Susana Reyes cuenta cómo nació el Centro Educativo Isauro Arancibia, el instituto que hace 24 años intenta construir una “patria más igualitaria”.
Susana Reyes siempre quiso ser maestra. Cuando era chica, soñaba con ejercer esa profesión y jugaba a cambiar un poco el mundo: ella quería que la educación sea para todos. Su inspiración fue su madre, que dedicó vida y alma a la docencia.
Después de formarse y empezar a ejercer como docente, Susana decidió fundar una escuela para personas en situación de calle con el objetivo de que “todos tuvieran su oportunidad”.
La Asamblea General de las Naciones Unidas estableció a partir del 2018 que los 24 de enero se celebrara el Día Internacional de la Educación para destacar el “papel que desempeña en la paz y el desarrollo”. “Sin una educación de calidad, inclusiva y equitativa para todos, los países no lograrán alcanzar la igualdad de género ni romper el ciclo de pobreza que deja rezagados a millones de niños, jóvenes y adultos”, planteó la entidad.
Reyes hace honor al día al impulsar ese camino en la Argentina hace 24 años. Nunca traicionó su sueño: trabaja todos los días en el Centro Educativo Isauro Arancibia para construir una “patria más igualitaria” en la que todos tengan acceso a un derecho básico como lo es educarse.
Corría el año 1998. Susana trabajaba de maestra de adultos en diferentes centros educativos de la Ciudad. Uno de los lugares en los que daba clase era la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). Allí tenía su espacio para enseñarle a las chicas del sindicato AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentinas).
La maestra recordó: “Ellas querían terminar la escuela primaria, la mayoría no sabía leer ni escribir. El primer día, la presidenta del sindicato, Helena, se presentó y me dijo que quería escribir todo lo que tenía para escribir”. Esas palabras quedaron resonando en su cabeza. “Había que hacer algo”.
En principio, usaba el espacio que brindaba la CTA para dar clases a algunas trabajadoras sexuales y a personas en situación de calle que permanecían en el barrio porteño de Constitución. Sin embargo, empezaba a quedar chico el lugar.
De a poco, comenzó a montar una escuela para poder contener, alojar y enseñar a todas estas personas que habían quedado fuera del sistema, pero que en sus clases encontraron el espacio que les permitía progresar.
“Una de las premisas de nuestra escuela es que somos tantos y tantas que siempre hay vacante. Para mi, cada vez que venía un pibe o una piba cuyo derecho de la educación se le había sido arrebatado, es un triunfo. El hecho de que se levantaran de la calle para venir a aprender, me sigue poniendo contenta”, expresó Susana.
Ya son 24 años desde su creación: “Había una escuela que nos y los estaba esperando. Muchos años y fueron hermosos, tanto crecimiento”. “Empezamos con una maestra y 15 alumnas y hoy hay más de 600 estudiantes que vienen todos los días, tres niveles educativos”, precisó durante la charla TEDxRiodelaPlata que dio meses atrás.
Además, cuenta con un hogar de tránsito para estudiantes de la escuela y un espacio para que se queden los hijos de los alumnos, además de enseñar diferentes oficios: “Aprenden a ser buenos trabajadores, buenas personas y solidarios”.
“En la actualidad, 244 millones de niños y jóvenes están sin escolarizar y 771 millones de adultos son analfabetos. Su derecho a la educación está siendo violado y es inaceptable”, según los datos que ofrece la UNESCO y desde el instituto Isauro Arancibia intentan acortar esa cifra.
Isauro Arancibia fue un maestro tucumano, dirigente sindical y uno de los fundadores de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA). “Peleó mucho para que los niños pudieran ir al colegio sin tener que trabajar la caña de azúcar”, explicó Susana.
Fue brutalmente asesinado el 24 de marzo de 1976, cuando un grupo cívico-militar entró al local de la Asociación de Trabajadores de la Educación Provincial (ATEP) en donde vivía con su hermano, a quien también ejecutaron.
“Le pusimos su nombre porque para nosotros es un norte, un ejemplo. Hemos ido muchas veces a su lugar de origen porque es un modelo. Todo lo que sucede es en su honor y en el de los que lucharon para que hubiese justicia y para que la educación sea un derecho inalienable para todos”, detalló Reyes.
Una triste anécdota de Isauro también dota de sentido los pasillos de la escuela. Sus sobrinos le habían regalado unos zapatos y, cuando lo mataron, los militares se los robaron. Años más tarde, un escritor tucumano escribió La oruga sobre el pizarrón, un cuento que relata su historia y en el que insta a “recuperar los zapatos de Isauro”.
Hay huellas por todos los rincones del colegio y los chicos escriben adentro hacia dónde los llevan esos zapatos: “Que no haya más chicos en la calle”, “que haya trabajado para todos” o “que los niños no tengan que trabajar y puedan ir a la escuela”, son algunos de los deseos que anhelan.
Esos sueños conviven con los logros de los alumnos que finalizan sus estudios: “Es hermoso verlos crecer acá. El otro día me llamó un chico que terminó la secundaria a los 29 años y ahora estudia Ingeniería informática. En una sociedad desigual que tenemos, la vida le tenía preparado un futuro distinto al que creció en la calle y la educación lo pone en donde tiene que estar”, sostuvo.
Susana hace énfasis, además, en aquellos que tuvieron una vida muy dura y que tuvieron que pasar por escenarios terribles: “Viviendo la peor situación que puede vivir una persona, de indefensión total, se levantaban de la calle para ir a aprender. Eso es lo más grande que nos puede pasar, es muy emocionante”.
Su infancia, el motor que la llevó por el camino de la docencia
“Yo quería ser maestra y jugaba siempre de chiquita”, dice Susana, que finalmente convirtió ese deseo poco tiempo después. Todavía cursaba la secundaria cuando empezó a alfabetizar a los inquilinatos a través del proyecto nacional lanzado durante el gobierno de Héctor Cámpora llamado “La CREAR” (Campaña de Reactivación Educativa de Adultos para la Reconstrucción).
Recuerda que “era una época de mucha ebullición social”. Estaba haciendo el profesorado para ser maestra cuando los militares la secuestraron a ella, embarazada, y a su compañero de vida: “A él lo mataron. Me tuvieron tres meses secuestrada y mi hijo nació cuando ya estábamos en libertad”.
Terminó de estudiar y continuó en el camino de la docencia hasta que, veinte años después, consiguió construir el centro educativo: “El Isauro tiene que ver con esos sueños que teníamos los jóvenes en ese momento”.
“Hoy ves un árbol, un auto y un pibe durmiendo en la calle. Se naturalizó. Ya no los ven, ya no nos horrorizamos, hay familias enteras que viven durmiendo en la calle. Seguimos trabajando porque queremos una patria más igualitaria, que todo el mundo tenga educación, que sepa leer y escribir para poder valerse, que todos tengan una oportunidad”, concluyó.
FUENTE: TN