Norma Morandini: “Los argentinos estamos obligados a construir una sociedad democrática”

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Hoy, 10 de diciembre, nuestra sociedad es aprovechada por una fecha fundamental para pensar en nuestro pasado y proyectar nuestro futuro: el Día de los Derechos Humanos y Democracia.

En este marco conversamos con Norma Morandini, periodista, política, ex senadora nacional, y una mujer con un vínculo inquebrantable con los derechos humanos.


– ¿Sobre qué deberíamos detenernos a reflexionar los argentinos en el día de hoy en el que confluyen dos hechos más que significativos: el Día Internacional de los Derechos Humanos y el comienzo de la democracia en 1983?

Poco reparamos en la deliberada coincidencia del 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, con la restauración de la democracia. A riesgo de decir siempre lo mismo, creo que la democracia nació de la manera más auspiciosa con el juicio y condena a las Juntas Militares, pero postergamos o descuidamos una educación auténticamente democrática, el antídoto eficaz que han utilizado sociedades que, como la nuestra, debieron lidiar con un pasado trágico. Dejamos en los tribunales la condena, pero la sociedad no se involucró totalmente para hacer efectivo el Nunca Mas, el mayor consenso del que fuimos capaces. Cuando digo la sociedad me refiero esencialmente a la dirigencia política, cultural, mediática, religiosa. Denunciamos las violaciones de los derechos humanos pero no anunciamos qué son los derechos humanos, como derechos democráticos. Los que poseen las personas sólo por su condición de personas, no son la dádiva de ningún gobierno. Una filosofía jurídica que fue encadenando a los estados en beneficio de la evolución democrática. Argentina incorporó a la Constitución reformada de 1994 una decena de tratados internacionales de derechos humanos que dieron un impulso democratizador en la primera década democrática y no respetados después.

– Has escrito numerosos artículos y publicado libros siempre en torno a estos temas que son vitales en la vida de las sociedad. ¿Cuál es tu mirada y sentimiento sobre nuestra realidad casi 40 años de democracia?

Efectivamente, a las sociedades se las conoce por lo que les interesa, por las personas o las ideas. Me temo que las crisis económicas, las del dinero, han contaminado nuestra vida de convivencia. Sólo se habla de cifras, de números, nunca del deber ser democrático. Con la llegada del peronismo, su pragmatismo, su idea autoritaria de movimiento, y la apropiación política de la memoria histórica que en una democracia debe ser plural, impide que se democratice la política porque el gran cadáver que deja la dictadura es precisamente la muerte de la política, que no es otra cuestión que la solución de los problemas y la convivencia en paz. Luego el adoctrinamiento en las escuelas y las universidades han naturalizado fenómenos que son claramente antidemocráticos como son los personalismos, el culto a la personalidad, las dinastías políticas de provincia, el nepotismo, el Parlamento manejado a control remoto desde el Ejecutivo, la domesticación de la Justicia, la corrupción que en lugar de rehabilitar la política la han degradado. Todos tenemos una parte de responsabilidad. Me pregunto si no hay en nuestro país mucha culpa escondida y por eso se sobreactua. La invocación de las víctimas, de nuestros muertos ha funcionado como un chantaje emocional eficaz. No denuncies porque le haces el juego a la derecha, dicen desde la izquierda, y me pregunto, cuándo le haremos el juego a la democracia.

– La tragedia de la violencia en la Argentina y, fundamentalmente de los años 70, ha dejado marcas para siempre en la vida de la gente que padeció dolores únicos e intransferibles que aún perduran. En la política ha provocado una grieta que nos enfrenta otra vez. ¿Creés que la Argentina no ha sabido o no ha podido procesar debidamente lo que nos ocurrió?

Dicen que para tener una relación serena con el pasado debe haberse erradicado el miedo y la ira. O sea, se necesita de tiempo. Cada nueva generación que se va incorporando al repertorio de la historia tiene derecho a hacer sus preguntas, indagar sobre el pasado. Pero no se puede mentir para utilizar la memoria trágica con finalidad política electoral. La verdad puede prescindir de la justicia, pero la justicia no puede prescindir de la verdad.En algún momento, como el dolor, encuentra una rendija para salir.

– La película 1985 ha despertado mucho debate desde la política, fundamentalmente por sus omisiones y simplificaciones; pero también ha despertado emoción y sorpresa en muchos jóvenes que desconocían este capítulo de la historia ¿Coincidís? ¿Cuál es tu opinión?

