberto J. Armando, e ídolos que nunca te van a abandonar. Diego el más grande y único, pero antes “Rojitas”, al que vi debutar. Y tantos y tantos imposibles de nombrar a todos.

Hoy cuando Lázaro mi nieto de 6 años me llama y me dice Papú (abuelo en griego) vemos el partido que juega Boca, este corazón se agranda y late más fuerte que la Bombonera.

Es la herencia, mi nieto habla griego y es de Boca, como yo.

Entonces cuando me dicen qué es ser hincha de Boca, yo digo “es puro sentimiento, del noble, del bueno, de disfrutar cuando ganamos y ser dignos cuando perdemos”. Boca me ayudó a vivir feliz.

Y hoy a mis 76 años cuando digo “Dale Boca” le estoy diciendo “Gracias Boca”, y sé que a la mayoría le pasa lo mismo.

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maria del carmen

Salvo la mención de los 5 goles a River…muy linda nota. (se sobreentiende que soy de River)

Jelena

Qué linda nota! un inmigrante busca sentido de pertenencia y Boca se lo dio! y a muchos inmigrantes lo que les llega ese sentido de lucha ante las adversidades que es lo que caracteriza a Boca!