Adoptó una niña de 10 años y su conmovedora historia se hizo viral

Historias para contar Slider costado

Gabriela decidió adoptar. En el camino supo que el 90 % de la gente buscaba bebés. Entonces eligió no poner límite de edad. Luz llegó a su vida luego de sufrir dos abandonos: el de su mamá biológica y el de una familia que no la supo ahijar. Contó sus vivencias en Twitter para inspirar a otros con el hashtag #AdoptenNiñesGrandes

 “Muchas veces dicen ‘madre hay una sola’, pero yo fui su tercer intento de mamá. La mamá de origen no la había podido cuidar, ni la que se postuló después supo ahijarla. No tenía que fallar, no podía fallar”, reflexiona y se emociona Gabriela Ponce al pensar en su hija y el camino recorrido por ambas

Seis años atrás sintió que sus ganas de adoptar iban en serio. Fue cuestión de animarse a dar el paso, de escuchar las historias que contaban otras familias que habían pasado por la experiencia de la adopción, de tachar mitos y conocer verdades hasta confirmar que ese iba a ser el camino. “Ojalá mi deseo se cruce con el deseo de alguien que quiera tener una mamá sola”, pensó al finalizar la primera reunión ya que no tenía pareja. Y empezó a hacer fuerza para que eso ocurriera.

“La maternidad, además del deseo, tiene que ser con responsabilidad”, asegura Gabriela desde su domicilio en General Arenales, una localidad de 10 mil habitantes a 300 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Con esa convicción se inscribió en el RUAGA (Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos), asistió a las charlas presenciales y virtuales y se presentó ante la psicóloga que iba a evaluarla. “No tenía el apuro de ser madre ya y tampoco sabía cuánto podía demorar, pero sabía que lo iba a lograr”, agrega.

En su proceso de búsqueda aprendió muchísimo, y entre esos aprendizajes descubrió que más del 90 por ciento de las personas buscaban bebés. “Me pareció re injusto para los demás niños, pero tampoco me veía con un preadolescente de entrada”, reconoce.

Un día, mientras trabajaba en el laboratorio de análisis médicos, recibió el tan esperado llamado: había una nena de 10 años que pedía una mamá sola. Le dieron unos días para pensarlo, pero ella respondió a las tres horas. Una charla con sus padres fue suficiente y necesaria. A ellos también les iba a cambiar la vida.

A partir de ese día empezó a saber más de Luz. La niña que hoy está en el proceso de Guarda eligió llamarse así para esta nota en la que no se puede publicar su nombre ni mostrar su carita, pero que sí está al tanto de la charla con su mamá y acepta compartir su historia para ayudar a los miles de chicos que esperan una familia. Porque no se trata del derecho de los adultos a tener un bebé, sino del derecho y la necesidad de los niños a crecer en una familia, ser cuidados y amados.

Si bien la nena le tenía miedo a los perros con Benito son grandes amigos

Luz venía no sólo de una historia dolorosa con su familia de origen, también de una vinculación fallida con un matrimonio y eso se tradujo en que fuera devuelta al hogar en el que vivía desde los seis años. “Eso me dio muchísimo miedo”, reconoce Gabriela, pero supo cómo sobreponerse. La vio por primera vez en una videollamada, y luego combinó una cita para visitarla.

Las fiestas del 2021 fueron diferentes, durante el brindis de Navidad solo pensó en el encuentro que tendría a los pocos días. Le habían contado que la nena estaba ansiosa y contenta por conocerla. Ella mezclaba nervios y felicidad y así manejó los 90 kilómetros que las separaban. Llevaba como regalo un zorrito que se iba a convertir en una especie de amuleto para su vínculo. Por su cabeza pasaban imágenes a toda velocidad en contrapunto con la postal monocorde que le devolvía la ruta ¿Cuál sería la reacción de la nena? ¿Y la propia? Pensaba una y mil veces qué decir, cómo actuar, imaginó a cada una corriendo al encuentro de la otra, en un abrazo inolvidable.

