Sin vista desde los 3 años por un tumor, Sebastián Dop acaba de terminar su carrera de grado en Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca. Si bien valora su capacidad, no alardea de sus notas y subraya la importancia del trabajo en grupo cuando se estudia
“El mundo del ciego no es la noche que la gente supone”, decía Jorge Luis Borges en La Ceguera (Siete noches. 1980). Para Sebastián Dop (25), la suya es una condición que lo hace explorar desde sus otros sentidos e invita a vivir el mundo desde otra perspectiva como recordar a una persona por su perfume o reconocer lugares por sus sonidos, su temperatura y el sentido del viento. “Lo que sí lamento es no poder ver las nubes, un arcoíris o mirar a los ojos de otras personas”, admite el joven que perdió la visión luego de que un tumor afectara sus retinas.
En su mundo no hubo sombras y no sabe si allí quedan colores. “No pienso todo el tiempo en que no veo”, asegura y se reconoce feliz de haber alcanzado su primera meta académica, etapa de la que destaca el trabajo en equipo y amistades logradas. Sin hacer alarde de su promedio, agradece la beca otorgada por el CONICET para seguir formándose: continuará con el profesorado y doctorado en Biología. “El promedio refleja parte de nuestra formación y lo que hicimos con nuestra carrera, pero no define nuestra trayectoria. No le veo mayor relevancia que la de ser un elemento estratégico”, opina.
La historia de Sebastián
Nació a mediados de la década del 90 en Tres Arroyos y tiene dos hermanas mayores a él, Soledad y Celina. Con solo 3 años, su vida cambió para siempre cuando le detectaron un tumor en las retinas y “no hubo más alternativa que operar para priorizar el bienestar general a la visión”, le cuenta a Infobae y dice que no tiene recuerdos nítidos, debido a la corta edad, de cómo era todo antes de perder la vista.
“Aprendí a percibir el entorno desde otras variables, a construir un mundo de imágenes basado en las descripciones de los demás; aprendí a utilizar otros recursos, otros sentidos para reconstruir el entorno. Quizás, de una persona vos recordás su rostro y yo recuerdo el perfume. Me ubico en el espacio desde otro lugar”, explica y ejemplifica: “Cuando camino por la calle presto atención a los sonidos, a la temperatura, a las corrientes de aire, a la lectura que hago del suelo y al tacto, que me sirve un montón para desenvolverme en la vía pública; y quizás una persona que puede ver se fija en los carteles y ve los autos, pero no los escucha… Hay quien te dice que cruzó por algún lugar, que pasó un auto que no sabe de dónde salió porque no lo vio, pero tampoco lo escuchó”. Sebastián habla sobre su ceguera sin temor porque nunca la vio como un obstáculo, ya que su familia le enseñó a valerse por sí mismo.
A los 6 años, como cualquier niño, comenzó a estudiar. “Siempre fui un alumno integrado e inicié la primaria en una escuela convencional con una maestra integradora. No sé cómo será ahora, pero por esos años me generaban materiales en braille, con dibujos, incluso -a veces muy básicos-, y otros los hacían con relieves y distintas texturas. Había que mandarlos a hacer a editoriales especiales porque las escolares no los tenían… No sé si hoy los hacen”, cuestiona.
La misma modalidad de estudio lo acompañó durante la secundaria. “A veces, la maestra integradora leía los libros y los grababa; otras, conseguíamos que los imprimieran en braille en Buenos Aires, pero todo requería de un proceso previo para eso o para digitalizarlos, y no siempre podían hacerlo porque cuando se adaptan materiales hay que hacerlo con mucha anticipación”, explica.
Cuando no se podían mandar a imprimir, sus amigos le ofrecían sus libros: “Nos juntábamos y ellos me leían”, recuerda sobre los años en los que el amor por las ciencias despertó. “Las profesoras de Biología y de Vivero me marcaron una impronta muy clara, ellas eran muy piolas y me hicieron interesar por esas materias”, admite sobre su paso por la Escuela Agropecuaria de Tres Arroyos. “Cuando pensé en la formación universitaria, vi que esta carrera reunía lo que deseaba seguir y me pareció factible de hacer”.
Los años de universidad y su presente
En 2014 ingresó a la carrera de licenciatura en Ciencias Biológicas en la Universidad del Sur, lo que implicó mudarse solo a Bahía Blanca. El departamento, vecino al barrio de la casa de estudios donde también trabaja, pronto se convirtió en el lugar elegido por el grupo que formó para estudiar y compartir momentos cotidianos.
“La universidad es una inversión de tiempo muy grande y no siempre, al menos en mi carrera, se estimula a los estudiantes para atravesar esa etapa de manera colectiva, lo que en mi caso fue fundamental ya que la inicié y mantuve con un grupo que em dejó dos amigos con los que hice toda la carrera y que ya están por recibirse”, dice el flamante biólogo.
En esa etapa contó también con la ayuda del “Equipo de accesibilidad de bibliografía” que trabaja en la biblioteca de la UNS. “Con anticipación, ellos escanean o digitalizan los textos de manera tal que pueden leerse bien por medio de lectores de pantalla. Es necesario que el texto esté bien ordenado, que no haya muchas imágenes o gráficos en el medio porque el lector barre el texto y lo lee, no interpreta”, detalla sobre el programa, también aplicación, que usa para estudiar y que son de uso habitual ya que no requiere adaptar una computadora.
En su caso, el momento de lectura necesita de silencio. “Para mi es importante el entorno porque el ruido sería como si a vos te apagaran la luz mientras lees. El ruido hace que sea difícil no solo concentrarme sino escuchar al lector”, cuenta y admite que es distinta “la experiencia de leer en braille a la de hacerlo con un lector”. “Aunque el libro impreso es más lindo, priorizo lo digital porque es más rápido, ocupa menos espacio físico y puedo compartirlo”.
Durante la cursada, los exámenes no fueron distintos para Sebastián que para sus compañeros. Rindió orales y escritos “tipeados en la computadora”, revela y destaca que de esa etapa fue muy importante “habitar la universidad, trabajar allí y formarme más allá de lo disciplinal”.
Ama levantarse muy temprano, darse una ducha que lo despierte y comenzar el día con mates. Trabajó en la Secretaría de Extensión de la universidad, en proyectos de voluntariado internos y otros que están por fuera y dependen de distintas cátedras. Éstos, dice, lleva a los estudiantes a trabajar con personas afuera de la universidad y de sus carreras. “Es lo que nos conecta con el entorno y saca a los estudiantes del encierro de la sola formación académica. Nos lleva a interactuar con la sociedad y muestra otras necesidades”.
Si bien nunca padeció no ser incluido como alumno, dice que desea que la universidad sea “inclusiva en todo sentido” y que anhela que “mucha más gente pueda ingresar a estudiar y recibirse”. Allí, hace un freno y vuelve al concepto del promedio por el que sigue siendo elogiado: “Sirve a la hora de presentarse a un trabajo, para aplicar a becas y todo ese tipo instancias donde se miden el promedio y la duración de la carrera, pero que muchas veces deja en desventaja a personas que tienen otras herramientas y riquezas como profesionales que no están reflejados en sus notas finales, que es lo que básicamente construye el promedio”.