Gyöngyi Dani: de quedar en silla de ruedas a los 16 años a competir en los Juegos Olímpicos

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La deportista Gyöngyi Dani es un orgullo y una alegría para Hungría. Es la esgrimista paralímpica que ha llevado la bandera de Hungría en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020. En estos juegos ha conseguido una medalla de bronce. En los de Rio de Janeiro se trajo un bronce y una plata, dos platas en Londres y tres platas en Atenas en 2004. Es decir, atesora ya 8 medallas.

Su historia

Esta campeona hoy admirada, cuando tenía 16 años, intentó quitarse la vida, “desesperada y frustrada”. En varios sitios de internet dicen que quedó en silla de ruedas porque tuvo un accidente, por una caída desde un edificio que dañó su columna vertebral a los 16 años. Pero ella ha querido explicar toda la verdad y hablar de Dios y su fe en un vídeo con motivo del Congreso Eucarístico de Budapest. No fue un accidente: fue un intento de suicidio.

En su mente, explica la esgrimista, tenía un pensamiento insistente ese día: que tenía que hacerlo, que tenía que saltar. “Estaba desesperada y frustrada, sobre todo por mi propia culpa”, señala. “Ese sentimiento me llevó al tejado”. “Alguien gritó, y no se si fui yo o alguien de los que me vio caer”, recuerda. ¿Le castigó Dios con la silla de ruedas? “No creo en un Dios enfadado. ¿Por qué me castigaría? No creo eso. Nos castigamos nosotros“, considera a raíz de su experiencia.

Gyöngyi Dani señala que en el suicidio hay algo de traición, de deserción, de dejar atrás a los demás. “Como Judas tuvo que afrontar que había vendido a Jesús, yo tuve que afrontar que yo había vendido a mis amigos”, constata. “Y tuve que afrontar mi arrepentimiento”.

Para completar sus estudios juveniles, acudió a un centro educativo para discapacitados donde se encontró con que había una comunidad católica muy viva. “Iban a la iglesia cada domingo y me invitaron a un retiro de jóvenes en Nagymaros. La predicación del padre Lajos Kérenyi me tocó profundamente. Parecía dirigirse personalmente a mí. Habló de una vida nueva en la fe y del Espíritu Santo”, recuerda.

Empezó a entrenar y competir. En 2004 impulsó a la Plataforma de Asociaciones de Discapacitados del país y al Instituto Nacional de Rehabilitación Médica (OORI) para que empezaran a organizar un encuentro deportivo anual para discapacitados. Por su parte, además de la esgrima, entre 2009 y 2013 entrenó en esquí alpino, quedando segunda en un slalom en Auron, Francia. Aunque estaba invitada a los Paralímpicos de Invierno de Vancouver 2010, no pudo acudir por estar lesionada.

A veces hay gente que me para en la calle y me dice que les gusta mirarme porque hay algo en mí que les gusta, aunque vaya en silla de ruedas. Y yo sonrío, porque sé que no es a mí a quien miran. Es realmente bueno ser una fuente así de esperanza”, afirma. Después de años en la silla de ruedas, pero también en el deporte paralímpico, dice: “No creo llevar una cruz; quizá suena raro, pero es mi cruz la que me lleva a mí”. “Sólo Dios tiene derecho a decidir sobre el final de nuestras vidas terrenales. Pero creo que es sólo una transición, no me da miedo la muerte”, afirma hoy.

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