Se quedó ciega a los 58 años, hoy tiene 76 y pinta sus recuerdos

Historias para contar Slider costado

Cristina Escudero vive en Salsipuedes, provincia de Córdoba, es pintora, escritora, y docente jubilada. El arte siempre estuvo presente en su vida: cuando era profesora de catequesis llevaba cuadros que hacía especialmente para cada clase, y en su tiempo libre agarraba los pinceles para volcar la inspiración en repasadores, telas y remeras. Al principio dibujaba caballos, la gran pasión de su padre, y después incorporó personas a los paisajes. Estaba esperando su cuarto hijo cuando fue a una consulta médica, y lo que escuchó la dejó en shock: “En algún momento usted se va a quedar ciega, porque ya no ve nada con el ojo derecho”. Decidió aferrarse a la idea de que no le iba a pasar, que podía faltar mucho, y trató de olvidar de esas palabras. Hace 18 años las recordó a la fuerza, cuando supo que había llegado el día, y desde entonces venció muchos desafíos.

Nació en Rosario, provincia de Santa Fe, fruto del amor de sus padres, que eran adolescentes cuando formaron una familia. “Mi mamá tenía 16 años y a mi papá le faltaba un mes y medio para cumplir los 18 cuando yo nací”, le cuenta Cristina a Infobae. Define a su padre como su “ídolo y modelo a seguir”, y atesora los recuerdos que conserva, porque partió de forma prematura. “Él me enseñaba a oír música, a leer, a cantar, y de la noche a la mañana dejé de verlo y pensé: ‘¿qué hice mal?’, y me crié con un agujero en el pecho porque murió cuando yo tenía 5″, revela.

Aún hoy, a sus 76 años, se emociona cuando habla de su papá, y ese inmenso cariño quedó registrado en muchas de sus obras. “Él amaba los caballos de carreras, y durante mucho tiempo pintaba solo caballos galopando en la naturaleza, porque era algo que nos encantaba ver”, expresa. Desde la infancia sorprendía a sus maestros con su sensibilidad y empatía a la hora de escribir, otra de sus grandes pasiones. “A los 12 años entregué una prueba final en la primaria y me la corrigió un psicólogo que era el director de la escuela, y me dijo: ‘Cuando tengas tu primer libro, ¿me lo vas a dedicar?’, y lo miré incrédula, porque yo a esa edad estaba en la luna de Valencia”, dice con humor."Soy la primera de mi familia que tiene ceguera, no tenía ni la menor idea del braille ni de muchas cosas, y fui aprendiendo", explica“Soy la primera de mi familia que tiene ceguera, no tenía ni la menor idea del braille ni de muchas cosas, y fui aprendiendo”, explica

La risa de Cristina recarga de energía el relato de su vida, al que se brinda con un poco de timidez, pero su simpatía rompe todas las barreras y su sentido del humor resulta un gran aliado para superar las adversidades. Cuando era más grande sintió curiosidad por las artes plásticas, y se acuerda de que una profesora de dibujo le dijo: “Cuando sepa, opine”, y lejos de tomárselo a mal, fue por más. “A mí cuando alguien me hace notar que no sé de un tema, me gusta dedicarme a estudiarlo, incluso ahora lo sigo haciendo, así que fui a estudiar Bellas Artes, y cuando tuve un dibujo más o menos decente para mostrar, se lo llevé a esa maestra”, confiesa.

Más adelante fue ella quien estuvo frente a los alumnos, y disfrutó mucho de la etapa de la docencia. “El docente es un puente entre lo que se conoce y lo que se va conocer, entonces en cada curso nuevo le decía a los chicos: ‘Yo tengo tanto miedo como ustedes, porque ustedes no me conocen ni yo a ustedes. Les traigo una moneda que se llama respeto, se las doy y ustedes me la devuelven, porque para mí ustedes no son adultos enanos, son personas en formación’”, rememora.Dos de las obras que hizo Cristina poco después de quedarse ciega, tituladas "Aprender a volar" y "Dos leones viejos"Dos de las obras que hizo Cristina poco después de quedarse ciega, tituladas “Aprender a volar” y “Dos leones viejos”