La película es un hecho artístico de ficción sobre un juicio que sucedió, cuyos protagonistas están vivos. Un juicio histórico, efectivamente, porque por primera vez un tribunal civil condenó a otrora poderosos dictadores. Como ficción de una realidad no se le puede pedir rigurosidad histórica ya que se trata de los dilemas personales del fiscal Strassera, pero al final, los carteles introducen la realidad que elude el indulto de Menem a los dictadores, cuyo juicio es el tema de la película. Pero es una maravilla lo que concita, el interés en un juicio que en la época se hizo a espaldas de la sociedad porque todavía había miedo y los autos Falcon estacionaban en las puertas de los Tribunales. Ya nadie tiene miedo de hablar del juicio, en la época, nadie hablaba. Los editoriales de los grandes diarios pedían pasar la hoja, y muchos decían “algo habrán hecho” y “por algo será” para justificar las muertes y las desapariciones. Hasta que empezó a surgir la verdad porque el juicio reconstruyó el rompecabezas del terrorismo de Estado. No teníamos idea de su magnitud ni perversidad. Yo cubrí el juicio como corresponsal del diario O’Globo de Brasil y de la revista española Cambio 16, escribí un libro, “De la culpa al perdón”, que nadie quiso publicar inicialmente, y cuando ahora he narrado algunas cuestiones del juicio como que teníamos prohibido el uso del grabador, me doy cuenta de todo lo que se ignora y en parte explica lo que suscita. La película actuó como un catalizador para restituir la verdad que el relato kirchnerista distorsiono al eludir a Raúl Alfonsín y a la Conadep, sin la cual el fiscal no habría podido, con sus jóvenes y comprometidos ayudantes, reunir la prueba que permitió a los jueces las condenas. En Argentina todo fue oculto, desde las bombas y los secuestros de la guerrilla, a la represión y la siniestra modalidad de los desaparecidos, ocultos en campos de detención clandestina, y luego hicieron desaparecer sus cadáveres para negar los crímenes. Mucho debe todavía aparecer ante la luz pública, es una obligación de la democracia.


Hay que repetir hasta el hartazgo que no se puede equiparar la violencia del Estado con la de los grupos armados de la guerrilla, pero para mí, hay un solo demonio: la violencia política. Y si dejamos todo en manos del demonio, los seres humanos no tenemos ninguna responsabilidad. Ponemos las culpas afuera.

– Tu libro Silencios, un legado para todos de enorme sensibilidad y profunda y sincera reflexión, puede ser tomado desde varios lados, pero me quedo con lo que dice Loris Zanata, que es “una semilla de esperanza”. ¿Qué caminos deberá tomar la Argentina para su reencuentro?

Conciencia de lo que nos pasó. Qué es lo más grave que le sucede a una sociedad sino una guerra civil o la humillación de una guerra perdida, la de Malvinas que nadie acepta como derrota, una guerra detonada por dictadores. Necesitamos más democracia, verdadera democracia que no se reduzca a las elecciones. La igualdad ante la ley, el derecho a decir. En democracia no es relevante pensar diferente sino cuánto somos capaces de respetar esas diferencias. La violencia de la dictadura y la violencia verbal de los últimos tiempos son la prueba de que carecemos de una cultura auténticamente democrática. Mi generación fue perseguida por tener ideas de izquierda, no se puede perseguir a quienes tienen un pensamiento conservador o de derechas. No es delito pensar, ni decir, sin incitar al odio y a la violencia. Todo dentro de la legalidad democrática. Tenemos que hacer pedagogía, hay una gran confusión de la que se aprovechan los autoritarios. Tenemos que limpiar las palabras de sus connotaciones, los derechos humanos son los que consagran la vida, defienden al ciudadano de las prepotencias de los estados, todos tenemos derecho a protestar, pero no se pueden cometer delitos con la protesta. Creo que ese es el mayor daño de los últimos tiempos, haber distorsionado el verdadero significado de la vida de convivencia democrática.

– Sos una luchadora que enfrenta siempre la adversidad con ideas y fuerza, con el pensamiento y la palabra, que privilegias la justicia y la vida por sobre todo. Te pido tu reflexión en este día, tu anhelo personal.

Como escribió Borges, somos la justificación de nuestros muertos. Vivo la desaparición de mis hermanos como la muerte de tantos argentinos, como una inmolación histórica. Ellos murieron para que los argentinos entendiéramos el valor de la democracia. Para darle un sentido a ese sacrificio colectivo, los argentinos estamos obligados a construir una sociedad democrática que es el antídoto que han encontrado los países que, como en Europa, debieron lidiar con un pasado trágico y hoy son sociedades prósperas desarrolladas. ¿O queremos seguir matándonos a perpetuidad?

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