Paloma López no tiene piernas ni brazos, debido a una enfermedad autoinmune muy rara: síndrome antifosfolipídico catastrófico. Eso le puede ocasionar que se formen coágulos de sangre en las arterias, las venas y los órganos. Por ello está obligada a tomar una medicación diaria. Sus medios para desplazarse son una silla de ruedas o prótesis para sus piernas hechas a medida. Ya en su parte superior tiene toda la autonomía con sus muñones. Igualmente, esto no le impide hacer lo que más le gusta: estar en contacto con la naturaleza y el mar. En 2015, aprendió a nadar y también a surfear.
Al poco tiempo de cumplir dos años y medio, Paloma tuvo meningococcemia, una bacteria en la sangre que le ocasionó trombos en sus extremidades. Durante varios días tuvo fiebre alta incontrolable, imposible de bajar, y debió ser internada en terapia intensiva. De emergencia fue trasladada a un centro de alta complejidad como es el Hospital Italiano. No hubo tiempo para perder, estaba conectada a un respirador y en coma inducido. Sus padres recuerdan la tremenda conmoción que atravesaron: “Cuando nos comunicaron que debían amputar… se nos vino el mundo abajo…”. Pero era su vida, o sus brazos y piernas.
VIVIR LA VIDA
Los López optaron por honrar a la vida. “Estas situaciones límite las podés llevar de dos maneras: tirarte a llorar o reconstruir”, coinciden. Una vez con el alta decidieron dejar el dolor a un lado y formar un cuarteto indestructible. Viajes, paseos, educación completa, deporte… la vida seguía y ellos intentarían tomarla como fuera. Se amigaron con las heridas y lo explican crudamente: “Vas aprendiendo a querer a sus muñones, sus marcas y todo lo que tiene en su pequeño cuerpo”. El médico que realizó la compleja intervención los alentó en todo momento: “Va poder ser independiente y vivir sola”. Eso que les dijo fue crucial. “Nos aferramos a sus palabras… y la verdad lo superó todo”, explican “Tiene una fuerza interior enorme. Se pone algo como meta y lo logra”.
Pudo terminar el colegio secundario, viajar sola, hacer surf, salir a bailar y es fanática del maquillaje. Empezó como autodidacta, y luego realizo distintos cursos profesionales. En esta pandemia quiso dar a conocer su historia de superación diaria y optó por hacerlo en las redes sociales. Es sorprendente verla en acción. Su estilo refleja su espíritu positivo, está lleno de colores, sombras, delineador y máscara para pestañas. “Un día probé subiendo un video maquillándome y tuvo buena repercusión. Así seguí. Ahora quiero incentivar a otros a hacer lo que no se animan”, confiesa.
No le teme a la exposición. Al contrario, en su Instagram recibe muchas palabras de aliento que la motivan a seguir creciendo. “Me paso horas frente al espejo maquillándome con todo un kit de brochas, sombras y bases”, reconoce. Sin tabúes, allí también abrió su corazón, y cuenta su día a día. “Ya no me molesta la mirada del otro, pero hubo un tiempo que sí… ”. En eso coincide su madre. “Cuesta.., no por algo malo sino por dolor. A veces no se sabe como procesarlo”.