Extraer la clorofila de una hoja, germinar una semilla en un frasquito o reciclar papel con un tamiz son algunas de las actividades que se relacionan inmediatamente con el concepto de Educación Ambiental en las escuelas, y parte de los recuerdos que los adultos tienen de haber recibido estas enseñanzas. Y si bien son interesantes, y por algo quedaron grabadas en la memoria de casi todos los que fueron alumnos, están muy lejos de ser suficientes y de estar a la altura de la educación que la crisis ambiental requiere.
Mientras en Argentina no hay aún una Ley de Educación Ambiental que exija su aplicación en las escuelas y delinee políticas y pasos a seguir para incorporar estos saberes en las nuevas generaciones —afortunadamente cada vez más interesadas en el tema—, sí brotan por el mundo y la región nuevos modelos de enseñanza que integran la relación con el ambiente en el día a día de la escolaridad, y se convierten en modelos a seguir.
“Usualmente se enseña que hay que cuidar la naturaleza como algo ajeno, externo, pero no. Nosotros somos parte de esa naturaleza, estamos insertos: si cuido la naturaleza me estoy cuidando a mi mismo”, dice Paola D’Alfeo, fundadora de la Escuela Tierra Viva en el Valle de Punilla, en la provincia argentina de Córdoba.
Relación con el entorno
“Para empezar el edificio de la escuela es todo vidriado, es como si estuvieran afuera”, cuenta D’Alfeo. “En la escuela tenemos energía solar, no usamos luz eléctrica, los chicos aprenden que la energía que estamos utilizando es la misma que la del sol. También reutilizamos el agua con la que nos lavamos las manos”, agrega.
“La relación con la naturaleza es constante. Tenemos muchos árboles autóctonos en el patio, casi no hay cemento. Hay pasto, hay tierra, hay barro. Las plantas autóctonas tienen muchas espinas, entonces aprendemos que si pinchan no las tocamos, pero no arrasamos con la vegetación para que el niño no se pinche. O a los árboles: no les decimos que no suban, pero les explicamos las consecuencias de caerse”, agrega.
“Los chicos saben que existe la energía eólica, cómo obtener energía hidráulica, en Ciencias Naturales trabajamos reciclado, saben leer las etiquetas, les enseñamos a saber cuáles materiales se pueden reciclar. Inclusive con la basura, la tenemos separadas, saben el proceso del compost para después ir a la huerta, y ellos tienen mucha conciencia”, cierra.
Educación alternativa en Costa Rica
Casa Sulá es tal vez uno de los referentes más destacados de Latinoamérica en lo que educación ambiental refiere. Y su popularidad creció desde la aparición en “Con los pies sobre la tierra”, la serie documental protagonizada por Zac Efron (Netflix, 2020).
Casa Sulá es una escuela privada de aprendizaje independiente y alternativo ubicada junto al río, en la Provincia de Alajuela, en San Mateo, Costa Rica. Allí los niños aprenden sin pizarras, pero con materiales para incentivar su curiosidad, y en contacto directo con la naturaleza a su alrededor, en una zona rural. Los contenidos —que van desde los básicos de la educación formal, hasta cocinar o hacer carpintería— se transmiten en forma de juego y parten de las necesidades individuales de cada estudiante.
Escuelas sustentables de Uruguay al mundo
Un grupo de amigos uruguayos dio inicio a la idea de Una Escuela Sustentable, basada en las de Michael Reynolds, y viaja por la región construyendo escuelas en base a seis conceptos fundamentales: sistemas de energía solar, recolección de agua de lluvia, tratamiento de aguas grises y negras, producción de alimentos, acondicionamiento térmico pasivo y utilización de materiales naturales y reciclados para la construcción.
Los propios estudiantes de y sus familias —además de voluntarios— participan activamente de la construcción de los edificios, lo que luego se retoma en la educación para integrar la sustentabilidad y la armonía con el ambiente en los contenidos que se aprenden.
La diversidad como base, en Bolivia
En la escuela Kurmi Wasi, en Achocalla, una valle entre las ciudades bolivianas de El Alto y La Paz, se enorgullecen de la variedad de culturas y arraigos de sus estudiantes. “Lo que es diferente es que las familias que son parte de la comunidad educativa son de realidades sociales, culturales y económicas totalmente diferentes, hay una diversidad grande: del campo, de la ciudad, ateas, cristianas, hare krishna…”, enumera Karin Boller, profesora de primaria y cofundadora del proyecto.
Los alrededor de 170 estudiantes —que van desde prekinder y kinder hasta sexto año de secundaria— trabajan cada año en un proyecto productivo diferente: los más chicos se ocupan de los patos y las gallinas, otros del huerto, y otros de las ovejas que se crían en el predio de la escuela. A medida que van creciendo realizan proyectos de formación técnica, en agroecología, cerámica o conservación de alimentos. “Para aprender a tener algún oficio que pueda servir en la vida”, dice Karin. Lo que se cosecha en el huerto, y de los animales, alimenta el comedor del colegio, donde se sirve únicamente comida sana y natural.
La propia infraestructura del colegio está hecha con materiales nobles: barro, adobe, piedra y madera, evitando el cemento. Los baños ecológicos son secos, no hay alcantarillado y en su lugar se trabaja con aserrín y cal, que luego se utiliza como abono para la chacra. Sobre la educación ambiental, Karin cuenta: “La idea no es solamente que haya contenido, sino un cambio actitudinal en los estudiantes, y que eso sirva para tener luego un ambiente cuidado por la misma sociedad. Y ver con ojos críticos el extractivismo y el consumo que siempre implica mucha basura y mucho plástico”.
FUENTE: INFOBAE