Las huertas comunitarias y urbanas son una realidad cada vez más potente: desde el inicio de la cuarentena estas acciones se multiplicaron. En la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires hay cientos de proyectos que incentivan a las personas de todas las edades a producir su propia comida de forma sana, sin químicos y en colaboración con vecinos y familiares. Los integrantes de tres proyectos compartieron su experiencia sobre esta tendencia que llegó para quedarse y para marcar el camino hacia un mundo más sustentable.
Manos a la tierra, nadie se queda afuera
Carlos Briganti, creador del colectivo “El reciclador – Sembrando techos”, comenzó esta aventura hace 12 años haciendo de su terraza de 60 m2 en el barrio porteño de Chacarita una azotea verde donde, solo el último invierno, recolectó entre 400 y 500 kilos de alimentos de hoja. “Es importante que las huertas sean comunitarias, estatales, públicas, agroecológicas, y que sean una opción para la gente que menos tiene”, sostuvo.
El activista de 57 años es uruguayo, fue productor de campo, quintero, se mudó a Buenos Aires, donde es plomero y enseña plomería a mujeres en el Centro de Formación Profesional n°16. Este mes, abrirá la segunda escuela de agricultura urbana. “Es algo inédito”, explicó. Junto con las organizaciones Club del Compostaje, Frutas en la ciudad y Acción Huerta Urbana, el colectivo de Carlos brinda talleres, vivos de Instagram y charlas en las veredas.
Las huertas, que se montan en las veredas o en casas particulares, se hacen con los materiales que tienen a mano, de manera que son totalmente gratuitas y están al alcance de todos. De esta manera, gracias a la reutilización, y a la multiplicación de plantas, también se cuida el medio ambiente. El huertista detalló: “Utilizamos contenedores reciclados, cubiertas de autos, gomas de neumáticos, tachos de 20 litros, bidones de agua de seis litros. Reutilizamos este tipo de residuos para enseñar que son pasivos ambientales y que hay que tratar de utilizarlos para rediseñar nuestra ciudad, urbanidad y futuro, todos tenemos plásticos. Se desechan 18 millones de cubiertas por año y solo alrededor de un 10% se recicla, el resto va a un relleno sanitario”. Además, las semillas que usan son propias.
“Nosotros tenemos un programa, que se transmite en vivo por Instagram los domingos a las 11, que se llama “Mateando con el reciclador”, y nos acompaña mucha gente. También damos pasantías y un voluntariado de lunes a viernes hasta cuatro personas con barbijo y distancia social. Enseñamos a la gente a producir alimentos, a trasplantar, a germinar, todo absolutamente gratis”, contó Carlos.
También contó que la “cuadrilla” (Acción Huerta Urbana) va la calle a hacer la huerta directamente. “Es trabajo social, nos conocemos en el territorio y contribuimos a que se restituya el tejido social donde intercambiamos saberes de semillas y la gente está presente en el día y se saca fotos”. Cualquiera se puede sumar, agregó.
Las huertas urbanas están hechas con cubiertas pintadas y se ubican en el frente de las casas, sobre las veredas, siempre con el apoyo del “frentista”, la persona que vive frente a ellas. “Nosotros solamente le enseñamos al frentista cómo cuidarla. Le ponemos los plantines y esa persona se encarga de regarlos y cosechar. Somos activistas por antonomasia”.
“Como seguridad, no hay como hacer una huerta en la calle, para el buen vivir no hay como hacer una huerta en la calle, para dejar de ir al psicólogo no hay como hacer una huerta en la calle”, destacó el activista.
Carlos también aseguró que las huertas contribuyen al “buen vivir”, ya que les da posibilidad a mucha gente que vive en monoambientes o en lugares sin patio ni terraza, de estar mejor. También, enfatizó en que es una actividad que puede realizar todo el mundo: “Los más pequeños y las personas más grandes que estuvieron encerradas vieron en esto una válvula de escape donde pudieron interactuar con la gente y participar activamente”, sostuvo.
En esta línea, Noelia Domé, la emprendedora que creó “Locas x la Huerta” resaltó: “Mucha gente mayor se quedó sin actividades con la pandemia, y estas actividades también son para ellos, participan mucho y yo estoy acercando a ese público, que vengan, que traigan a sus nietos e hijos. Mi idea es que haya un ambiente familiar”.
“Locas x la Huerta” es una iniciativa que forma parte de “Mujeres Emprendedoras”, una organización creada por la activista cuando se quedó sin trabajo y comenzó a emprender en ferias y en la venta online. Desde el inicio de la cuarentena, se le ocurrió generar “acciones” en San Martín, provincia de Buenos Aires, para ayudar a armar huertas en las casas de los vecinos. Así, fue creciendo el interés y hoy cuenta con el dictado de talleres presenciales y online, voluntariados gratuitos y capacitaciones.
Por un lado, la activista brinda talleres gratuitos al público en general, y por otro, ayuda a huerteros a generar sus propios emprendimientos. “Disfruto mucho lo que hago. Hacemos mucha difusión, yo salgo a la calle con promotores, hacemos volantes, sin nada de ayuda del Gobierno, gracias a las redes sociales llegamos al público”, explicó Noelia.
Esta organización cuenta con dos terrenos ofrecidos por los municipios de San Martín y Tres de Febrero. Además, su idea es repetir la experiencia en otras provincias. Para Noelia, la gente se acerca para cumplir necesidades básicas: “Lo hacen, en primer lugar, para cuidar un poco la alimentación y consumir alimentos que no estén contaminados con químicos, y segundo para disfrutar un espacio, hacer algo que te conecte con la naturaleza y generar comunidad”.
