Se recibió de médica y durante dos años hizo dedo para llegar a la universidad

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Patricia Martín tiene 32 años, vive en Darregueira y durante dos años usó esa modalidad para recorrer los 100 km que la separaban de la facultad. Destaca la bondad de quienes aceptaron llevarla para poder recibirse de la profesión de sus sueños. La motivadora historia

El 17 de diciembre de 2022 fue el día en que Patricia Martín puso el punto final al sueño que tuvo desde niña. Ayudar y sanar a las personas siempre fue su vocación y la comenzó a cumplir en 2012 cuando terminó Enfermería, carrera que no puso en práctica laboralmente sino desde que debió quedarse en casa para cuidar a su mamá, papá y marido que habían enfermado.

Fue Chiche, su padre, el que cuatro años más tarde supo que se estaba por abrir la carrera de Medicina gracias un convenio entre dos universidades y a un programa que promueve los estudios universitarios en el interior de la provincia de Buenos Aires. “Me dijo: ‘¡Anotate, si es lo que siempre soñaste!’. Lo hice, pero falleció antes de que comenzara a cursar. A él le debo el primer aliento para luchar por mis sueños, una de las tantísimas cosas que me enseñó”, reconoce emocionada la flamante médica que a los 18 años ya había intentado entrar en la Universidad de Bahía Blanca, pero desistió por no aprobar el curso de ingreso y que creyó que ese no era su destino.

No bajó los brazos. Lo volvió a intentar y hoy admite que llegar a la meta le valió enfrentar seis años de obstáculos, pero los sorteó uno por uno. “Mi papá tenía un autito del año 1992 y justo antes de que empezara Medicina se rompió y como no tenía los medios suficientes para llegar a la universidad, ubicada a 97 km de casa, comencé a hacer dedo todos los días para viajar de ida y de vuelta”, resume sobre los traslados que hizo en camiones de verduras, en autos particulares, con conocidos, desconocidos y todo tipo de vehículos.

Junto a Rodolfo Omar Martín, el papá, María de los Ángeles Valdivieso, la mamá

Todo lo que vivió para llegar a su presente lo agradece y admite que sin la ayuda de las personas que se cruzó en su camino no lo hubiera logrado.

La historia

Patricia nació hace 32 años en Darregueira, una localidad de Puán, al sudoeste de la provincia de Buenos Aires y casi al límite con La Pampa. Su infancia fue tranquila, en su pueblo sereno, al lado de sus padres que le enseñaron lo fundamental que debía saber para encarar la vida: ser buena persona y agradecida.

Siguiendo el sueño de ser médica —que en 2008 implicaba mudarse a estudiar Bahía Blanca, cosa que estaba lejos de sus posibilidades—, se anotó para ser enfermera, se recibió en 2012 aunque no llegó a ejercer esa profesión. No en un hospital.

“Tenía tres enfermos en casa y nunca la ejercí más que en mi domicilio; cuando comenzaron a recuperarse estudié para Martillero y Corredor Público, para mí era un nuevo conocimiento era una vía de escape. Estaba todo el tiempo en mi casa y decidí hacer algo distinto pensando a futuro, para que los pacientes no me sufrieran cuando fuera una enfermera vieja y amargada —se ríe—. Creí que con esa carrera tendría otra salida laboral”, cuenta sobre la segunda profesión que estudió en la Universidad Provincial del Sudoeste (UPSO) y que terminó en 2016.

En ese año, también se especializó como acompañante terapéutica y fue en julio de ese año cuando Chiche, el tornero del pueblo (que tenía una polineuropatía periférica autoinmune que lo había dejado inmovilizado y en silla de ruedas), escuchó en la radio más conocida de Bahía Blanca, la LU2, sobre la novedad que a Pato (como le dicen en casa) le cambiaría el curso de su historia.