“Cuando se abrió la puerta encontré todo lo contrario: ella estaba llorando, estaba triste. Y yo pensé que era porque no me quería ver o que me habían mentido… y no, en realidad era que no la habían invitado a un cumpleaños de una compañerita y estaba muy vulnerable. Y yo no la pude contener, no la pude abrazar”. Gabriela conmueve aun en la distancia física y temporal. Y da cuenta de su fortaleza inquebrantable, porque más allá de la decepción y de sentir que se le estrujaba el alma, sabía que había muchos tipos de encuentros y que este era un escenario posible. “Uno se quiere lanzar a abrazar y ellos al principio no quieren ese contacto físico. La vinculación se trata de construir una nueva relación y hoy por hoy sé que a la primera que correría en una situación es a mí, pero en ese momento estaba abrazada a otra persona que era su referente afectivo”, explica.

Le mostró el zorrito, empezaron a acercarse y se fueron a conversar a una plaza. Su primera charla la tuvieron sentadas en el pasto, bajo los 40 grados de sensación térmica de diciembre. “Puso una distancia y empezó a hablar”, dice Gabriela y recuerda ese encuentro inicial entre madre e hija. Supo que Luz había elegido una mamá sola porque no le gustaban los gritos ni las peleas. Tampoco las mascotas, y tuvo que convencerla con una foto que su perro era chiquito y bueno por demás. Gabriela escuchaba, y su cabeza carburaba a mil por hora. “Me di cuenta que quería con toda su alma una familia, pero no a cualquier precio. Lamentablemente vi que era un pensamiento muy adulto para la edad que tenía. Y una vez que empezó la vinculación y que llegamos a pasar un tiempo juntas, volvió a necesitar ser nena todo el tiempo”, concluye.

Al otro día, el zorrito de regalo estaba roto y en el tacho de basura. Se lo habían sacado y Luz había presenciado esa situación. “Le hice tejer uno igual que llevaba y traía conmigo y le hice entender que eso era suyo y que iba a estar en su casa, esperándola”, relata Gabriela, que transitó un mes y medio de vinculación en el que empezó a ir cada vez más seguido a visitarla. Primero pasó dos horas, después fueron cuatro, otra vez pasaron una tarde entera en una pileta. Un fin de semana alquiló un departamento y Luz eligió quedarse con ella en vez de volver al hogar. “En ese primer fin de semana juntas me dijo mamá. Y fue rarísimo también porque yo no me sentía mamá todavía”, reconoce. “Yo no dormí esa noche por verla dormir. Y ella descansó después no sé de cuánto tiempo”.

Si tenía dudas, se disiparon al verla descansar. A la mañana siguiente, mientras preparaba el desayuno, escuchó una voz que le hablaba desde la cama. “Ma, ¿me alcanzás chizitos?”. “Cuando me dijo ‘ma’ yo me quedé helada. ‘Mami’, me gritó. Y ahí reaccioné y supe que me estaba hablando a mí, que me estaba diciendo ‘mamá’ por primera vez y ni siquiera estábamos viviendo juntas”.

A la semana siguiente, Luz conoció la que iba a ser su casa. Cuando llegó, vio que allí estaba el zorrito, esperándola. Una semana después, se quedó a dormir por primera vez y ya no se fue más.

Gabriela Ponce tuvo que respetar los tiempos y los espacios de su hija en el proceso de vinculación

Año nuevo, vida nueva

Luz empezó el año escolar en su nueva familia y en este desafío Gaby agradece el apoyo absoluto de la escuela. “Muchas vinculaciones fallan o son complicadas cuando les queremos exigir a los chicos que además de todo, tienen que rendir en el colegio”, explica. Con honestidad brutal, les dijo a las autoridades que no le iba a exigir nada académico y que su objetivo era que se hiciera un grupo de amigos. Y la entendieron.

Como había ocurrido con el zorrito, la escritura fue otra conexión especial entre ellas. “Luz agarraba mal el lápiz y no sabía escribir. Y aquel fin de semana que me fui a quedar, le enseñé un truco que había visto en Internet, aprendió y pudo escribir algo legible. Cuando llegó al hogar me contaron que les enseñaba el truco a todos y que no paraba de escribir. Necesitaba motivación y necesitaba atención”.

