Martin Irrazábal (45) practica tenis, boxeo y running adaptado. Le debieron amputar ambas extremidades para salvarle la vida luego del casi fatal accidente que sufrió sobre un poste de luz.
Era su día franco: sábado de noviembre de 2000. Igual quiso ayudar a un amigo a hacer una conexión eléctrica en el barrio de Wilde.Martín Irrazábal puso una escalera al pie del poste de luz, y subió a reparar el desperfecto. Llegó a tensarlo, pero una descarga de 13.200 voltios lo noqueó. Después de ser “chupado”, cayó en el suelo tendido. Estuvo 10 minutos muerto o eso parecía.
Tres días después del casi fatal accidente, mientras estaba en coma, a Martin debieron realizarle una doble amputación a la altura de la rodilla: eran sus piernas o su vida. “La descarga buscó salir por algún lado. Podría haber sido mis brazos o cualquier otra parte del cuerpo”, cuenta. Le dejó el 70% del cuerpo quemado, un coágulo en la cabeza y otras secuelas de salud que aparecieron tiempo después.
“Me levanté después de la descarga y empecé a correr por el barrio. Los vecinos se asustaron porque pensaron que había muerto ahí. El único dolor que sentía era en las piernas”, relata sobre el dramático momento en que su vida cambió para siempre.
Dos décadas más tarde, Martín, de 45 años ahora, entra en calor sobre uno de los andariveles de la pista de atletismo del Parque Chacabuco, con sus prótesis deportivas de carbono diseñadas para correr. “Desde 2015 vengo a entrenar todos los miércoles y sábados. Hago unos 400 metros en velocidad. El resto de la semana juego tenis adaptado de pie, boxeo y hago fierros. ¡Pensar que los médicos le decían a mi familia que no iba a sobrevivir!”, sonríe orgulloso.
Martin estuvo un rato para sacarse sus prótesis de caminar y colocarse las deportivas, con el dolor físico y la molestia que eso implica. “Una vez que el músculo entra en calor, el muñón se hincha y tengo que esperar para el recambio…”, señalando todo el proceso.
Segundo de cuatro hermanos, Martín creció en Gerli, conurbano sur de Buenos Aires. Su padre abandonó la casa cuando era muy chico y los crió su madre . ”Nunca nos faltó ni sobró nada. Mi vieja era todo para mí, una gran leona, y me inculcó los mejores valores”, la recuerda emocionado.
Ella falleció seis meses antes de su accidente. por una enfermedad terminal. “Me costó mucho superar su partida, te diría que doy cualquier cosa por tenerla acá aunque sea cinco minutos. Estando en coma la vi más de una vez, y fue mi luz para volver”.
“El deporte es vida”, repite todo el tiempo. Para Martin fue una actividad fundamental, una especie de motor. Luego de la amputación, tuvo que aprender a volver a caminar, un proceso largo y doloroso.
Los especialistas le dijeron que era imposible que lo hiciera con normalidad, pero Martin luchó con toda su fuerza. “Iba todos los días al centro de rehabilitación, hacia todo y más de lo que me pedían. Me encerré en mí, en como que no me había pasado nada, y le di para adelante”. Al mes daba sus primeros pasos, a los dos meses no necesitaba más el andador y luego dejó el bastón.
Después llegó a la actividad física más exigente. “Empecé a entrenar solo, sin ayuda de nadie… era como estar sentado arriba de un clavo, lloraba todos los días, no por las piernas por estar arriba de unas prótesis”.
Recién en 2015 Martin recibió sus prótesis deportivas. Inquieto, se contactó con su actual entrenador Oscar Ruiz. “Quiero correr”, le dijo. Y así fue como se las puso y salió sin pensarlo. “Es tocar el cielo con las manos. Cada día me supero”.