Amor magnético

Tenía 25 años cuando un cambio de trabajo la llevó hasta Omar, también docente, su compañero de vida y padre de sus cinco hijos. “Nos conocimos en una escuela en la que él estaba dando un curso, y yo era la nueva”, narra. La química existió desde el primer día, pero hubo varias conversaciones y debates previos a formalizar. “Me desafiaba constantemente porque nos encontramos dos personas muy independientes, autosuficientes, que nos desenvolvíamos muy bien cada uno por su lado, así que hasta que no cedimos y formamos un equipo, no nos dimos cuenta que ya habíamos echado raíces juntos”, reflexiona.

“Me decía: ‘No quiero ser tu príncipe azul, quiero ser tu hombre real’, la verdad es que siempre fue un seductor total, un animal muy magnético”, admite risueña. Se casaron y se mudaron a las sierras cordobesas, cuando uno de sus hijos empeoró de un cuadro de asma. “Era chiquito y me dijo: ‘Mamá, no me quiero morir’, porque no podía respirar, y el clima húmedo no lo estaba ayudando, y los médicos nos dijeron que si nos mudábamos a Córdoba él iba a mejorar; dejamos nuestros trabajamos y vinimos a Salsipuedes, porque la vida de un hijo lo vale todo”, sentencia.

Cuando estaban en la dulce espera del cuarto integrante de la familia sufrieron un robo en su casa, y Cristina cuenta que justo después de ese momento, donde tuvo miedo por su vida y la de sus hijos, empezó a notar que su visión empeoraba. “Siempre me decían: ‘Debe ser el polvillo de la tiza, el cansancio visual, de tanto leer y corregir, pero fui a una consulta poco después de que nos robaran, que fue un momento muy feo, y ahí el médico me explicó que me había subido la presión ocular de golpe por el estrés que pasé, que no había irrigación, y que mi ojo derecho directamente estaba ciego”, cuenta.En 2012 escribió el guion de la obra de teatro "Volver a empezar, desmitificación de la ceguera", y la interpretó junto a sus compañeros de taller de pinturaEn 2012 escribió el guion de la obra de teatro “Volver a empezar, desmitificación de la ceguera”, y la interpretó junto a sus compañeros de taller de pintura

Mientras intentaba recuperarse de ese primer impacto, lo que siguió le resultó más difícil de procesar. “Me dijo que en algún momento de mi vida me iba a quedar ciega por completo, una ceguera total y real, salí del consultorio con mi panza, empecé a caminar por el boulevard, tenía pensamientos muy dolorosos,y me convencí de que no me iba a pasar nunca nada”, asegura. En ese entonces, Omar le dijo: “Si la diferencia es ver o no ver, yo voy a ser tus ojos cuando los necesites”, una promesa que cumplió 30 años después, cuando Cristina notó que algo le estaba pasando de nuevo.

“Estaba bañando a mi nieta y llamé a mi marido para decirle: ‘Vamos al médico porque no veo’, y el oftalmólogo nos confirmó que hacía un año que yo ya no estaba viendo bien, que muchas cosas las hacía de memoria, me movía más o menos por los mismos lugares porque los conocía, y como siempre estuve llena de trabajo, no sabía quedarme quieta, que me sucede hasta hoy, jamás me detuve a pensarlo mucho”, confiesa. A pesar de que sus membranas oculares estaban muy delicadas, quedaba una última alternativa, una cirugía para intentar vencer la carrera contra el tiempo.

“Me operé, tuve una pequeña rehabilitación y gracias a unos cristales especiales pude volver a ver durante 13 meses, y de una manera que hacía añares que no veía. Fue hermoso porque no paraba de descubrir cosas, una maravilla observar todo”, revela. Le habían advertido que el resultado era un tanto inestable, y que no había forma de predecir cuánto tiempo funcionaría. “A los 58 años dejé de ver definitivamente, y el llanto y el grito de mi esposo en el consultorio no me lo voy a olvidar nunca”, expresa con pesar."Me gusta representar el amor, me recuerda a mi marido, que un 15 de agosto me propuso ser pareja y formar una familia, y así lo hicimos por 37 años", expresa sobre la inspiración de sus pinturas“Me gusta representar el amor, me recuerda a mi marido, que un 15 de agosto me propuso ser pareja y formar una familia, y así lo hicimos por 37 años”, expresa sobre la inspiración de sus pinturas

