Mujeres Qom de Santa Fe fundaron una cooperativa de cestería

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La cooperativa reúne 67 mujeres que unieron el conocimiento ancestral de la cestería con la voluntad emprendedora.

“Cuando tenía 14 años empecé a trabajar con las artesanías, porque mi abuelita me enseñó; ella me enseñó todo. Cuando me quedé con mi tía, ella me mandó a la escuela, pero a mí no me interesaba ir porque yo tenía que trabajar para ganar algo para comer”. Ese es el primer recuerdo que evoca Graciela Hilguero, presidenta de la cooperativa de trabajo Qom Alphi, cuando se le pregunta cómo empezó a hacer cestería con hoja de palma. Se trata de una técnica que se ha transmitido de generación en generación en el pueblo indígena qom, y que hoy es uno de los “orgullos” y los “tesoros” de la comunidad, según palabras que la propia Graciela elige para describir a la actividad que ocupa buena parte de sus días y sus noches.

La cooperativa de trabajo Qom Alphi (“Mujeres Qom”, en el idioma de ese pueblo indígena) comenzó su historia en el 2018, a partir de la unión entre dos grupos de mujeres: las artesanas qom de la comunidad que habitan en los barrios Las Lomas y Santo Domingo de la ciudad de Santa Fe y las criollas que integran la Mutual de Voluntarias de la provincia.

Las primeras, luego de haber visto los buenos resultados que obtuvieron las artesanas de Chaco a partir de organizarse para vender su trabajo, centrado en la técnica ancestral de la cestería con hoja de palma, buscaron apoyo en las segundas. Actualmente, son 67 las mujeres que integran Qom Alphi, quienes lograron en el sistema de trabajo de la cooperativa tener un ingreso semanal seguro.

Un tejido para la libertad

Las voluntarias son cuatro: Pilar Cabré, Noelia Carrizo, Mercedes Carrizo y Sofía Novaira. Tienen entre 30 y 40 años y actualmente compaginan sus trabajos propios con el tiempo que le dedican, ad honorem, a la tarea social en Qom Alphi.

Desde el diálogo y el intercambio cultural, elaboraron distintas estrategias comerciales, organizativas y comunicacionales para contribuir a la consolidación del grupo de artesanas y la difusión de su producción. Pero eso no fue todo: el vínculo entablado puso de manifiesto la necesidad de abordar también otras problemáticas, como el derecho a la educación, el acceso a la salud y la violencia de género.

Recuerdan que empezaron con reuniones para ir conociendo a las artesanas que, en ese entonces, formaban un grupo reducido. Al principio, lograron dar con una primera cliente, una influencer que vive en Buenos Aires, quien comenzó a encargar productos y con ella llegaron más clientes. Sin embargo, se trató de un proceso lento ya que esos compradores les pedían diseños especiales, con medidas que las mujeres no sabían o no querían trabajar.

Nos dimos cuenta de que ellas querían ser libres en lo que tejían. Se sumaron algunas y otras se fueron. Íbamos todas las semanas al barrio, les llevábamos fotos con diseños y medidas. El grupo comenzó a crecer y comenzó el desafío de poder darles trabajo a todas. De a poco, comenzaron a entender el potencial de cumplir con los pedidos. Antes vendían sólo en la calle, pero después se dieron cuenta de que con este sistema podían tener una economía bastante regular, cobrando todos los viernes”, rememora Sofía al hablar de los inicios de la colaboración.

Las Lomas y Santo Domingo, el entorno de Qom Alphi

Los barrios Las Lomas y Santo Domingo se emplazan en el noroeste de la ciudad de Santa Fe, a 10 kilómetros del centro. Allí se erige uno de los agrupamientos qom más grandes del país y uno de los que mejor conservan la cultura, el idioma y las tradiciones ancestrales de este pueblo. La comunidad se conformó a partir de la década del 80, cuando las familias empezaron a dejar sus hogares en el norte de la provincia de Chaco, empujadas por la pobreza y la falta de trabajo. La iniciativa tiene como objetivo poner en valor el circuito productivo de la cestería con palma en la ciudad de Santa Fe.

Graciela, del dolor al orgullo

Graciela tiene 42 años y es la presidenta de la Cooperativa Qom Alphi. Nació en el departamento de Castelli, en la provincia de Chaco y durante la entrevista, que se realiza en el patio de su casa, cuenta que su madre murió cuando ella tenía 10 años y que entonces fue criada por su abuela, quien le enseñó a tejer la palma. Cuando su abuela falleció, quedó al cuidado de una tía, hermana de su padre, con la que no tenía una buena relación. Afirma que la suya es “una historia muy triste” porque creció sintiendo la falta de cariño; entonces, a los 17 años escapó hacia Santa Fe junto a una familia que conocía.

Al pisar otra provincia, terreno desconocido, atravesó un derrotero hasta llegar a barrio Santo Domingo (Santa Fe), donde hoy tiene su casa llena de hijos, nietos, perros, gatos y gallinas. La mayoría de los habitantes del barrio son de la comunidad; Graciela se siente orgullosa de lo que significa su cultura y la defiende: “Me siento contenta, yo puedo hablar castellano y mi idioma, puedo responder una pregunta”. Por eso, además del trabajo artesanal, el idioma es el “otro tesoro” de la comunidad cuya pérdida intentan evitar, mediante la enseñanza a sus hijas y nietas.

Graciela afirma que no extraña su provincia natal, a la que sólo viaja “cada tanto” para comprar hojas de palma, y por eso recuerda la primera etapa de la pandemia, en la cuarentena, como un momento “muy triste”: “No podía viajar a buscar material, recién a mitad del 2020 nos consiguieron un camión y lo buscamos. También nos ayudaron con mercadería, ya que no podíamos salir a vender”. El acceso a los bolsones alimentarios fue posible gracias a la gestión de las compañeras de la Mutual de Voluntarios.

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