Lali Juárez pasó por 33 cirugías después de un incendio que casi le costó la vida. Con los “tatuajes sanadores” pudo sentirse libre.
Una historia de aceptación pura. Cambiar el chip, mirar las cosas positivas y continuar adelante. Lali todavía no cumplió 30 años, pero sufrió quemaduras que afectaron al 30% de su cuerpo. Superó las 30 cirugías reconstructivas para poder recuperar la movilidad después de un accidente doméstico que le cambió la vida cuando recién había cumplido 18 años. En 2010 tuvo un accidente doméstico que dejó su vida en pausa: se incendió su ropa al ir a apagar el fuego de la hornalla mientras preparaba el desayuno, y el fuego terminó propagándose por toda su vestimenta.
Once años después del accidente, Juárez se especializó en criminalística y tanto la teoría como la experiencia le enseñaron a apagar fuegos, pero cuando apenas había terminado el secundario y se encontró en peligro su primera reacción fue correr y eso avivó la llama: “Salí al patio y empecé a sentir que el fuego subía, me estaba por quemar la cabeza y dije ‘me voy a morir’. Entonces entré a casa y abrí la ducha”.
La costumbre traicionó a Lali y al entrar a la bañera para apagar el fuego abrió el paso de agua caliente. Los segundos previos a que empezara a hervir por completo fueron suficientes para apagar el fuego y ver que la ropa que tenía puesta se había convertido en pedazos de tela adherida a restos de piel, se los arrancó y esa fue la última vez que se vio a sí misma en cinco meses.
El después
Para Lali lo más duro empezó después, cuando tuvo que pasar un mes aislada en terapia intensiva sin ver a nadie más que los médicos y enfermeros que iban a asistirla. Luego, durante los cinco meses que estuvo internada, esperaba con ansias los lunes, miércoles y viernes: “Iba al quirófano y estaba feliz porque veía gente, era mi paseo”, cuenta.
En esas 33 cirugías hablaba hasta quedarse dormida por la anestesia y lo disfrutaba porque era el momento en el que dejaba de ver paredes blancas y veía a otras personas. Pero entre cada intervención sentía dolor por movimientos simples, como levantar el brazo para tomar agua. Superar el trauma físico y psicológico es suficientemente complejo, pero además se suma la dificultad de no poder moverse en la recuperación. Cuando Juárez recuerda por qué se negaba a hacer algunas cosas es tajante: “evitás sufrir”. “A tu cerebro le decís ‘mové la pierna’ y no la podés mover porque está en un estado de relajación total. Es desesperante”, sostiene.
Enfrentarse al espejo
En medio de esa situación, en la que las duchas eran largas y asistidas, Juárez tenía que pasar al menos 40 minutos abajo del agua para que las vendas se despegaran de las heridas y después poder higienizarse. El proceso era doloroso e interminable, pero el episodio más fuerte fue en el que llegó la enfermera a avisarle que por primera vez tenía que hacerlo sola.
“Sentís que te están retando, hasta que entendés que lo hacen por tu bien”, reflexiona Lali acerca del proceso. Lali accedió y en cuanto salió se encontró con un espejo: “Cuando me vi fue horrible. Sentía que estaba en una de esas películas en las que van de un cuerpo a otro, sentía que no era yo, como que estaba usando otro cuerpo y ya iba a volver al mío. Era la idea que tenía pero a la vez me daba cuenta de que era yo”, describe. Con el tiempo Lali se fue acostumbrando a lo que le devolvía el espejo, “puede gustarte o no, pero es lo que se refleja”, dice. Y ahora asegura que tiene un sentimiento tan lejano al que vivió en ese momento que le cuesta comprenderlo.
Los “tatuajes sanadores”
Los días de enero posteriores, aunque fueran las tres de la tarde y el sol partiera el asfalto, Lali salía de mangas largas y cuello alto. Pero como cualquier persona que vive sus 20 años, veía influencers en Instagram, y un día se topó con el perfil de una modelo completamente tatuada mientras hablaba con Carla, su mejor amiga, y Erci, la madre.
“Erci me salvó más de una vez”, dice y sonríe. La misma persona que la llevó hasta la clínica cuando sucedió el accidente le mostró una salida a la cárcel que las cicatrices le habían creado y la animó a tatuarse. Junto con Carla hicieron un primer boceto en el brazo de Lali para ver cómo quedarían los tatuajes sobre las heridas y aunque le gustó intentó no demostrarlo y, sobre todo, no ilusionarse.
Después de las cirugías reconstructivas, Lali pasó por cirugías plásticas para intentar sentirse mejor con su imagen: “Había pasado muchos procesos anteriores de operaciones de decir ‘bueno cuando me operé las axilas, o cuando me opere los pechos va a volver a ser todo como antes’, y salía del quirófano y pasaba el tiempo y mis cicatrices seguían estando”.
Averiguó y fue a Mandinga Tattoo, la tienda que se especializa en tatuajes sobre cicatrices y también es conocida por crear obras de arte sobre el pecho de mujeres que tuvieron que atravesar mastectomías para salvar sus vidas. Una vez que encontró un artista en quien confió, también pidió recomendaciones de diseños que se ajusten a las cicatrices y toleró sesiones de más de 8 horas para que desaparecieran de su vista.
Aceptarse
“De a poco fui cambiando el pensamiento y aceptando las cicatrices. Hay muchas partes que no tengo tatuadas y la verdad que tampoco tengo ganas de tatuarme. Creo que fue el proceso que yo tuve que hacer de aceptación. Antes me daba mucha vergüenza decir lo que me había pasado, o que me había tatuado, o aclaraba que abajo de un tatuaje había cicatriz por si se veía. Ahora no me interesa, puedo usar remeras sin mangas, no es mi prioridad. Acepté que tengo marcas y por más que me las tatúe siguen estando porque no las tapo, sino que las decoro. Es como que me siento libre, que es como todo el mundo debería sentirse“, explicó Lali.
FUENTE: CLARÍN