Celebrando el lunfardo

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A 58 años de la creación de la Academia Porteña de Lunfardo.

POR ALEXANDRA BARRETO

Bondi, mina, facha, fiaca, chabón, chamuyar, son algunos de los términos que forman parte del vocabulario lunfardo. El 5 de septiembre, el escritor José Gobello crea el libro Lunfardía y el 21 de diciembre de 1962, Gobello junto al poeta Nicolás Olivari y el periodista Amaro Villanueva forman la Academia Porteña del Lunfardo, que se dedica a investigar todo lo relacionado con la cultura popular de Buenos Aires. Al inicio, las actividades iniciaron en un pequeño departamento de la Avenida Lavalle y 1977, se mudaron a un local más amplio en la Av. Estados Unidos 1379.

Para profundizar  más sobre este tema, dialogamos con dos referentes importantes: Fernando Sánchez Zinny (poeta, traductor y crítico literario) y Oscar Conde (académico, poeta y estudioso).

¿Qué es para usted el lunfardo? ¿Es un vocabulario de inmigrantes?

OC: Es un argot, es decir, un léxico de carácter popular, nació en los ambientes populares y arrabaleros. Lo que determinó su nacimiento fue la llegada de cientos de miles de inmigrantes a la región del Río de la Plata, cada cual con su respectiva lengua materna. Esas voces, escuchadas en las esquinas, en los conventillos, en los patios de las escuelas fueron incorporadas por los criollos –muchas veces deformadas en su fonética o con otro significado–, por un afán lúdico, a su léxico cotidiano. Por supuesto, tales préstamos lingüísticos no son el único modo de crear un lunfardismo, pero en las últimas décadas del Siglo XIX fueron el insumo fundamental. No es que el lunfardo sea un vocabulario de inmigrantes, pero sin la inmigración no habría sido lo que fue ni cómo fue”.

¿Cuál es el origen del término lunfardo?

OC: Es una derivación de una palabra del argot de Roma del siglo XIX: lombardo, que significaba ‘ladrón’. Lonfardo y prontamente lunfardo era el modo en el que se autodenominaban los ladrones en ese tiempo.

¿Cómo nace la idea de crear una Academia Porteña del Lunfardo?

FSZ: Primero nació el lunfardo, nombre que ha venido a tener el significado de habla coloquial de Buenos Aires. Un medio centenar de palabras de ese origen –algunas italianas y otras de la germanía españolas– pasaron luego al lenguaje común. La Academia, en origen, era específicamente un centro  de análisis lingüístico, según surge de su mismo nombre. Pero como las palabras siempre algo dicen, insensible e inevitablemente se extendió al arte y la historia de Buenos Aires, al tango, a lo teatral y cinematográfico, a lo musical y hasta a las representaciones gráficas; sin ir más lejos, Sebastián Piana y Carlos Cañás, se han contado entre sus miembros. 

¿Ustedes son una ONG, reciben alguna ayuda económica?

Se mantiene con el aporte de sus miembros  y de otros hechos por un grupo de benefactores. Sus bienes se reducen a la sede de la calle Estados Unidos 1379, adquirida en 1987 merced a donaciones generosas; de ese edificio hay que pagar la tasa inmobiliaria y los servicios. Y hay un solo sueldo: el que se abona al benemérito colaborador Marquitos Blum; hasta aquí, todo se ha podido afrontar.

¿Se logró desmitificar que era una jerga de ladrones?

OC: Sí, Gobello fue el primero que lo hizo; aunque todavía haya personas que insistan en repetir que es una jerga de la cárcel, creo que se ha demostrado ampliamente la falsedad de esa creencia. Después con argumentos irrebatibles lo hizo, Mario Teruggi en su estupendo estudio Panorama del lunfardo (1974)”. 

Antonio Dellepiane hizo un diccionario de lunfardo, ¿cuál es su opinión?

OC: Dellepiane fue un renombrado penalista argentino, influido por las ideas de la criminología positivista vigente en su época. En El idioma del delito (1894) escribe sobre las jergas criminales y la importancia para cualquier criminólogo de estar al tanto de ellas;  anexa un “Diccionario lunfardo-español”  tiene sólo 414 entradas. Aún siendo tan pequeño, fue suficiente para probar que el lunfardo no se limitaba, ni siquiera en ese momento histórico, a ser un lenguaje de las cárceles porque hay palabras incluidas allí (y que nadie podría discutir que son lunfardismos) que pertenecen a otros campos semánticos, como por ejemplo: bullonear ‘comer’, busarda ‘boca’, cuervo ‘sacerdote’, chamuyar ‘hablar’, faso ‘cigarro’, lengo ‘pañuelo’, mina ‘mujer’, testamento ‘cabeza’”.

De todos los vocablos ¿cuál le gusta más?

