La incansable tarea de los voluntarios de un comedor para llevar un plato de comida a los más vulnerables

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El Hornerito queda en Mendoza y abrió durante la pandemia. Por la crisis, cada día llegan casi 1000 personas. Por la baja en las donaciones, pueden cerrar.

Viajamos a Mendoza para conocer a Gabriela Carmona y la enorme tarea que hace junto a un grupo de vecinas y voluntarios. Ella es preceptora en un colegio. Su marido, Pedro, faena en un frigorífico. Sin sobrarles nada, viven humildemente en una casita del barrio Algarroba en Las Heras. Podrían haber seguido así, pero el 20 de marzo de 2020 sus vidas cambiaron.

Gaby, como la llaman sus vecinos, decidió empezar a cocinar para la gente del barrio que, encerrada, no podía ir a trabajar. Así nació el comedor El Hornerito.

Tímidamente empezaron 30 personas a retirar su plato de comida, de a poco, la voz se corrió y hoy son casi 1000 personaslas que concurren cada lunes y jueves a encontrar el alivio de una cena caliente o una rica merienda. Exactamente 997, porque Gaby tiene todo registrado y organizado.

Llegamos a su casa cerca de las 9, ya estaban las chicas listas para empezar a pelar los 140 kilos de papas necesarios para hacer ñoquis para 1000 personas.

A pesar de la mañana fría, todas llegan con una sonrisa y ganas de trabajar, pensando en que tanto esfuerzo vale la pena. Para muchos es la única cena rica y nutritiva que van a tener en la semana.

Gaby nos cuenta que en los últimos meses, por la crisis económica, se sumaron muchas familias, que ya no son solo del barrio, algunas recorren caminando hasta 30 kilómetros para tener un plato caliente para sus hijos.

Al mismo tiempo que creció la demanda, cayeron las donaciones. Es que no es fácil sostener cada comida. Solo para esta cena utilizaron 140 kilos de papas, 60 kilos de harina, 120 huevos, 10 litros de aceite, 2 kilos y medio de sal, 30 kilos de cebollas, 1 caja de pimientos, 40 kilos de zanahorias, 200 latas de tomate, 25 botellas de salsa, 5 cajas de caldo, 70 kilos de carne y 80 kilos de leña.

 “Es que la pandemia nos sensibilizó a todos, nos despertó las ganas de ayudar pero pronto pasó el entusiasmo y corremos el riesgo de cerrar por falta de donaciones”, dice Gaby angustiada

Cerca de las 15 arrancaron con la salsa y, en paralelo, a amasar y a cortar los 200 kilos de ñoquis que entregarán cerca de las 21. Nada las detiene, ni el cansancio de estar paradas tantas horas, ni el viento Zonda que amenaza con una tormenta. Ellas siguen ahí, se suman el marido de Gaby y hasta el técnico del freezer que se rompió se pone a cortar ñoquis. Nosotros también y vivenciamos el enorme esfuerzo que significa sostener una ayuda tan grande.

Andrea es de las voluntarias más antiguas y la que lleva la voz cantante. Hablamos sobre la posibilidad de no poder seguir adelante y se emociona al pensar en la oportunidad que existe para cada una de las familias que viene al comedor.

Cerca de las 20 empiezan a sentirse los gritos de los chicos que empiezan a concentrarse, contenedor de plástico en mano, sabiendo que esa noche sí van a poder cenar algo rico y nutritivo. La organización es puntillosa: Andrea entrega un número a cada familia para que luego no haya problemas, es que cuando de hambre se trata, a veces se producen disturbios.

A medida que la gente se agolpa, salimos a hablar con ellos. Ese día hay un plus, porque además de los ñoquis los chicos recibirán jugo, alfajores y mandarinas. Casi una fiesta.

Hablamos con quienes van desde el primer día, que nos cuentan con el amor con que los reciben en esa casa. Y a medida que profundizamos la charla, nos encontramos con una triste realidad que los une: la mayoría de las noches que no hay cena en lo de Gaby, los chicos se van a la cama con un mate cocido y si están de suerte, un trozo de pan.

Para esta cena utilizaron 140 kilos de papas, 60 kilos de harina, 120 huevos, 10 litros de aceite, 2,5 kilos de sal, 30 kilos de cebollas, 1 caja de pimientos, 40 kilos de zanahorias, 200 latas de tomate, 25 botellas de salsa, 5 cajas de caldo, 70 kilos de carne y 80 kilos de leña. )

Saber que esta cena la pueden perder por falta de donaciones los angustia a tal punto que prefieren ni pensarlo, como si eso ahuyentara la posibilidad real de que ocurra.

Es un país con más del 51% de niños, niñas y adolescentes pobres, esta escena se repite a lo largo y ancho de la Argentina. Ese dolor de panza que produce el hambre lo sienten 5,5 millones de chicos menores de 14 años.

Gaby y sus voluntarios lo saben, porque muchos de ellos también lo padecen. Son conscientes de que no van a arreglar el mundo ni a disminuir la pobreza, pero están seguros de que no es lo mismo para esos chicos tener o no tener ese plato de comida sabrosa y calentita cada semana.

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