Martín Kremenchuzky: “Me siento orgulloso de ser ciego”

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POR ALEXANDRA BARRETO

Su discapacidad no fue impedimento para ser triatleta, maratonista y motivador.

Dice la frase de Jorge Luis Borges: “Los poetas como los ciegos, pueden ver en la oscuridad”, esa oscuridad fue la que llevó a Martín a lograr ser el  primer y único Ironman argentino ciego. También el único sordo-ciego en el mundo en conseguirlo. Se sometió a una competencia realmente exigente que comprende natación, ciclismo y carrera a pie.

Nació en Buenos Aires y a los 35 años perdió totalmente la visión debido a una enfermedad que comenzó cuando tenía 4 años: el síndrome de Usher, un trastorno genético que produce sordera y ceguera. A los 5 empezó a usar audífonos y posteriormente tuvo un problema de campo visual: dejó de ver de noche y poco después quedó ciego. En la escuela se rodeó de muchos compañeros que lo ayudaban con los apuntes. Reconoce que sufrió mucho porque no quería darse por vencido y no demostrar su discapacidad pero con el tiempo se dio cuenta que exigirse más de lo que podía, no le hacía bien. “Estudié en una institución que no era para personas con discapacidad, me acostumbré, tuve muchos amigos y maestras que me ayudaron”. Agrega que su familia al inicio veía con angustia su falencia física, lo que no le permitía salir adelante. “Me decían, Martín cuidado no hagas esto o aquello pero luego conocí gente que a pesar de la ceguera me incentivó y me sirvió para empezar cosas impensadas”.

Un año entero estuvo deprimido, tirado en una cama sin hacer nada. Amargado, renegando de la vida por lo que le pasaba, pero fue su hijo Toto quien lo ayudó a salir del pozo. “No quería que me viese como un pobrecito, así que decidí iniciar una nueva vida”. Su mayor dolor es que no podía ver crecer a su vástago.

Kremenchuzky se recibió de ingeniero de sistemas, estuvo casado, pero la relación se desgastó por muchos factores entre ellos que ambos son de diversas religiones. Su ex pareja es adventista y él es judío, confiesa que aunque no es religioso, cree en ser un ejemplo de vida de otra manera. Sostiene que durante su matrimonio (duró 9 años) negó su discapacidad mientras era disminuido visual: “Trataba de aparentar que no pasaba nada, pero no pude disimularlo”.

“Antes era materialista, toqué fondo, sufría sin sentido. Luego aprendí que los buenos momentos se viven con pocas cosas y soy un agradecido con la vida”. Por otro lado, revela que es un  amante de la adrenalina que le producen los deportes extremos.

Aprendió a bailar rock and roll y en una de sus clases el amor llamó a la puerta por segunda vez  con una de las alumnas que además fue su compañera de baile. Martín nunca se inhibió en ser seductor con las mujeres: “Le pedí el número de teléfono y la invité a salir”. “Fuimos a comer, ella se sentó a mi lado, y en un momento puso su mano sobre la mía. Correspondí a ese gesto y desde ese momento nunca nos separamos”. Su novia, Diana Bustamante, es profesora de gimnasia, lo acompaña en sus viajes, y lo ayuda con sus ejercicios físicos.

Martín no se cansa de decir que siente una alegría inmensa por lo logrado. “Me decían que era un ejemplo y parecía un chamuyo, hasta que en noviembre del 2013 el Diario Clarín publicó una entrevista sobre mi vida y gané mucha seguridad. Generó mucho revuelo, me llamaron de varios lados, tomé un curso de oratoria y empecé a dar cursos, charlas de motivación a empresas y colegios”, agrega.

Hasta el propio Mauricio Macri, durante su presidencia, le pidió que fuese a la Quinta de Olivos para conocerlo. Desde ese momento no ha parado de contar su testimonio a ciento de personas.

Más de 200 conferencias en el país y en el exterior conocen de sus logros: Colombia, Chile, Uruguay, México, Paraguay, España, entre otros. En sus charlas, además de contar su vida, da mensajes positivos de superación y cómo tener una mente positiva. Su vida trascendió tanto que en 2017 se presentó Confianza Ciega, de la autora uruguaya, Cecilia de Vecchi, el libro relata su vida desde chico hasta  la etapa de adultez.

A los 37 empezó a correr. Su primera carrera fue una media maratón pero ni él mismo le dio importancia. “Fue un amigo que me motivó a entrenar, lo hacía para tener vida social y después logré la meta de los 21 kilómetros, caminando, corriendo, recuerdo que las piernas no me daban más”.

Ha realizado los Ironman en cada continente, completó: Brasil 2015, Sudáfrica 2017, Nueva Zelanda 2018 y España 2019. Le restaba por completar la de Athana, Kazajistán, pero llegó el Covid-19 y se suspendió. A pesar de la pandemia el año pasado completó el Ironman de Cozumel en México.

También hizo carreras de montaña y finalmente llegó al triatlón.

El maratonista consiguió sus logros gracias a los llamados lazarillos, son acompañantes en las carreras, se atan una soga del brazo derecho del corredor, a su vez enlaza con el brazo izquierdo de la persona ciega. Es la mejor manera para que corran seguros y puedan desarrollar su destreza.

“En mi caso me gusta llamarlos guías, tengo 4 que están conmigo hace más de 5 años, son sobre todo amigos”, recalca.

Octavio Sánchez (Tatu), Alberto Maibach (Ninja), son sus lazarillos Ironman y Hernán Rotbard (el profe) y Ariel Scavo (Pájaro) son sus guías de running.

El conferencista y motivador, gusta de ir a tomar café con sus afectos pero recalca que no puede ir con muchos, prefiere de a 2 para hablar y entenderse mejor. Su última proeza fue tomar un curso de terapia ocupacional para cocinar y conocer su cocina.

“Estoy orgulloso de ser ciego, en lo deportivo sólo me falta realizar el Ironman en Asia, pero por ahora estoy en una etapa de disfrute”.

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