Empezar de nuevo

Los siguientes cinco años Omar hizo valer su palabra y la acompañó en cada uno de los retos desconocidos que implicó aprender todo otra vez. “No tenía ningún caso en mi familia de alguien que haya tenido problemas de visión, por ende era realmente un mundo del que yo no sabía nada”, explica. Lo que más temor le generaba era perder su independencia, y con sinceridad confiesa que “no tuvo tiempo de llorar”, porque percibía la tristeza e impotencia de sus seres queridos, y se concentró en contenerlos.

“La realidad es que son dos vidas distintas, y genera un proceso de soledad, porque en ese momento sentís que nadie te puede entender lo que estás pasando”, indica. Por ese entonces seguía dedicada a las clases de catequesis y brindaba ayuda social junto a sus amigas, que fueron pilares que la ayudaron a recuperar la energía positiva que la caracteriza. “Mis hijos pensaban: ¿Qué va a hacer ahora esta mujer que se pasó la vida leyendo y escribiendo? ¿Cómo se va a levantar de esto?Pero yo soy una mujer de cambios, y aprendí, primero a ir hasta el dormitorio sola, haciendo culipatín hasta el cuarto, me apoyo en la cama en un ángulo de 90 grados y voy subiendo hasta sentarme y acostarme; y ahora directamente me cocino sola, limpio la casa, pinto, hago de todo”, celebra, y dice que la torta invertida de manzanas es una de sus especialidades, y la que más sorprende a sus invitados cuando les cuenta que la hizo ella en una olla.En una de las presentaciones de sus libros: Cristina elije algunas amigas para apreciar los relatos en sus vocesEn una de las presentaciones de sus libros: Cristina elije algunas amigas para apreciar los relatos en sus voces

El verdadero momento en que sintió que su resiliencia no iba a ser suficiente para recuperarse fue cuando murió su marido. “Omar se me fue un Día de los Inocentes, un 28 de diciembre de 2010, y la verdad es que no me dolió tanto la ceguera como perder a mi compañero de 37 años, que hace 12 años no está para decirme buen día, para hacerme trampa en los crucigramas, para debatir, y yo todavía estoy enamorada de él”, manifiesta conmovida. En medio del duelo, sus hijos armaron un listado de horarios para turnarse y que ella estuviera permanentemente acompañada.

“Al principio estaba como una autómata, hasta que un día le dije a una de mis hijas que no quería más turnos para visitarme, que era hora de que yo aprendiera a vivir sin su padre, y con ellos conteniéndome todo el tiempo era imposible”, revela. En marzo de 2011 escuchó un anuncio de la Municipalidad de Salsipuedes sobre un curso de pintura para ciegos, y le despertó curiosidad e interés. “Me acompañó otra de mis hijas y le pedí que me dejara sola, que yo necesitaba vivir esa experiencia de manera independiente, y ahí conocí a Carolina de Mónaco, la profesora a cargo del taller, y a un montón de personas que me aceptaron sin conocerme, sin saber nada de mí, y que estuvieron dispuestos a sortear todos los ‘no’ que yo tenía en la boca, porque no quería hacer nada, estaba sin ánimo para todo, no quería salir de mi casa, únicamente iba a mis clases de pintura”, reconoce.