Así como repasa estos gigantes mimos al alma, también recuerda el momento más difícil. Fue la primera crisis de Luz antes de cumplir los 11, cuando ya vivían juntas. El año anterior en esa fecha vivía con otra familia, habían decidido la desvinculación con el juzgado porque habían existido irregularidades, y la psicóloga sugirió hacer un festejo para que se quedara con ese recuerdo. Así pasó de tener una megafiesta de cumpleaños a pasar la noche siguiente en un hogar. Nuevamente sin familia. Nuevamente abandonada.

En febrero, ya viviendo juntas, se acercaba el cumpleaños y afloraban los miedos. “Yo me había preparado para que ese día fuera difícil”, dice Gabriela. Durante un tiempo fue todo felicidad, había decorado la torta con unicornios y Luz había preparado mini pastafrolas. Soplaron las velitas, cantaron el Feliz Cumpleaños, se abrazaron en familia. Hasta que la nena cambió su semblante. “Vio que mis hermanos se iban, que su cumple se terminaba y empezó a llorar de una manera que nunca había visto”, dice Gabriela, con la voz angustiada. “Me dijo que tenía miedo de que se termine y que yo la devolviera ¿Cómo le hacíamos entender que eso no era una posibilidad cuando había pasado por algo similar? Solo el amor y el tiempo le iban a asegurar eso”.

Nunca con la intensidad de aquel cumpleaños, pero cada tanto los miedos aparecen. El proceso de adopción todavía no terminó, y nadie parece tenerlo más claro que la niña. “Hay días que me repite ‘vos sabés que yo me quiero quedar para siempre acá ¿no?’ Yo no se lo digo porque lo doy por sentado, pero los chicos no, y ahí me doy cuenta que tengo que decírselo”, afirma la mamá, y comparte otros miedos de su hija. Uno era no rendir en la escuela, pero el primer trimestre lo aprobó sin inconvenientes. “Ahora se anima a estudiar sola, tiene más seguridad. En el día a día está muy feliz y tranquila, creo que el mayor miedo es ir al juzgado”. Siempre viajan con el zorrito para sentirse más fuertes.

Luz estuvo cuatro años institucionalizada, “casi el mismo tiempo que yo estuve esperando”, compara Gaby y cuenta lo que puede de la historia de su hija, que por cuestiones judiciales debe mantener a resguardo. La niña pasó dos veces por una vulneración de derecho y antes había vivido hasta los seis años con su familia de origen. “Ellos perdieron todos los derechos sobre mi hija. El día de mañana obviamente que la voy a acompañar porque ella va a querer saber seguramente de su familia de origen. Pero hoy por hoy jurídicamente no tienen ningún tipo de vínculo y no se pueden acercar”, afirma.

Gabriela aprendió a esperarla para conocer ese pasado, y muchas veces los viajes en el auto le despertaban a Luz las ganas de hablar. “Así sea lo más duro que escuchás, te tenés que hacer fuerte y seguir”, evoca la madre, que se aferraba al volante para no llorar en cada recuerdo de su hija. Después empezó a advertir pequeñas escenas de la vida cotidiana en los que afloraban heridas de aquel pasado. “Cuando se le cae algo y se rompe me pregunta: ‘¿Y vos por qué no me pegas? Si yo la rompí’. O por ahí quería abrazarla medio brusco y me daba cuenta que se tapaba como diciendo ‘me vas a pegar’. Esto te hace cambiar algunas formas. Es desandar un camino enorme y por eso hay que prepararse”.

Las rutinas familiares cambiaron, los domingos ya no son de asado, ahora son de ñoquis que Luz prepara con su abuela

Como parte de esa preparación, Gabriela tuvo que aprender a poner límites. Y lidiar con ese pensamiento común a hombres y mujeres en su misma situación que temen que un reto active en el niño los reflejos de un pasado violento o ese fantasma que los persigue de “ser devueltos”, con todo lo crudo que suena el término. “Es más fácil porque estoy sola. Yo tengo que poner el límite y tengo que dar el premio, y seguramente me equivoco, pero siempre desde el amor. Tiene una edad que no me es difícil hablarlo, y también hay que dejar que tenga sus momentos. Para ella es un momento de duelo la vinculación, de cortar con un montón de cosas para poder empezar esto nuevo”.

