Tuvo cáncer y leucemia, pero no dejaba de soñar con el Nahuel Huapi: la historia de Ana

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Ana Bohe es la jefa de departamento del Centro Atómico Bariloche y nada en aguas abiertas.

La siguiente escena no es real. Es fruto de la imaginación de una mujer que está internada en un sanatorio de Bariloche, Argentina, afrontando un extenso tratamiento por una leucemia que la dejó postrada. Ana no tiene fuerzas para levantarse, está conectada a varios dispositivos que le administran medicaciones y el televisor de la habitación está apagado porque el volumen la aturde.

Entonces, la mujer, imagina. Se imagina. “Me visualizo caminando en la pendiente de calle Libra con el traje de neoprene, las antiparras y llevo el torpedo en mis manos”, describe Ana Bohe, quien es doctora en Química, investigadora del Conicet y jefa de departamento del Centro Atómico Bariloche. “En mi imaginación, visualizarme de esa manera, era una forma de calmar mi ansiedad”, dice.

La calle Libra desemboca en playa Bonita, una especie de ángulo recto que marca el lago Nahuel Huapi. Además de natación, en las aguas tan transparentes como heladas, allí se practica kayakismo, buceo y surf a vela. En la costa hay restaurantes, cafeterías de estilo alpino y cervecerías patagónicas que producen y venden la cerveza artesanal en el lugar.

Me veo bajando por la calle, yendo al lago y cruzando a la isla. Pienso en las primeras experiencias a nado en aguas abiertas. Eso me hace sentir una sensación de tranquilidad, disipa la ansiedad y me da mucha fuerza”, recuerda Ana sus momentos más duros del tratamiento. “¡Tengo que volver a nadar! ¡Tengo que hacer el esfuerzo!”, se decía a sí misma, como si fuera un mantra, mientras estaba internada.

Ana Bohe. Científica que nada en aguas abiertas, posa en el Nahuel Huapi (Foto: Alejandra Bartoliche. Especial para TN).

Las enfermedades y la paciencia

Durante el 2003 Ana Bohe afrontó una operación por cáncer de mama. “Fue un tratamiento difícil, que se extendió desde septiembre hasta marzo del año siguiente, aunque me recuperé rápido”, recuerda. Pero, el peregrinar entre sanatorios, terapias, internaciones y aislamientos recién estaba por comenzar.

Tres años después, como consecuencia de los tratamientos con radiación, tuve una leucemia secundaria. Fueron ocho meses de tratamiento, con internaciones alternadas: 20 días en el sanatorio, 15 de recuperación en mi casa y nuevamente en el sanatorio”, repasa Ana.

“En esas internaciones, cuando no tenía forma de levantarme y estaba conectada a un montón de dispositivos fueron los momentos más críticos. Ahí yo solo pensaba en la natación, en que quería volver a nadar. Si bien trabajo en ciencias, nunca pensé ‘tengo que volver a trabajar’, solo pensaba en la natación”, remarca.

Si bien no se puede establecer una causa concreta para la leucemia, sí existen una serie de factores de riesgo que pueden considerarse causas. Entre ellas, la historia previa de otros tipos de cáncer y el hecho de haber recibido quimioterapia o radioterapia, cosa que puede provocar alteraciones celulares que deriven en una leucemia secundaria.

Cuando Ana batallaba contra la enfermedad, descubrió que “lo más complejo es no hacer nada”. Mientras transcurría sus días internada en el sanatorio, descubrió el significado real de la palabra paciente. “Lo que más tiene que tener un paciente es paciencia y esperanza. Es la forma para poder sobrevivir a una situación de ese tipo”, recuerda.