Lo primero que le dijo la docente fue: “Ahora no tenés un pincel, sino 10, por cada uno de tus dedos”. “Me dio unas tablitas con unos puntitos para estudiar para la próxima clase, que eran los colores codificados, y aprendí a pedir los colores, los voy mezclando, y me fui animando de a poco a usar algunos truquitos, recursos de invención mía para que tuvieran una doble finalidad”, cuenta. Recurrió a una de sus amigas, artista plástica de profesión, para pedirle consejos, y su familia también colaboró para que ella pudiera reencontrarse con una de sus grandes pasiones."Muchas de las pinturas las he donado, algunas las vendí, pero realmente me cuesta desprenderme porque son como hijos para mí", admite la artista“Muchas de las pinturas las he donado, algunas las vendí, pero realmente me cuesta desprenderme porque son como hijos para mí”, admite la artista

Los ojos del alma

“Mi hija le sacaba una foto a los cuadros que yo estaba haciendo, se las mandaba a mi amiga, que me aportaba su mirada, y como yo soy muy exigente le pedía que me dijera cómo se veía el vestido de la mujer que yo estaba dibujando, y que me describiera exactamente cómo se veía la tela. Si yo quería lograr que pareciera seda y se veía como jersey, corregía y lo volvía a hacer”, detalla. Cada vez se fue animando a más, y durante la pandemia se propuso hacer una representación de Cristo.

“Yo quería pintar luz, porque los ciegos vemos con las yemas de lo dedos, y entonces hice una prueba con ese cuadro: le pedí a alguien que ve que me dijeran qué veía, y me decía que eran chorros de colores, con formas, distancias, y al día siguiente le pedí a un ciego que viniera y me preguntó: ‘¿Puede ser que haya cabello?’, ‘Es alguien como con túnica, ¿es un ángel?, y así fue identificando los pies, las manos, la cara, todo lo que alguien que sí ve en un primer momento no lo percibe, porque tiene que estar a una cierta distancia para verlo”, explica. Esa aproximación sensorial forma parte de su sello personal en cada una de las 100 obras que hizo en los últimos 12 años.

Clase tras clase, empezó a revivir lo que había aprendido durante su formación en Bellas Artes, y recordó un ejercicio en particular. “Un profesor nos puso un lienzo con una manzana en un círculo, y cada uno tenía que decir lo que veía, y parecía simple, pero no todos veíamos lo mismo; entonces él nos dijo: ‘La verdad es solo un punto de vista y todos tenemos un trozo de ella, tengan en cuenta eso para la vida misma’”. Cristina conserva amistades que datan de más de 24 años, y sus amigas suelen decirle que “sus cuadros hablan”, porque cada una interpreta diferentes mensajes en sus creaciones."Pinto con acrílico porque con óleo no tengo paciencia para esperar que se seque", confiesa con humor Cristina Escudero“Pinto con acrílico porque con óleo no tengo paciencia para esperar que se seque”, confiesa con humor Cristina Escudero

“No soy copista, todo lo que pinto es fruto de mi imaginación y de mi memoria, que soy una privilegiada por la memoria que tengo, y fui muy observadora a lo largo de mi vida, algo que descubrí cuando me quedé ciega”, confiesa. Su profesora de taller se lo hizo notar, cuando empezaron a conversar sobre una de sus pinturas. “Soy el colmo porque soy ciega y discuto sobre sobre volumen, profundidad, sombras y colores, porque aunque no veo soy una artista que usa apoyo visual para comunicar”, dice entre risas.

A cada uno de sus hijos y a sus amigas les pide que le cuenten de manera detallada lo que va creando. “Por supuesto que necesito mucho los ojos del otro, necesito de esas ayudas, pero el resto lo puedo hacer sola”, comenta con orgullo. Las temáticas que fue abarcando fueron cada vez más amplias, desde paisajes, animales, parejas, y algunos años atrás presentó una muestra que llamó “Con los ojos del alma”. Recopiló varios de sus cuadros, y dejó boquiabiertos a todos sus allegados.

Hay un recuerdo muy mío, de una mujer que anda a caballo, vestida con transparencia, que se va abriendo paso en el agua mientras el caballo salpica con agua, y estuve ocho horas para pintar ese cuadro, sin darme cuenta que tenía gente que iba y venía alrededor mío, observando; yo solo pedía lo que necesitaba, cada uno de los colores, los pinceles, y me vieron hacerlo desde el principio hasta el final, sin poder creer, y es uno de los que más llamó la atención por los detalles que tiene”, revela. En otra de las obras representó a una pareja en un momento de intimidad. “Para mí no hay nada más bonito que el cuerpo humano, y uso mucho las sombras para recrear situaciones, solo que no son sombras difusas, tienen forma y contraste”, describe.Una de las pinturas preferidas de Cristina, que forma parte de la muestra "Con los ojos del alma", que presentó en el Centro Cultural Casa de PepinoUna de las pinturas preferidas de Cristina, que forma parte de la muestra “Con los ojos del alma”, que presentó en el Centro Cultural Casa de Pepino

