Cansados del ritmo urbano, se fueron a San Luis buscando un estilo de vida diferente rodeados por la naturaleza del monte. Con una casa sustentable y un puesto de chocolates en una feria local, esta pareja vive a su manera. Ángela Murua y Nicolás Ordóñez tienen 33 años y vivieron en Monte Grande durante más de una década. Se mudaron como pareja a Remedios de Escalada, pero buscaban un lugar más tranquilo para escapar de la presión y el encierro de la ciudad. De un momento para el otro, la decisión ya estaba tomada.
Después de haber sufrido un accidente de moto a pocas cuadras de su casa “por haber salido cinco minutos tarde“, ambos sintieron haber alcanzado un límite y sus deseos de reinventarse lejos de Buenos Aires no podían esperar. Casi sin darse cuenta, ya estaban proyectando su nueva vida en San Francisco del Monte de Oro.
Entre el río y las sierras, Ángela y Nicolás buscaban eso que consideran la “nueva forma vieja de vivir“, tal como lo hacían sus abuelos, entre huertas, animales y por sobre todo mucho trabajo. A este concepto le sumaron una mirada ecológica al momento de construir su nueva casa.
En el centro de toda una hectárea, y gracias a varios tutoriales de YouTube, empezaron a construir un primer domo hecho plenamente de bolsas de arpillera -las que usualmente se usan para frutas y verduras- y tierra hidratada. Con dedicación e ingenio, son sus propios constructores.
Esta técnica, además de sustentable, es también bastante rápida y versátil. “Aunque las bolsas sean pesadas, en un mes y medio pudimos cerrar un domo y ya proyectar más habitaciones” cuenta Nicolás, y asegura que la primera construcción fue plenamente experimental.
Las bolsas del domo fueron apiladas una por una, y la pareja ya espera realizar un revoque interno de barro y cal para más adelante colocar cerámicas y, de a poco, terminar el hogar que hace años tienen en mente y cada vez toma más forma.
No todos logran entender la técnica que eligieron. “¿No se cae?” “¿Y es calentita?” son algunas de las preguntas que suelen recibir, pero Ángela y Nicolás remarcan lo erróneo que es el estereotipo de “casa de barro” que la gente suele tener en mente.
“En Buenos Aires nadie está acostumbrado a ver este tipo de construcciones entonces no lo entienden, cuando piensan en una casa de barro se imaginan una casa bajita y precaria“, explican. Y aseguran que si bien se trata de un trabajo pesado, es más que posible llevarlo a cabo.
De igual manera, los beneficios de la sustentabilidad y del estilo de vida que eligieron, lejos están de ser algo vacacional. “Estés donde estés vas a tener que generar un mango y seguir comiendo todos los días“, dice Ángela, y agrega: “No es fácil, pero la vida allá (por Buenos Aires) tampoco es fácil“.
La pareja de Monte Grande trabaja todos los días con un emprendimiento propio e ingenioso. En una feria del pueblo sanluiseño venden golosinas de chocolate completamente artesanales, que imitan -y hasta mejoran- algunos sabores de productos industriales conocidos en el país.
“Queremos hacer los chocolates como eran los de antes, más grandes y ricos, que daba gusto comerlos. Ahora no es tan así comer una golosina industrial“, cuenta Ángela, que ya lleva un tiempo ofreciendo los productos de “Tía Tita” a turistas y locales.
Con días buenos y no tan buenos, el proyecto independiente de esta pareja depende de adaptarse cada día para salir adelante. “Tenés que ser versátil. Acá vas a ser constructor, agricultor, tenés que ser sociable y salir a vender“, explica Nicolás desde San Luis.
Más allá de las dificultades que pueden surgir, la decisión que tomaron les “llena el espíritu a diario” y aprenden del entorno constantemente. Los vecinos de la zona comparten búsquedas similares, que van en contra de lo que muchos asumen como “preestablecido“.
“Sin dudas el poder adquisitivo no se acerca al que teníamos en Monte Grande, y muchas veces hasta estamos sin dinero. Pero es la primera vez que el billetín no nos gobierna“, concluye la pareja con la confianza y el alivio de finalmente estar viviendo alejados del caos urbano.
FUENTE: CLARÍN