La artista plástica bahiense Carolina Farías canalizó, a través de sus ilustraciones en “Chameleon can be”, un momento difícil de su vida familiar. La historia mutó en una obra que se publicó desde los Estados Unidos hasta China y deja una gran enseñanza
Sentada en una cafetería de la calle 49 de La Plata, la ilustradora infantil Carolina Farías se refugió en su computadora, un iPad y recordó esa misma sensación de seguridad que solía sentir cuando era niña con un lápiz en la mano. Sola en esa mesa, con una taza de café con leche de almendras, comenzó a plasmar emociones.
Empezó a garabatear como una manera de desahogarse, de intentar transformar su angustia en una historia inspiradora. Días antes, en una charla con su terapeuta, le había manifestado cierta preocupación por su hija, que atravesaba una adolescencia compleja. “Habrá que ver quién quiere ser”, le advirtió. Y aquella frase quedó resonando en su cabeza. Supo enseguida que en la trama de aquella historia con la que pretendía canalizar no podía faltar la amistad, la aceptación, la valoración propia y otros tantos ítems que había anotado en su agenda.
Carolina nació en Bahía Blanca el 14 de agosto de 1968. Comenzó a sorprender con sus dibujos incluso antes de saber leer y escribir. Concurría a un taller barrial que se había convertido en su lugar en el mundo.
Todavía conserva fresca en su memoria la alegría que sintió cuando le compraron su primer cuaderno “Rivadavia” para empezar primer grado en la Escuela 3, allá por 1975, y sin poder resistirse coloreó casi todas sus hojas. Tenía seis años y dibujar era algo cotidiano, necesario en su vida. “Cuando era chica no estaba visto como algo importante. Hoy lo veo en las escuelas, los papás se preocupan si sus hijos andan bien en matemática o lengua, pero jamás se fijan cómo andan en pintura”, reflexiona riendo.
Antes de partir a La Plata se recibió de maestra de plástica y de profesora de piano en su ciudad. Su vocación fue inamovible, asegura: “No podría haber hecho otra cosa y tuve suerte, porque me anoté en 1988, justamente cuando se abrió la cátedra de Dibujo en la Facultad de Bellas Artes”.
Egresada de la Facultad de Bellas Artes de La Universidad Nacional de La Plata, se volcó al mundo infantil y así llegó a ilustrar cuentos de autoras de renombre, entre ellas María Elena Walsh, María Cristina Ramos y Paula Bombara. Premiada y con numerosas exposiciones en su haber, trabaja para editoriales del país y del exterior. Es, además, titular de la cátedra de Dibujo I y II en Diseño y Comunicación Visual en esa misma casa de estudios y profesora en el Bachillerato de Bellas Artes.
Su primera ilustración la hizo en 2006 para el cuento de María Elena Walsh “Historia de una princesa, su papá y el príncipe Kinoto Fukasuka”, de la editorial Alfaguara. ¿Si ilustrar para María Elena fue una consagración? Carolina responde que no suele ser consciente. Tampoco lo fue cuando ilustró el libro que acompañaba la presentación de la película “Where the Wild think are” (”Donde viven los monstruos”), de Maurice Sendak, o en cada oportunidad en que colabora con las Abuelas de Plaza de Mayo.
Si bien cuenta que se inició de manera artesanal, hoy la tecnología es clave para trabajar, retocar y mejorar los trabajos. “De manera intuitiva comencé hace años a trabajar digitalmente, aunque tratando de conservar el aspecto artesanal de mi trabajo. Me siento cómoda sabiendo que puedo mejorar la calidad de impresión en las imágenes y saber que las paletas de colores no me van a dar sorpresas al imprimir”, concluye. Esos trabajos se pueden contemplarse en su página https://carolinafarias.com.ar o en su Instagram, @fariasillos.
Casada y mamá de Paco y Sara, lo cierto es que cuando comenzó a ilustrar “Chameleon can be” atravesaba un duro momento familiar, ya que Sara sufría bullying. “Mi hija transitaba una adolescencia con todos los cuestionamientos habidos y por haber. Me dejó muy marcada, me desestabilizó, jamás soy ciega frente a lo que sucede en mi entorno y muchas veces es allí cuando llega la inspiración”, confiesa.
Frente al iPad y a cuestionamientos como “¿Quién soy?”; “¿Quién deseo ser?”; “¿Me elijo?”, comenzó a pensar en la figura de un camaleón. Un camaleón que fue tomando forma y color en ese mismo café céntrico. Tanto tiempo pasaba allí, que hasta la moza se sintió intrigada por esos dibujos.
Empezó, así, a cobrar vida un personaje curioso por encontrar respuestas sobre quién sería si fuese otro. El personaje empieza a probar distintas posibilidades: “¿Un pavo real deslumbrante? ¿Un poderoso rinoceronte? ¿Un koala esponjoso?”. Con la ayuda y el apoyo de sus amigos el camaleón protagoniza miles de aventuras hasta descubrir la importancia de ser fiel a sí mismo.
“Iba a dar clases angustiada, siempre atenta al teléfono. Pese a eso, enseñar me resultaba motivador y, lejos de pretender esconder lo que me sucedía, solía mostrarles los bocetos a los estudiantes. Necesitaba conocer la mirada del otro. Aquel camaleón fue un gran disparador”, recuerda.
En el afán de sortear aquel momento lo más pronto posible, se le ocurrió invitar a su hija para trabajar juntas en esa historia.
“El libro fue pensado en inglés y ella es muy buena en eso, de modo que resultó de gran ayuda. Las cosas, con el paso del tiempo se acomodaron, superó ese trance, estudia Psicología y está feliz”, evoca. Sin embargo, Carolina ya no pudo desprenderse de la historia.
Fue entonces cuando la editorial Yeehoo press, con sede en Chicago, se interesó en el trabajo. Incluso le ofreció un profesional de apoyo para que puliera los textos. Nació así “Chameleon can be”.