Se convirtió en la primera mujer en completar la hazaña de las seis rutas sanmartinianas. El Paso de Guana fue el último y el más difícil. “La cordillera te da todo, pero te puede quitar todo”, advirtió.
Aventurera y soñadora. Así se define Adriana Geymonat en las redes sociales. Su amor por los próceres -y en especial por José de San Martín- llevó a esta docente de La Plata de 53 años a recorrer los caminos de la historia: en enero se convirtió en “la primera mujer en la Argentina y en el mundo” en completar las seis rutas del Cruce de los Andes.
Su aventura
Su aventura comenzó en 2017 con el Paso de los Patos. En 2018 siguió con Portillo, luego Comecaballos. En el 2020 fue el turno de Planchón. La pandemia no puso sus planes en pausa y en 2021 recorrió Uspallata y finalmente este 2022 acabó con el paso de Guana, “el más difícil de todos”.
En el medio pasó frío, hambre, sol y calor. Sufrió dolor y heridas, como un esguince y una hernia de discos. Se enfrentó a los elementos y disfrutó de los increíbles paisajes de la cordillera. También hubo situaciones de riesgo y llegó a temer por su vida. Conoció a muchas personas, guías, baqueanos, historiadores y miembros de asociaciones sanmartinianas de todo el país.
Sobre su experiencia, Geymonat, que dicta Artística, Expresión Corporal e Historia del Arte en varias escuelas privadas de La Plata afirmó que “cada paso es distinto, los paisajes y el clima son distintos y todos tienen su grado de dificultad”. Lo que tienen en común es que siempre se realiza la travesía con “mucha emoción” y admiración por la increíble proeza de los soldados del Ejército de los Andes.
“En el Cruce no se habla, todo es silencio, solo sentís el viento, mirás cielos únicos. Realmente sentís la patria. Uno empieza a valorar lo que hicieron estos hombres a cargo de San Martín, ese gran estratega que con nada diagramó estas seis rutas a Chile para librar una guerra envolvente contra las tropas realistas”.
Geymonat confiesa ser una verdadera fanática del Libertador, cuyo retrato lleva estampado en remeras y hasta en barbijos. “Amo la historia y vivenciar, recorrer lo que hicieron nuestros antepasados para trasmitírselo a mis alumnos, dar a conocer los valores de los próceres. Los chicos después se interesan mucho”, contó.
Una tormenta y un sueño con San Martín
El tercer día hubo una tormenta “tan fuerte que no se veía nada”. “Los caballos se asustaron por los truenos y huyeron”, contó. Desesperada, ese día Adriana lloró mucho y hasta le rezó a una estatuilla de la Virgen de La Merced que le había regalado la Asociación Belgraniana de San Juan para que llevara junto con la Bandera Ciudadana en su viaje.
“Tenía mucho miedo, pensé que no volvía por la fuerza de la tormenta, que iba a morirme en la montaña. Le pedí a la Virgen que si tenía que pasar me permitiera dormirme”, confesó a este medio.
Al otro día los dos baqueanos que la acompañaban salieron a buscar a los caballos. Entonces Adriana se quedó sola, durante horas, en el medio de la cordillera. Quizás fueron el hambre, el cansancio o la fiebre que tenía, pero ese día, mientras esperaba se durmió y tuvo “un sueño extraño”.
“Me apareció la cara de una mujer, por ahí la Virgen, y enseguida la sombra de San Martín que me llamaba. No entendía nada. Me despierto, estaba sola, de repente alguien tose y era el baqueano con los caballos, me levante y lo abrace”, contó aún conmovida por la experiencia.
El sueño le levantó el ánimo y le dio el impulso que necesitaba. “Tengo que seguir, tengo que cumplir el objetivo”, pensó en ese momento.
No se podía dejar vencer por las duras condiciones de su último viaje. Según dijo, de día la temperatura podía superar los 40°C, y de noche, bajaba a -10°C. “Hay una amplitud que no te imaginás. En esos momentos la ropa no alcanza, el frío y el viento penetran todo hasta los huesos, no hay con que darle”, explicó.
La llegada al hito
Después de seis días, llegó finalmente el momento tan esperado. A lo lejos, podía vislumbrar el hito fronterizo con Chile.
“Era una subida muy vertical. El baqueano me dijo ‘esta encarala vos’. Agarré mi mula y cuando llegué, salté de la mula. Lloraba de alegría y emoción, le agradecí a Dios, a San Martín, grité ‘viva la patria’ y me puse a cantar el himno”, dijo Geymonat.
En el hito, Geymonat colgó una bandera argentina, una Bandera Ciudadana y dejó entre rocas la virgencita que le habían regalado y que la acompañó cuando la asaltaron los miedos y las dudas.
“Todo lo duro que había pasado lo olvidé, los dolores, la angustia. Solo sentía alegría por haber finalmente llegado ahí tras seis años de mucho esfuerzo y trabajo, de preparación física y psicológica”, dijo.
La vuelta tampoco fue fácil, la tormenta había borrado el camino. Pero con paciencia y esfuerzo lograron regresar a su punto de partida y finalmente Adriana se despidió con un beso de Chalao, su caballo.