Emocionada, lo detalla: “Dijeron que la Universidad Nacional del Sur (de Bahía Blanca), en convenio con la UPSO, abriría la carrera de Medicina con sede en Pigüé y Coronel Suarez, y ahí fue cuando mi viejo me dijo que me anotara. Yo le dije: ´¿Papá, cuándo voy a empezar a trabajar?´ ¡Ya tenía 25 años y tenía que trabajar…! En ese tiempo, gracias a Dios, en mi casa de las enfermedades estaban mucho mejor: mi mamá estaba mucho mejor de la depresión mayor, marido ya había sido trasplantado de médula y mi papá estaba en tratamiento en Buenos Aires… Yo tenía que conseguir un ingreso más antes que seguir estudiando, pero él insistía porque sabía que era lo que soñé toda mi vida. ‘¡No tenés nada que te ate! ¡Yo te voy a apoyar siempre!’, me repetía. ¡Y me anoté y quedé!… Mi viejo estaba contento cuando le conté eso, pero falleció en octubre del 2016 y yo arranqué el curso de ingreso en diciembre de ese año, y en marzo comencé a cursar. No pudo disfrutar de esa parte… —se quiebra—. Me había dejado un Duna viejito, del 92, y tuve tanta mala suerte que durante el verano se rompió y como tenía que trasladarme todos los días los 97 kilómetros para estudiar comencé a dudar sobre arrancar o no… El viaje diario en micro implicaba un gasto enorme, no podía mudarme y sentía que se lo debía a mi viejo, sobre todo; así que lo primero que se me ocurrió para poder viajar fue hacer dedo”.

La primera parte, la cursó en Pigüé, pero luego le tocó ir hasta Coronel Suárez y también a Bahía Blanca. “Viajé hasta allí con un verdulero del pueblo que me llevaba en la caja del camión con la verdura. Algunas veces me acompañaba una amiga e íbamos juntas hasta la universidad. Salía todos los días a las 11 de la mañana para entrar a las 2 de la tarde porque no siempre era fácil que alguien me llevara. Por suerte, nunca tuve inconvenientes durante los viajes, ni en el día ni por la noche, cuando salía a las 6 de la tarde. Pasé noches de mucho frío mientras esperaba”, revive.

Patricia y su hijita Agostina festejaron los 102 años de Tita

Esa dinámica la realizó durante dos años y medio. “Gracias a Dios lo puede hacer y gracias a toda la gente que me llevó hasta la universidad y me trajo hasta casa, por supuesto. También fui una bendecida porque, al conocer mi esfuerzo, tanto la UNS como la UPSO y la Municipalidad de Puán me ayudaron con becas. Sin ese apoyo económico no lo hubiera logrado”.

En el “mientras tanto”, Pato trabajaba como acompañante terapéutica de Tita, una dulce abuela que aún cuida y que acaba de cumplir 102 años. “Iba a cuidarla y visitarla en el hospital bien temprano. Me quedaba con ella durante la mañana y de allí salía a la facultad. Llegaba hasta el costado de la ruta N° 76 para hacer dedo. ¡A Tita la amo! La disfruto como no pude disfruta de mi abuela y le agradezco a la familia por darme la posibilidad de cambiar los horarios y mantenerme el trabajo para que pudiera seguir con la carrera. Ellos, sin dudas, fueron parte de todo este camino”, reconoce.

Cuando estaba en la mitad de ese camino, en 2019, se agrandó la familia y con su marido pudieron comprar un auto. “Quedé embarazada de Agostina, que nació el 22 de enero de 2020, y el 17 de febrero debía volver a clase. ¡Fue muy difícil! Casi largo todo, de verdad. Me tocaba cursar en Coronel Suárez, que estaba a 150 kilómetros de mi casa; por lo que me levantaba todos los días a las 5.00 de la mañana, salía a las 6.00 para estar a las 8.00 en Suárez y volvía a las cuatro o cinco de la tarde. ¡Era insostenible! ¡Me dormía! Después vino la pandemia y pude estudiar desde casa, estar con mi hija todo el día, amamantarla tranquila y como cursaba por Zoom pude verla crecer en su primer año”.

El sostén de la entonces estudiante fue María, su mamá, que años atrás había sufrido una fuerte depresión y que gracias a su nieta volvió a experimentar el amor más inmenso. “Para mi nada hubiera sido posible si ella no cuidaba a mi hija o si no me cuidaba a mi, porque me esperaba con la comida caliente, con la ropa limpia y los ambos planchados y listos para el otro día. Además estaba ahí cada vez que yo quería bajar los brazos”.

También contó con el incondicional apoyo del hombre con el que está en pareja desde los 18 años y que conoció en una noche de boliche. “Me vio, buscó mi número entre conocidos y me pidió que sea la novia…”, cuenta aún sorprendida sobre el amor a primera vista de Claudio Colombatto, su marido que padeció de Linfoma no Hodking (un tipo de cáncer que se origina en el sistema linfático) y que mientras ella se recibía de enfermera en el Hospital Penna, él estaba en quimioterapia.

Patricia junto a sus compañeras en una de las clases

Hoy, está completamente recuperado gracias al trasplante de médula que recibió el 13 de diciembre 2013, cuando Patricia se puso sobre los hombros la campaña para conseguirle dadores de sangre.

FUENTE: INFOBAE

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