Siete mujeres fueron asistidas en sus partos y maternidad desde el afecto y la “inclusión” en el centro de Integración Frida, dos casonas antiguas en el barrio porteño de Parque Patricios, donde se alojan 40 mujeres cis y transgénero, algunas con hijos e hijas en situación de calle u otras problemáticas, y se trabaja en talleres, vinculados con áreas de salud y educación.
La coordinadora del Centro Frida, Liliana Bravo (49 años), trabaja hace seis años allí y si bien es licenciada en Trabajo Social por la Universidad de Morón, su brillo parece anidar en la generosidad y el amor con la que hace su trabajo. Mientras los niños que se alojan con sus madres en Frida la tironean para sacarse una foto con ella, al llamado de “abuela”, y otro bebé calma su llanto en sus brazo, a la espera de la mamadera, Liliana apura su paso para contar el trabajo diario que realizan allí.
“El objetivo de este lugar es sacarlos de la situación de calle en que están. Hay diferentes áreas de salud y social donde se trabaja de acuerdo a las diferentes problemáticas que tienen: consumo, violencia, situación de calle“, relató Bravo. El centro funciona hace seis años y en ese tiempo, comentó la mujer, “hubo siete compañeras que transcurrieron su embarazo y dieron a luz en el hospital y yo presencié uno“.
“Las acompañamos en el embarazo, el nacimiento y la maternidad, mientras trabajamos con talleres de panadería, herrería, serigrafía y recreación, articulados con el Hospitales Bonaparte (especializado en salud mental y adicciones), centros de salud y el Pepa (centro integral de la mujer trans y cis), para trabajar temas de violencia“, contó. La coordinadora aclaró que en Frida no hay límite de tiempo para las estadías. Sin embargo, explicó, intentan evitar que se extiendan en el tiempo porque el objetivo del lugar, que forma parte de Proyecto 7, “es trabajar lo que les pasa, que se fortalezcan para salir, puedan tener un trabajo y vuelvan a estar bien“.
Si bien la organización tiene un convenio con el Gobierno de la Ciudad, recibe “un monto mínimo“; el resto “lo gestionan” a través de donaciones de ropa, económica y de productos de limpieza, a través de la página de Facebook, Proyecto 7. Dos casonas antiguas, una en planta baja y otra en un primer piso, alojan a 45 mujeres, adolescentes, niñas y niños en situación de calle o con diversas problemáticas. Debido al contexto de pandemia por el coronavirus, ahora viven allí 40 mujeres y una lista de espera de otras jóvenes aguardan el resultado del hisopado en un hotel, que es el protocolo para poder ingresar.
Florencia María Pacheco, de 27 años, sube a la terraza de Frida para dialogar con Télam y se agita. “Tuve Covid-19 y hace dos semanas me dieron de alta, pero me agito mucho“, explicó. Sobre su hija, Itana, pronta a cumplir 5 años, dice: “Ella es todo lo que tengo, es mi sangre“. “Mi mamá me abandonó cuando nací y me dejó con una familia adoptiva de forma legal, que me crió y a los 12 años me dejó en la calle y se quedó con mis otros dos hijos, de 7 y 12 años, que no me permite ver“, relató Florencia sobre su historia. De ahí en más, “anduve de aquí para allá y desde los 14 años, voy de un hogar a otro o en la calle”, recordó. “Conocí al padre de mi hija Itana y las cosas no iban bien, por eso, me las rebusqué, hubo gente que me ayudaba, me dieron trabajo y empecé a alquilar, pero no duré mucho porque no podía pagar una niñera“, continuó. En julio del año pasado, Florencia encontró a Proyecto 7 a través de Facebook y la coordinadora le confirmó que “había lugar para las dos”. “Acá me abrieron las puertas; en los hogares de menores no te dan salidas por ser menor de edad, pero acá es una familia, te contienen mucho, desde el cariño y eso no te lo dan en otros hogares“, señaló la joven. Florencia finalizó segundo grado de la primaria pero tiene la convicción de continuar sus estudios: “Acá me van a ayudar, ya me ayudan demasiado“, dijo. “A veces no es fácil estar contando la vida de uno”, apuntó y explicó que “la mayoría de las chicas que estamos en hogares, fuimos abandonadas, a muchas nos alejaron de nuestras familias porque nos abusaban“. Su presente es diferente, su hija empezó el jardín y ella comenzó un taller de panadería y “hacía otro de costura donde cocía barbijos para el Proyecto“.
Por su parte, Camila Reisach, de 19 años, compartió su historia mientras su hijo, Lorenzo Taiel, de 11 meses, gateaba por todos los lugares posibles de la terraza. “Yo estaba en situación de calle y cuando quedé embarazada me derivaron a Frida desde un hogar“, dijo aunque aclaró que continúa en contacto con su compañero, quien está siendo asistido en un centro de rehabilitación. Pese a que Camila podía quedarse en ese hogar hasta la mayoría de edad, “no está permitido estar con hijos“. “Mi mamá me echó a los 14 años y desde entonces estuve en la calle y perdí comunicación con todos; le mandé fotos de Taiel pero no quiso saber nada“, recordó. A la joven le resta un año para finalizar el secundario en el Centro Educativo Isauro Arancibia, donde trabajan con personas en situación de calle, y se apura a aclarar que se encuentra buscando trabajo “para alquilar algo con el nene y tener privacidad“. Taiel nació durante su estadía en Frida: “Me cuidaron mucho y cuando cumplió un mes me fui con el papá, pero las cosas salieron mal y volví en noviembre“. “Voy a la escuela con Taiel y lo anoté en el jardín, pero estuve en un Centro de día para hablar con un psicólogo porque no lo entendía mucho y estaba alejada de él“, confesó y dijo: “Ahora estoy más a su lado y contenida“.
Brisa Olivera Chagas tiene 19 años y una niña de un año y medio, Natalie Roma Olivera. “Llegué cuando ella tenía 5 meses y conocí al Frida por mis hermanos, que están en otro hogar cerca de acá“, contó. La joven cursa el tercer año del secundario en el Bachillerato Popular Gleyzer y concurre con su hija porque “no podemos salir sin nuestros hijos“. “Yo vivía con el padre de Natalie pero cuando lo detuvieron, sufrí violencia de género de su familia y me tuve que ir“, agregó. En cuanto al centro Frida, Brisa remarcó que “significa bastante, porque me ayudaron a salir adelante y nos llevan a talleres de panadería, te enseñan un oficio“. “Es lindo estar acá, pero quiero trabajar y poder estar con mi hija. No me gusta quedarme quieta y ahora estoy progresando en los talleres“, dijo con entusiasmo. Los padres de Brisa fallecieron, ella y sus hermanos no tienen familiares que los contengan. “No me gusta el centro donde están mis hermanos, porque los trabajadores son muy dejados y te tenés que conformar con un techo y comida“, dijo y agregó: “Es difícil poder conseguir un lugar como Frida, es un buen lugar“.
FUENTE: TÉLAM