Mujeres de más de 50 años desfilaron contra los estereotipos

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Más de veinte mujeres de más de cincuenta años, integrantes del colectivo “La Revolución de las Viejas”, desfilaron en el Centro Cultural Borges para habilitar formas alternativas de habitar la vejez. “Somos lo que somos y queremos mostrar nuestros cuerpos deseantes, con disfrute… como son”

Post pandemia, los domingos no lucen igual en el centro porteño. Las calles están vacías cuando cae la tarde. Los locales y restaurantes que no resistieron el aislamiento quedaron ahí, como posando en una foto de lo que ya no es. Solo algunos y algunas turistas deambulan con bolsas de compras. Tampoco tantas bolsas. Pero mientras un fin de semana cualquiera de diciembre parecía acabar sin grandes sobresaltos, en el Centro Cultural Borges se vivía una revolución. Una revolución de viejas,-”orgullosamente viejas”-, en malla, con tatuajes y cabellos flúor. Viejas que se atrevieron a desfilar para romper con lo establecido. Una marea plateada con fuerza de maremoto que se formó al grito del derecho al buen vivir, también en las vejeces.

“Se nos ocurrió hace unos meses hacer un desfile. Sabemos que ya muchas marcas utilizan les modeles antihegemónicos. Pero creemos que todavía nadie se había animado a hacer un desfile con viejas que no sean divinas, brillantes como presenta a veces la revista Vogue. Viejas como somos. Lo que buscamos con este desfile fue darnos permiso para habitar nuestros cuerpos, para poder sacarnos tantos prejuicios. No queremos encerrarnos en nuestras casas, llenas de trapos arriba. Somos lo que somos y queremos mostrar nuestros cuerpos deseantes, con disfrute… como son”, cuenta Marcia Amoroso, productora ejecutiva del desfile que tuvo como protagonistas a mujeres categoría +50, integrantes del colectivo “La Revolución de las viejas”.

Gaby Mena, desfiló espléndida, en traje de baño y su pelo carré azul eléctrico

Gaby Mena tiene 61 años. Su pelo carré azul eléctrico hace juego con el marco de los anteojos. Acaba de caminar el salón del Borges que hizo de pasarela en traje de baño, sonriendo. Espléndida.

 “El territorio de hacerse grande es muy amplio y a veces asusta, pero con amigas no te asusta nada. Se trata de eso. En vez de verte venir la edad como un tren, de verte las arrugas como un fracaso, lo que queremos es cambiar todo. Organizar una vejez que se extiende más, porque ya no hay una tercera edad, hay una cuarta edad que llega hasta los 90, 100 años. La Revolución de las viejas es un movimiento federal súper transgresor en una edad en que la gente no espera que hagamos cosas transgresoras. Es una red porque estamos convencidas de que la salida es colectiva. Solas no nos hubiéramos animado y acá estamos: desfilando en el Centro Cultural Borges con gente aplaudiéndonos. Yo me sentí una diosa y eso es lo que te hacen las demás. Cuando tenés una red que te sostiene jugas en equipo. No es Messi solo, es el equipo que funciona. Bueno, esto es igual”.

Modelan contoneando. Miran al público a los ojos y saludan. Caminan, no marchan. Recorren el espacio, se deslizan, lo disfrutan. Manejan el timing. Otro timing: suave, tranquilo. Da paz verlas pasar.

Gabriela Schulz es muy alta, por eso su figura asoma pronto desde la escalera mecánica. Eligió un look fresco, veraniego, amarillo de punta a punta. La ropa acompaña: no aprieta, no oculta ni encorseta las formas. Al contrario, cada prenda parece acariciarlas.

“El desfile fue un regalo inesperado porque ninguna de las que pegamos la vuelta había desfilado nunca, ni nos imaginábamos que podíamos hacerlo. No somos mujeres de tapa. Pero nos encantó, nos dimos ánimo, la pasamos bien. A la vez es una manera de convocar y de poder decir, de que nos vean otras mujeres y también se lancen a hacer cosas. Está bueno dejarnos crecer las alas, saber que juntas podamos y que nos quedan un montón de años para vivir, décadas. La expectativa de vida se extendió y nosotras nos tenemos que subir a esa ola, hacernos cargo de esa extensión, elegir vivirlo bien con salud y lo mejor posible”.

"El desfile fue un regalo inesperado", dijo una de las modelos, Gaby Schulz, con un vestido amarillo que acompañaba sus formas

Entre las sillas mira una de las hijas de Gabriela. Una piba orgullosa de su vieja. “Cuando te empezás a nombrar vieja lo primero que te dicen es `pero no Gabi, vos estás bárbara´. Y sí, porque estar vieja no es estar decrépita o hecha mierda o enferma. Estamos viejas y queremos estar bien, con salud, con alegría, con deseo. Ser vieja es tener vida atrás, no es una mala palabra. Lo que está mal es que la sociedad piense la vejez en términos de ineptitud, de cosa caduca, que no tiene retorno. A eso nos resistimos. No nos importa ser viejas, nos parece que está buenísimo. El tema es pensarnos desde un lugar de potencialidad”.

Para Gabriela, el rito de iniciación hacia su ser envejeciente comenzó con el fin de la tintura. El día que decidió dejarse las canas sintió que habilitaba una etapa diferente en su vida.

 “Fue todo un tema verme las canas, conocerlas, porque venía de teñirme durante casi 40 años. Fue algo fuerte. Al mismo tiempo, entender que hay un montón de derechos que nos merecemos como personas grandes. Falta la palabra de las viejas en la sociedad. Realmente hay un lugar que tenemos que ocupar como mujeres grandes. Muchas hemos criado hijos, algunas no, pero todas tenemos una trayectoria, un recorrido, una experiencia que está bueno poner en acto, en palabras. Saber que seguimos activas, que podemos seguir haciendo cosas”.

Hijas del pañuelo blanco y madres del pañuelo verde, las viejas militan el cambio cultural. Con sus cuerpos gozosos, canosos, llenos de vida y sapiencia, aprenden y enseñan que envejecer está de moda. Las viejas ya son tendencia.

FUENTE: INFOBAE

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