#AdoptenNiñesGrandes

Gabriela encontró en Twitter la red de contención para volcar sus sentimientos. Fue la oreja que necesitaba para hacer catarsis, para compartir esas lágrimas que brotaban cuando su hija le preguntaba por qué no le pegaba cada vez que se le caía algo. “Es entender las cosas que vivió sin que te cuente detalles, y atrás de esa pregunta está la historia de ella y la historia de muchos chicos”, cuenta.

Y en cada testimonio, también siente que aportó su granito de arena a visibilizar una realidad que angustia, la de un montón de niños, niñas y adolescentes que necesitan tener una familia. “Todo cambia cuando estás en familia, porque podés pelear, nos podemos enojar, pero ella sabe que acá está su mamá y que ese amor no va a desaparecer. Cuando empiezan a desafiar quiere decir que están más seguros de que no va terminar eso, de que no van a meter la pata y que uno los va a dejar de querer, al contrario, parte de prepararse también es eso”.

En otro viaje en auto, Luz recorría el dial de la radio buscando la melodía para musicalizar el viaje. “Menos mal que no tuviste un bebé así me pudiste adoptar a mí’”, dijo como al pasar y con una sensación que Gabriela sintió como de alivio. Y que volvió a sentir hace unos días, el día de su cumpleaños, en otro llanto espontáneo de la niña: “Mamá, yo me perdí todos tus cumpleaños, pero este me lo gané”, le dijo. “Ella siente que es un premio lo que le está pasando, y en realidad es un derecho. Yo agradezco haberme cruzado en la vida con ella y que nuestros deseos sean los mismos. Y de haberme animado, a pesar de los miedos y los prejuicios, a dar este paso porque es la mejor decisión que tomé en mi vida. No me voy a arrepentir nunca”.

Si bien la prioridad en esta primera mitad de año no fue el estudio, Luz por primera vez pudo sentirse orgullosa de su avance escolar y sus calificaciones

De repente Luz aparece y se suma en la conversación. “Sabe que estamos hablando de ella”, advierte la madre. “Le gusta, siempre que todo sea para que otros chicos tengan familia. Por eso también me sumo al hashtag y expongo un poco más, porque si fuera por mí no lo haría”, admite. “Yo estaba triste y sola antes, pero cuando te conocí a vos sentí alegría y tranquilidad. Acá estoy re feliz y es para siempre”, agrega la hija.

Con el hashtag #AdoptenNiñesGrandes, Gabriela se sumó a una movida que busca ocupar ese vacío doloroso que tiene el sistema de adopción, en el que los adolescentes esperan una familia hasta que cumplen la mayoría de edad y se terminan cayendo del sistema. “Por eso apuntamos a concientizar para que tengan la edad que tengan tienen el derecho de tener una familia y cuántos más años tienen más deseos tienen de tener una familia”, dice con conocimiento del tema. Un tema sobre el que sobrevuelan miedos sobre historias pesadas y pasadas con las que uno va aprendiendo a convivir.

“Creo que todos pasamos por situaciones que nos dan miedo, y lo importante es hacerse cargo y pelear para que no sea más fuerte que el deseo de ser mamá o de ser papá y de darle una familia a alguien”, asegura Gabriela. Y cuenta su propia experiencia. “Yo tenía muchos miedos, que se fueron aplacando con la conciencia y con el aprender, eso te va preparando para ser la mejor opción para ese niño, niña o adolescente que necesita una familia”.

Luz sintetiza esa realidad con una imagen que le quedó grabada: “En el hogar los chicos más grandes están tristes porque quieren una familia y no llega nunca. Hay que adoptar a todos, los grandes también”.

FUENTE: INFOBAE

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