“Es un mundo nuevo que se abre, sirve para conectarse, bajar un poco el ritmo acelerado. Yo digo que es como mi terapia, me olvido de todo y estoy haciendo algo que me gusta con la gente”, enfatizó.
Una acción “revolucionaria”: compostar, reciclar
Martín Almiña es ingeniero industrial y es el director de Más Oxígeno, la asociación civil que lleva adelante el proyecto “Red de Compostaje”, una iniciativa que engloba a 14 organizaciones y brinda talleres, ofrece soluciones personalizadas de compostaje y vende composteras. Además, lleva adelante la propuesta de “composteras comunitarias”.
“Hay mucha gente que de a poco tomó conciencia de los residuos y quieren ver cómo resolver el problema, y para quien no quiere tener una compostera en la casa, pero sí está dispuesto a separar, una compostera comunitaria puede ser un punto de recolección”, contó.
En este sentido, Martín explicó que el punto más importante del compostaje es que si se sacan los orgánicos de la basura, lo que queda son materiales, y es como si fuese “el primer paso para avanzar hacia un mundo sin basura”.
Carlos Briganti fue más punzante: “Si vos querés ser revolucionario o revolucionaria tenés que compostar, sino es jarabe de pico hablar. Tenés que hacerte cargo de tus residuos sólidos urbanos para demostrar que se tienen que terminar los residuos sanitarios, que se tienen que terminar los basurales a cielo abierto que son 5000 en el país”.
La motivación de Almiña para emprender esta iniciativa nació gracias a un taller. En sus palabras: “Hice un curso en el Prohuerta de INTA de Castelar y ahí conocí a las lombrices californianas. Y cuando me di cuenta de que era bastante sencillo, sobre todo que si tenés un jardín en cualquier rincón podías ponerle los orgánicos, las lombrices y que eso se transformaba en tierra, digamos, no lo podía creer y me dije: ‘¡No puedo creer que esto no se esté enseñando y que todo el mundo no lo sepa!’ Porque es mucho más fácil que pagar los billones que estamos pagando de impuestos y para transportar orgánicos que son una mezcla de tierra y agua. Entonces, me pareció como obsoleto lo que estábamos haciendo”, recordó.
Además, Martín igualó “compostar” con “reciclar”, y lo diferencia de “separar”: “Lo que nosotros explicamos es que cuando vos compostás, reciclás. Después lo otro que vos hacés es separar los materiales, los plásticos los recicla el proceso industrial”.
Y para transmitir su experiencia en el compostaje, el director de Más Oxígeno explicó: “Acá tenés la oportunidad de ver cómo algo que antes le llamabas basura, ahora de repente se transforma en un nutriente, y eso a la gente le produce muchas cosas internamente, porque nosotros venimos de una sociedad en donde si hay algo que no sirve, lo tiramos, y el compostaje va un poco en contra de eso, ya que demuestra que si algo no sirve puede volver a tomar vida. Es algo difícil de transmitir en palabras, yo creo que cuando lo ves lo experimentás”.
Saber lo que se está comiendo: un paso hacia la soberanía alimentaria
Soberanía alimentaria es tener control ciudadano sobre los alimentos que se consumen, conocer su producción y que sea sana. Consultado en este punto, Almiña contó la relación que existe con el compostaje y las huertas: “Primero se relaciona desde un lugar sumamente técnico, donde el compostaje permite regenerar los suelos, entonces en suelos fértiles es más fácil que salgan alimentos sanos”.
“Por otro lado -continuó- lo comunitario hoy es algo que, no solo desde el compostaje, va a tomar mucha relevancia, porque ahora que hay un mundo individualizado, donde un individuo se puede aislar en su casa y recibe comida sin ver a nadie, yo creo que los comunitario es el camino para que la sociedad se sostenga, no solo a nivel social, sino también con procesos sanos respecto al uso de los recursos”.
En opinión de Briganti, “la producción de alimentos tiene que depender del Estado. Primero tenemos que tener soberanía alimentaria, que es cuándo y cómo producir, y eso no lo estamos haciendo, lo deciden un grupo de personas que dicen que hay que desmontar para producir soja transgénica. Nada tiene que ver con la soberanía alimentaria, con la planificación del país, solo porque trae dólares. Así empezamos a producir en este eje del mal”. Y agregó: “El proyecto de país a largo plazo es que el que va a producir agroecologicamente y va a cuidar a sus ciudadanos”.
Para Carlos, también hay que “revalorizar” conocerle la cara a los productores y que sean de cercanía. Además, señaló que las huertas agroecológicas deben estar en “edificios públicos, en las escuelas donde también se debe enseñar hacerlas, en institutos de formación profesional, y universidades”.
Sembrar para cambiar el mundo
Carlos explicó cuál es su motivación para llevar adelante su trabajo: “El mundo se puede cambiar, sino no estaría metido en esto, y es más fácil de lo que parece. Es solamente voluntad, militancia, activismo. Hay mucha gente que habla, nosotros los llamamos el jarabe de pico. Hablan y hablan y cambian el punto desde la dialéctica, nosotros cambiamos el mundo directamente mojándonos las patas”.
“Por eso necesitamos la participación activa de la gente. Hay quienes dicen ‘esto no cambia más’, yo digo que sí, si diez personas, 100 personas, un millón de personas dice ‘nosotros queremos que la ciudad composte y queremos huertas en las veredas’ se terminó la discusión. En CABA, hay 20.000 hectáreas de espacios verdes para plantar huertas, como las vías y las bajadas de las autopistas. y podemos producir alimentos de calidad en forma intensiva”, cerró.
FUENTE: INFOBAE