La natación me dio esperanza y paciencia. Pensar en los momentos lindos que había tenido y en los que quería tener”, dice Bohe, quien nació en Palpalá, en la provincia de Jujuy. Fue justamente allí, en la ciudad del noroeste argentino que se la conoce como ‘madre de industrias’ por sus parques industriales, donde aprendió a nadar a los tres años

La llegada a Bariloche

“El agua es uno de mis medios favoritos”, dice Ana, quien nadó hasta que se mudó a Tucumán para estudiar la licenciatura en Química. Luego, otra mudanza: cursar el doctorado en La Plata. “Ahí la natación se me hizo un poco complicada, por los tiempos y las responsabilidades. Pero cuando llegué a los 34 a Bariloche empecé a concurrir al Club Pehuenes. Me quedaba muy cerca del Centro Atómico. Con el tiempo nos mudamos a unas cuadras del club, es como la pileta de la casa”. Era el año 1991, Ana llegaba a junto a su familia a una ciudad del sur buscando recuperar la esencia de la infancia.

Queríamos una ciudad parecida a la que habitábamos cuando éramos chicos, una ciudad pueblo que conjugara naturaleza, aire libre y desarrollo profesional en contacto con el mundo, así uno no se siente aislado”. Ana llegó junto a su esposo Horacio Nassini, ingeniero mecánico con especialidad en combustibles nucleares, sus hijas María Belén, Daniela y su hijo Pablo Matías, que nacieron en La Plata mientras ella cursaba el doctorado en Química. Bariloche, la ciudad que recibe su nombre por la derivación de la palabra mapuche vuriloche, que significa ‘gente de atrás de la montaña’, era el lugar que condensaba los deseos familiares y las metas profesionales.

Ana Bohe. Científica que nada en aguas abiertas, posa en el Nahuel Huapi (Foto: Alejandra Bartoliche. Especial para TN).

La inserción laboral fue gradual. Su primer trabajo al llegar fue como profesora en la Universidad Nacional del Comahue. “Apenas nos mudamos, se abrieron los concursos en la universidad, fue como si nos estuvieran esperando”, recuerda. En 1992 pudo comenzar su carrera como investigadora en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), el principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en Argentina. “Era la década del noventa, fue una época donde durante varios años los concursos estuvieron cerrados, no te evaluaban, fue difícil y hubo que esperar”.

La doctora en química nacida en Jujuy fue insertándose en la vida cotidiana de la ciudad patagónica que recibe alrededor de dos millones de turistas cada año, hasta que ingresó al Centro Atómico Bariloche, cuna de la ingeniería nuclear en América Latina, es una de las sedes pioneras de la Comisión Nacional de Energía Atómica que tuvo sus inicios en la década del cincuenta.

La vida en el agua

Mientras tanto, Ana comenzó a hacer gimnasia y a nadar con sus hijos. Nunca imaginó que podía convertirse en una nadadora de aguas abiertas. Hasta que sus hijos crecieron y comenzó a tomar clases. En las clases se hacían correcciones de estilo y técnica y el entusiasmo del vínculo con el agua fue creciendo. Las clases se transformaron en entrenamiento dos veces por semana, hasta que un día, el profesor Ignacio Acuña, lanzó el desafío.

 “Yo nadaba en cualquier charco que había, pero nunca lo había hecho en aguas frías. En el norte el agua es templada”, dice Ana quien al principio no creyó que podía sumergirse en las aguas del lago Nahuel Huapi. La temperatura del agua, en verano, se puede estimar ente 12 y 13 grados. En invierno oscila entre los 5 y 8 grados. El Huapi es un lago de origen glaciar que posee un ancho máximo de 10,2 kilómetros y su superficie es de 529 kilómetros. El lago es el paisaje que monopoliza cada rincón de Bariloche.

El desafío de poder nadar en él es la imagen, el paisaje y la postal diaria para cada barilochense. Ana aún debía confiar en ella misma, en sus condiciones, en su pasado norteño. En ese momento, era imposible que imaginara que el contacto con las aguas abiertas sería, varios años después, la fuente de esperanza para sobrellevar un tratamiento agotador.