Tres sueños cumplidos

“Para mí es muy importante sentir la vida, no solo vivirla, y yo vivo y siento en cada cosa que hago”, asegura. Aquellas palabras que le dijo el director de su escuela cuando era solo una niña, también quedaron sobrevolando en su mente, y se dispuso a escribir no un libro, sino tres, y cada uno lleva en la portada una de sus obras de arte. “A veces cuando termino de escribir, toco la hoja y me doy cuenta que está mojada, porque estuve llorando”, expresa. Tiene un cuaderno con hojas lisas con cartón calado que le indica dónde comienza cada renglón.

“Escribo con una imprenta horrorosa, y después vienen las víctimas, o sea, mis amistades, que les digo que me lean”, relata con humor. A medida que le leen en voz alta las oraciones que plasmó, le van consultando dónde quiere marcar signos de puntuación, si quiere borrar alguna frase, y luego otra amiga se lo transcribe en la computadora, lo imprime y se lo lleva a su casa para que su editora vaya a retirar el material y le de los toques finales. Su primer libro publicado, Subir los remos, es un relato lineal que habla sobre los encuentros del destinos, la soledad, el valor de cada vida y la capacidad de contarla mediante dos virtudes humanas: aprender y agradecer.

Cordones sueltos fue su segunda publicación, y tal como su título indica refiere al desafío de vivir con la sensación de tener los cordones sueltos. “Indican un riesgo, es como la experiencia de tocar sin ver, de oler sin saber que hay dentro de la caja, con delicadeza y cuidado, de mantener los ojos bien abiertos, atentos para evitar una caída o resbalón, y aprender a tomar el riesgo con cierta precaución”, explica la autora. El tercero, que fue presentado en agosto de 2023, se llama Antes y después, y es un reflejo de los contrastes que vivenció en la última década: preguntas y certezas; sinceridad y gran aceptación; intensidad y gratitud, todo contado desde el hilo de su memoria.Las portadas de los tres libros que publicó Cristina Escudero en los últimos 12 años (Fotos: Gentileza Cristina Escudero)Las portadas de los tres libros que publicó Cristina Escudero en los últimos 12 años (Fotos: Gentileza Cristina Escudero)

“Somos personas en constante metamorfosis, y antes me dolía mucho la discriminación, porque cuando se daban cuenta que soy ciega y empezaban a correrse y alejarse de mi. Hoy soy mucho más caradura y les digo: ‘Lo que yo tengo no es contagioso’, y me apoyo mucho en mi familia y en todos los compañeros del taller, que lo único que querían era tenderme la mano, y yo misma muchas veces me puse una barrera y me aislé”, confiesa. Con el tiempo comprendió la diferencia entre contemplar, observar, percibir, y ver, y descubrió que son muchas las maneras en que puede continuar con su arte.

“En cualquier tipo de discapacidad el límite lo pone uno, sino no habría gente que pinta con la boca, o con los pies, y con la discapacidad visual pasa lo mismo, ellímite está dentro nuestro, y yo aprendí a amar de cierta manera la ceguera y el silencio”, confiesa. Hace poco su hija mayor le preguntó qué haría si hubiera avances en la ciencia que permitieran que con otra operación ella recupere la vista, y Cristina le respondió que no se sometería a otra cirugía. “Quizá alguna vez fue algo con lo que soñé, pero hoy ya no, hoy estoy muy conforme con la vida que tengo, aun con el terrible dolor que significó perder a mi marido, y mi intención es demostrar que no están solos, que vale la pena animarse a salir de la soledad; quiero devolver todo lo que me dieron y tratar de salvar a alguien más, porque cuando me toque devolver el vestido de la vida, lo voy a devolver bastante usado”, concluye.

FUENTE INFOBAE

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