La arquitectura moderna nos ha dado distintas variantes de cómo se puede construir una casa: en la Patagonia surgen diversas y, muchas veces, depende de la cercanía con ciertos materiales. Mientras que en la vasta cordillera se pueden ver cabañas construidas entera o parcialmente con madera, en la costa atlántica patagónica se hacen con más solidez, entendiendo que el viento puede ser aún más fuerte. La reestructuración y la reeducación propia de los tiempos que corren, también hacen que haya casas con materiales reciclados, como la que está en una de las ciudades más importantes de la región y de la provincia de Río Negro: en San Carlos de Bariloche te encontrarás una construida con latas de salsa de tomate.
Claro está que no la casa no está conformada 100% de latas pero sí su forraje: una al lado de la otra, estiradas, quedan como tejas metálicas algo desgastadas pero resplandecientes: una articulación entre moderno y hippie, un estilo bastante acertado con la ciudad donde se sitúa. Hippie chic, otros -y con humor- le dirán “Croto cool”, afirma Manuel Rapoport, el diseñador y dueño de esta Casa de las Latas en la ciudad de los egresados.
Este trabajo le llevó un poco más de un año: sin embargo no fue la primera idea, ya que lo había imaginado con latas de leche en polvo, pero son más chicas que las que utilizó finalmente. El material descartado sí abunda en su casa, ya que es padre de mellizos. Manuel cursó, además de diseño industrial, una maestría en gestión ambiental, ambas en la Universidad de Córdoba.
La casa no es nueva: tiene 15 años y tres plantas. La parte de abajo está hecha de material, y el primer y segundo piso están hechos con los troncos de ciprés que estaban caídos en su terreno. La idea fue gracias también a su empresa, Designo Estudio, con la cual desarrolló “una máquina plegadora muy simple con un herrero amigo. Luego comenzamos a comprar cientos de latas a la Asociación de Recicladores de Bariloche, quienes trabajan clasificando materiales en el vertedero municipal. Contratamos a un empleado que se ocupó de lavarlas, abrirlas, desplegarlas y plegarlas con la máquina”, comentó el diseñador. “Cada lata se clavó de forma vertical a clavaderas de pino: así se dé un recubrimiento de pared económico, resistente al viento y a la lluvia; duradero -y un poco más- si se pinta con cierta periodicidad”, aclaró Rapoport.
Además de las latas, fabricó unos ladrillos de vidrio propuso: permitiendo no solo un producto más barato y muy aislantes, también se dan en un contexto que ayudan a soluciones decorativo – funcionales. Cuando el diseño y el compromiso por el medioambiente se unen, los resultados son estos y mucho más.
Este “Guggenheim sudaca”, como ha definido en alguna ocasión Manuel a su propia casa, es parte de todo un camino y compromiso de los dos socios: en 2002 ya articulaban sus diseños con la Municipalidad de Bariloche, más que nada en los espacios públicos de la ciudad: siempre produciendo con recursos que tenían al alcance de ellos, como maderas de la zona, cuero, piedras y tejuelas de alerce descartadas de edificios antiguos. Su estudio fue invitado a participar internacionalmente, a una muestra de diseño experimental de juegos urbanos en Amsterdam, Países Bajos: ahí armaron la estructura llamada “El Monstrumento” y en él combinan una “hamaca” para dos personas con objetos que emiten sonido cuando se columpian en él. Además ha participado no solo como emblema de sustentabilidad ecológica sino que también como trabajos comunitarios en cuadernos del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
La casa de las latas se puede visitar solo con cita previa. Una experiencia con cuidados acordes a lo que el mundo de hoy pide: contra el coronavirus y contra la contaminación.