Un accidente a los 11 años lo obligó a cambiar el fútbol por el tenis de mesa; licenciado en Educación Física, forma docentes y hoy es parte de la delegación argentina que compite en Tokio
La historia de Gabriel Copola es de resiliencia y superación pura. Es que el deportista ya participó tres veces de los Juegos Paralímpicos y, a los 11 años, nadie se imaginaría esa situación.
En su carrera deportiva cosechó múltiples distinciones. Por nombrar solo algunas, podríamos decir que, hace dos años, obtuvo la medalla de oro en tenis de mesa clase 3 en los Juegos Parapanamericanos que se celebraron en agosto en Lima, Perú. Antes, había ganado dos medallas de oro en los Parapanamericanos de Guadalajara 2011 y había sido bronce y plata en Toronto 2015, año en que llegó a ser número cinco del mundo en tenis de mesa adaptado.
“El tenis de mesa me apasiona. Es el deporte que elegí y me eligió para poder desarrollarme no solo como deportista sino también como persona”, asegura. Sin embargo, reconoce que a veces se pregunta si hoy no sería un mejor deportista de haber tenido la oportunidad de continuar con las clases de educación física luego del accidente en bicicleta que sufrió a los 11 años y truncó de manera irreversible la comunicación entre su cerebro y sus piernas.
“Hasta ese momento, me gustaba muchísimo hacer deporte. Yo era un pibe de barrio que jugaba a la pelota en la puerta de la casa, que vivía en Ituzaingó en un barrio de calles de tierra, que andaba en bicicleta. Cuando me accidenté, obviamente que todas esas pulsiones que tenía las seguía teniendo, porque el accidente no te cambia, solo me cambió la manera de trasladarme”, rememora Copola, de 37 años, quien agrega que, desde ese momento, lo eximieron de Educación Física hasta que terminó el secundario.
“Seguí yendo a la misma escuela pero no pude seguir haciendo Educación Física. En ese momento nadie me preguntó a mí ni pensó si no sería importante complementar la rehabilitación con eso. Y cuando la rehabilitación terminó, tampoco retomé las clases. Mas allá de todos los beneficios que tiene la educación física en sí, dentro de esa clase uno tiene lo que es la pertenencia del grupo, la toma de decisiones, la autoestima y carecí de esas cosas”, reconoce.
Deportes para todos
Por eso, Copola cree que es fundamental la formación de profesionales capaces de garantizar la inclusión en la educación física. “Es importante que todas las personas hagan actividad física y en ese ‘todas’ tienen que estar las personas con discapacidad. Sin embargo, el contexto no está preparado. O el gimnasio del barrio tiene tres escalones para ingresar, o adentro hay un profe que todavía no tiene los conocimientos para saber cuáles son las necesidades de esa persona”, se lamenta el deportista, quien recuerda que se estima que, en nuestro país, un 15% de las personas tiene alguna discapacidad. “Si de 10 personas, hablamos de casi dos, ¿en dónde están y por qué no van a tu gimnasio?”, pregunta, provocador.
Si bien reconoce la existencia de espacios serios y profesionales para la atención de las personas con discapacidad en el ámbito de la actividad física y el deporte, el atleta ve allí un paralelismo con la existencia de las escuelas especiales. “La escuela especial es un gueto, una respuesta institucional que se dio en un momento para que las personas con discapacidad pudieran estudiar, pero en un lugar preparado para ellas. A nosotros nos decían que la escuela era nuestra segunda casa. ¿Por qué las personas con discapacidad no pueden entrar a esa segunda casa y tienen que ir a otra? Y de la misma manera: ¿por qué la persona con discapacidad tendría que ir a un gimnasio especial si todos tendrían que estar preparados para todos?”, reflexiona.
Esta escena tan compleja decantó en Copola en forma de vocación. A la par de su pasión por el tenis de mesa, Gabriel se formó como licenciado en Educación Física y magister en Gestión de Educación Superior. Actualmente, se desempeña como profesor de la materia de Educación Física del tercer año del Profesorado de Educación Inicial y del Profesorado de Educación Primaria de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica Argentina (UCA).
“Llevo la bandera de la inclusión en cada una de las asignaturas en las que me toca ser parte. Yo creo que no hay mejor manera de aprender que vivenciando lo que le pasa al otro y la respuesta de mis alumnos es sumamente positiva. Pero me sigo preguntando por qué tenemos que hablar de educación inclusiva cuando la escuela tiene que ser un espacio para todos, sin excluidos, de puertas abiertas –concluye–. Por ahí las tiene abiertas sesenta centímetros, y los que están en sillas de ruedas, así como muchos otros, se están quedando afuera”.