OC: En general, las palabras más interesantes son aquellas de etimología más discutida o, mejor dicho, aquellas de las que se han forjado etimologías populares que son absolutamente falsas y es necesario aclarar de dónde proceden en realidad. Por ejemplo, atorrante no tiene que ver con ningún tipo de caños supuestamente llamados A. Torrant. Es un derivado de un verbo usado en el español de las Islas Canarias: atorrarse ‘quedarse quieto, inactivo, callado’. Zarparse no tiene nada que ver con el español zarpar, sino que es el vesre de pasarse, y por lo tanto debería escribirse con s: sarparse. Colimba, por su parte, es un vesre irregular de la palabra milico y es disparatada la explicación cuartelera de “corre, limpia, barre”.

FSZ: El verbo campanear, al que suelo encontrar en trances que me enternecen: “campaneá como el cotorro va quedan despoblado”, o bien, con más sosiego, “campaneando un cacho’e sol en la vedera”.

Hay vocablos como trola y trolo no tienen el mismo origen, ¿ocurre con otras palabras?

El origen de las palabras no siempre es transparente y hay que tener sumo cuidado cuando se trata este tema. Trola deriva de troia ‘prostituta’, voz del gergo extendida hoy a toda Italia; trolo, por su parte, deriva de un término del argot francés: drole ‘raro’. Pero también en el español ocurren cosas así de sorprendentes: párroco y parroquia, ambas derivadas de voces del griego antiguo, no tienen nada que ver en su origen.

¿Qué nos puede contar sobre la novela La muerte del Pibe Oscar?

OC: Fue escrita por el teniente de guardia cárceles Luis Contreras Villamayor y publicada por él mismo en 1926, pero con tanta mala suerte que la tirada casi completa se incendió en la imprenta. Es la primera novela lunfarda, no solamente porque cuenta la vida de un ladrón porteño que operó en la primera década del siglo XX llamado, Oscar Gache, sino particularmente porque está plagada de palabras y expresiones lunfardas. Es un texto casi desconocido que rescaté y reedité en 2015 en una edición anotada que publicó la editorial de la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE).

En una entrevista  que dio a la Radio Pública, manifestó que el lunfardo le da un sabor porteño al tango?

OC: Sí, eso sucede en los comienzos del tango canción, que tuvieron lugar en los últimos años de la década de 1910. Los primeros letristas (Pascual Contursi, Celedonio Flores, Francisco García Jiménez, José González Castillo) insertaron con total naturalidad en sus textos una serie de palabras y locuciones de cuño popular que todo el mundo reconocía ya como lunfardismos y eran perfectamente comprensibles para el público. El uso de estas voces en las letras de tango –además de otras características del habla rioplatense, como el voseo, la pronunciación de ciertos sonidos y la influencia del lenguaje gauchesco– permitió una rápida identificación del público con ellas, que sentían esas canciones como propias no sólo porque describían su realidad, sus ilusiones y desilusiones sino también porque la voz que habla en ellas se expresaba con el lenguaje corriente de los sectores populares. Pero a lo largo de la historia del tango no todos los poetas se sirvieron del lunfardo, como Homero Manzi, José María Contursi o Cátulo Castillo. Por otra parte, el lunfardo hace décadas que no puede limitarse a lo porteño, dado que ha cobró un carácter nacional”.

Volviendo a la Academia, ¿cuántas personas la conforman y cuáles son las actividades que realizan?

FSZ: Debe haber unos treinta académicos titulares más un puñado de eméritos y un grupo más grande de miembros correspondientes que residen en otras ciudades del país y del extranjero. Con el transcurso de los años se ha ido acumulando una inmensa y valiosísima labor de compilación léxica con derivación a modismos, formas de expresión, alteraciones, variantes y orígenes, que, en sí, es la función propia de la Academia, aparte de cursos, certámenes, conferencias, reunión de material bibliográfico y documental, contactos con otras instituciones y programas diversos de extensión. Pero todo esto es –y debe ser–, subsidiario de lo primero, pues ésa es su función natural. Y puede ser entendida de dos maneras, ambas, por supuesto, inabarcables: como estudio del fenómeno perpetuo de modificación del habla, o como esfuerzo porque no se pierdan el conocimiento de los significados anteriores. Este es punto por demás interesante: muchos textos de sainetes y letras de tango, sin ser todavía incompresibles para las personas corrientes, padecen ya del deterioro que representa el empobrecimiento de su comprensión. Veamos: “rechiflado en mi tristeza” dice el tango; rechiflado sería “reloco” y así lo entiende casi todo el mundo, pero entonces lo que sigue es un disparate, porque el protagonista continúa hablando muy tranquilamente… Pero es que rechiflar significaba “tirar”, “abandonar”: “me rechiflo del escabio…”.

¿Por qué le apasiona tanto el lunfardo?

OP: En realidad me apasionan las palabras. Por eso enseñé griego, latín, gramática. Escribo poesía; estudio las letras de la cancionística popular argentina: el tango, el rock, el free style hiphopero y el rap actual.

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