Su hijo piloto murió a los 22 y, con sus muñecos de Mario Bros, él corre carreras para recordarlo

Historias para contar Slider costado

José Alberto Gambera se subió al Fiat Iava 128 a los quince días de la muerte de Germán. Sin saber cómo ponerlo en marcha, un día arrancó y hoy gana trofeos en el 1/4 de Milla.

 “Hace nueve años, tuvimos la mala suerte de perder a nuestro hijo en un accidente en la autopista 205. Desde ese momento, yo corro las picadas del 1/4 de milla porque él era un enamorado y sé que está ahí conmigo”, cuenta José Alberto “Pepe” Gambera. A Germán le gustaba mucho la velocidad y los autos. Desde los 16 años que corría las picadas del 1/4 de milla en el autódromo Gálvez y su familia lo acompañaba siempre, viernes o fines de semana. “Íbamos todas las fechas al Gálvez y recorríamos todos los autódromos porque él era un enamorado del 1/4 de milla”.

Confieso que siento que fue Germán el que manejaba y lo sigue haciendo cada vez que pongo en marcha el auto. Por eso, después de la muerte de Germán, Pepe decidió seguir llevando el auto a las picadas de los viernes: “A los quince días de su fallecimiento, fui hasta el lugar donde guardaba el auto. No sabía ni cómo ponerlo en marcha, pero sentía que corriendo era la manera de mantener viva la memoria de Germán”.

Pepe confiesa que no sabe cómo corrió la primera vez que se sentó en el 128. “Me subí porque me pidieron que el auto siguiera en las pistas y desde ese día me cansé de traer trofeos. Confieso que siento que fue Germán el que manejaba y lo sigue haciendo cada vez que pongo en marcha el auto”.

En el autódromo lo conocen todos y Pepe agradece cada una de las muestras de afecto. “La idea más que nada es darles las gracias a todos los que ponen un granito de arena para darnos fuerza para seguir adelante. Para mí no es fácil entrar a la pista con el auto de mi hijo, pero todos me recuerdan que él está acá conmigo’”. Mientras cuenta anécdotas de Germán, Pepe no puede evitar emocionarse. Se le infla el pecho cuando recuerda que su hijo era solidario y muy amiguero: “Él era un chico tan amoroso, tan dulce. Dejó una marca en todas las personas que lo conocieron. A cada uno lo marcó, porque era muy dulce, muy buena persona”.

Aprender del dolor, concientizar sobre la velocidad

“He venido a mucha velocidad por la autopista con él. Le decía que fuera más despacio y siempre me respondía ‘no pasa nada pá’. Hoy les digo a los padres que se pongan firmes. Yo no tuve a nadie que me lo dijera”.

José recuerda cuando fueron a comprar la moto con la que se mató Germán y qué diferente hubiera sido todo si en ese momento él hubiera tomado dimensión del peligro de la velocidad: “Les repito a los papás y a los chicos, lo que yo hubiera querido que me dijeran: ‘No les compren una moto que es un arma’”.

“Es lo peor que pueden hacerles. Cuando fuimos a buscarla, la primera vez no nos quisieron bajar el precio y yo le dije ‘Germán quizás es Dios que no quiere que te la compre porque te estoy comprando el cajón’. Nunca imaginé que se lo estaba comprando. Al otro día fue el y la señó y le compré el cajón”.

Pepe reconoce que a él también le gustaban las motos, fantaseábamos juntos con la idea de que yo también tuviera una para salir juntos. Hoy que sé cómo fueron las cosas, les digo a los chicos que a la larga o a la corta o terminan accidentados, en terapia o muertos”.

Pepe y Germán en el 1/4 d milla con un trofeo que ganó el joven. Foto: gentileza Pepe Gambera.

Germán en la pista y en los sueños

Por momentos, Pepe quiere hablarles a las personas que, como él, perdieron a un ser querido. Cuenta anécdotas en donde su hijo le manda señales a él y a sus amigos: “Andrés es un amigo de mi hijo al que se le mete en los sueños. Una vez me contó que lo soñó en una conversación en la que estábamos presentes mi mujer y yo”.

En ese sueño, Germán le hablaba de la quinta y de la bomba: “No sé si te ayudará en algo -me dijo cuando me lo contó-. Yo me quedé pensando en eso, pero pasó. A los quince días estábamos probando el auto y el programador me llama y me explica que había un problema y que íbamos a tener que cambiar la quinta. En simultáneo, el mecánico me llama para advertirme que la bomba no andaba. Andrés, que lo había soñado a Germán y estaba ahí se largó a llorar. Yo supe enseguida que no era una casualidad, mi hijo estaba ahí con nosotros”.

No parar nunca

José se dedica a la construcción y subirse al auto de su hijo significa para él ir a su encuentro: “Espero el viernes que es el día de las picadas porque significa mucho para mí estar ahí. Capaz que me levanté a las 5 de la mañana para ir a trabajar y si me toca correr último, vuelvo a casa a las 4 o a las 6 del día siguiente”.

“La mayoría de las veces, casi siempre tenemos la suerte de llegar a la final. No importa si ganamos, voy y corro con los chicos. Cuando ganamos, siento que es mi hijo que me está dando el trofeo y me dice: “Gracias pá como él decía””.

Con Mario Bros y Luigi

Algo muy característico del auto con el que corre Pepe es que tiene dos muñecos gigantes de Super Mario Bros. “Estábamos de vacaciones en La Lucila del Mar y Ger ganó en una máquina el Luigi y el Mario Bros. Los llevaba siempre para todos lados. Esos muñecos estuvieron en la vida de él y él los dejó en el auto. Por eso, ahí siguen firmes y nunca los voy a bajar”. Así como un día decidió subirse al auto de su hijo para sentirlo cerca cada viernes, Pepe afirma que seguirá yendo al autódromo hasta el último día de su vida: “Creo que si me cortan las piernas, me las haría eléctricas porque sé que a él lo debo estar haciendo feliz”.

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