“Al principio pensé que ya era grande para nadar, que no iba a tener las energías. Entonces, las primeras veces que nadé en el lago, lo hice con patas de rana”, recuerda. Con el tiempo, la adaptación en las aguas frías y cambiantes se le hicieron costumbre. La cadencia del oleaje, la transparencia casi infinita en las profundidades que superan los 430 metros y el nado colectivo fueron tres elementos que Ana incorporó en su cotidianidad. Y se animó a nadar sin los implementos hasta llegar a participar en una docena de competencias de aguas abiertas.

Entre ellas, participó en equipo en el tradicional triatlón Escape a la isla Huemul, la competencia que combina 1500 metros de natación en el lago Nahuel Huapi, 40 kilómetros de ciclismo y 10 de pedestrismo, por un circuito desde Playa Bonita en la avenida Bustillo, hasta el Cerro Catedral.

Como científica del Centro Atómico Bariloche, Ana Bohe busca soluciones a los problemas para el tratamiento de uranio (Foto: Alejandra Bartoliche. Especial para TN).

“Ese desafío lo organicé yo. Lo hicimos en un sistema de postas. Daniela, mi hija la del medio, se entrenó para poder participar en ciclismo, Carmen, mi amiga que corre por la montaña, hizo el pedestrismo y yo nadé. Estuve acompañada por gente querida, con el esfuerzo de llegar con un tiempo prudente, aceptable. Claro que no ganamos, pero lo cumplimos en un tiempo estipulado, algo así como 2 horas para las tres actividades”.

La leucemia y después…

Sobre fines del 2007 y comienzos del 2008, Ana estuvo aislada ya que su sistema inmunológico estaba debilitado, no podía encontrarse con mucha gente y preventivamente le recomendaron quedarse en casa. Una vez que tuvo el alta médica, lo primero que hizo fue ir a nadar. “Cuando volví y traté de nadar, no podía mover los hombros. Por la posición de los brazos me hundía, se me levantaba la cola y me hundía”, recuerda Ana.

El profesor de natación arengaba a Ana y a sus compañeros. Ana había llegado con problemas articulares en los hombros luego de tanto tiempo de quietud, internaciones y un tratamiento contra la cándida, una infección ocasionada por el hongo Cándida que se presenta generalmente en la piel o las membranas mucosas, que le había congelado los hombros.

“El tratamiento me provocó una alteración en las articulaciones, llegué a la pileta y no podía mover los hombros”, describe mientras recuerda la impotencia que veía en los ojos de sus propios compañeros cada vez que intentaba dar una brazada.

“¡Tengo que mover los brazos!”, pensaba cada vez que intentaba nadar. “Mis compañeras estaban tristes. Cuando me vieron que no podía nadar, les dio mucha tristeza”, remarca. Más allá del agua, la profesora e investigadora viajó a Buenos Aires a completar su tratamiento con un especialista en hombros.

 “La natación es lo que me permitió recuperar la movilidad. Es lo que me ayudó a levantar los brazos”, dice Ana y no es metáfora. Hoy en día, ella trabaja junto a un equipo de científicos muy jóvenes. Y, cuando tiene un problema complejo, les dice: “Hoy me voy a nadar y mañana les traigo una solución. Es que, cuando entrenás en la pileta, la cabeza se libera y los pensamientos se acomodan. Es una situación de relax que te aleja de las situaciones estresantes y el cerebro encuentra soluciones”.

Ana Bohe nada en el Nahuel Huapi, donde las profundidades llegan a ser de 430 metros (Foto: Alejandra Bartoliche. Especial para TN).

Para Ana, el agua es su medio. En la ingravidez, mientras flota y avanza siempre se siente bien de ánimo. Estar en el agua le provoca una sensación de infinita alegría. “Es el lugar donde todo es lindo, aún en épocas de tormenta, cuando el agua te sacude, es un desafío que me gusta tener. Uno, también, puede mejorar su salud, sin importar la edad que tenga. Es un medio amigable, te permite un estado de satisfacción, de descanso y de excitación por hacer algo. Siempre en positivo”, define.

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