POR SEBASTIÁN SAAVEDRA
El 23 de abril es el Día Mundial del Libro, y para celebrarlo hablamos con Silvia Plager.
Silvia nació en Buenos Aires, escribió innumerables obras, y obtuvo, entre otros, los premios Corregidor-Diario El Día de La Plata, Tercer Premio Municipal, Faja de Honor de la SADE, y resultó finalista del Concurso Planeta 2005. Fue distinguida como “Mujer destacada en al ámbito nacional” por la Honorable Cámara de Diputados de la Nación (1994) y con la Medalla al Mérito por la Comisión Permanente de Homenaje a la Mujer Bonaerense (2002). Su experiencia y capacidad, son un libro abierto.
– ¿Qué significa para vos el libro?
Desde antes de aprender a leer veía a mi hermana, cinco años mayor que yo, acceder a un atractivo objeto con estampas, líneas oscuras y de ahí ir a un cuaderno para hacer los deberes, con respeto y envidia. Recuerdo que cuando accedí a “El Tesoro de la Juventud”, esa mini biblioteca se transformó en la respuesta a todas mis preguntas, y que el mejor regalo era recibir un volumen de la colección Robin Hood con autores como Luisa May Alcott, Julio Verne, Emilio Salgari. Cuentan en la familia que el día que explotó el calefón en nuestro departamento todos se alarmaron menos yo, que estaba leyendo, sorda a lo que sucedía a mi alrededor, absolutamente concentrada en las páginas que hacía mías, incluso cuando, con los ojos cerrados, las recreaba.
-¿Cuándo nació tu pasión por la escritura?
Nació en el instante que aprendí a mirar y a imaginar. Vivíamos en la calle Junín 470, un primer piso con balcón. La cortina metálica del mercado de enfrente y el tranvía colaboraban para despertarme mucho antes del horario exigido para llegar a tiempo a la escuela Presidente Quintana. A la derecha, en la misma vereda próxima a Corrientes, la pantagruélica meca de los sabores: Brusilovsky. Y a la derecha, la esquina cantada por César Tiempo. Más tarde, vendría mi revelación: la biblioteca de la Hebraica, club en el que mis tres hermanas aprendían a nadar y a hacer amigas y yo, a encerrarme en los misterios de un universo inabarcable. Al convertirme en escritora, el celebrado y nunca olvidado Bernardo Ezequiel Korenblit comenzó a invitarme a exponer en veladas literarias que terminaban con un rico brindis en su escritorio. Ahí supe lo que significó para mí la Sociedad Hebraica Argentina.
– Si tuvieras que elegir un libro para que la gente que no te leyó comience a hacerlo, ¿cuál sería y por qué?
Es difícil elegir. Siempre fui una lectora promiscua, hoy me apasionaba con Dostoievski y mañana con Juan Rulfo o con Marguerite Yourcenar o Vicky Baum o Chéjov o Silvina Ocampo o Bioy Casares o Isidoro Blaisten o Shakespeare o Simone de Beauvoir, o Abelardo Castillo y necesitaba agotar toda su obra. Comencé a los 17 años a coleccionar los clásicos en papel biblia de la Editorial Aguilar en la que trabajaba Aarón Plager, el hermano mayor de mi novio. Así que me resulta ingrato seleccionar entre mis veintisiete libros cuáles son los recomendados. Los lectores que disfrutaron de La Rabina, Complacer, Pequeña Viena en Shanghái, quizás difieren de los que prefirieron conocerme a través de Como papas para varenikes, Mi cocina judía, Boleros que matan, Nosotras y la edad, Al mal sexo buena cara… Están los que agotaron varias ediciones y los que tuvieron menor suceso de ventas pero obtuvieron repercusiones importantes como Mujeres pudorosas, Boca de tormenta, Malvinas, la ilusión y la pérdida, Prohibido despertar… Durante la escritura de mi primer libro hasta el último dí lo mejor de mí en ese momento. Tal vez, si hago un esfuerzo, elegiría Alguien está mirando, novela escrita por un narrador masculino en primera persona y está agotada y Las mujeres ocultas del Greco, aunque reconozco que me liga a ellas, y a La rabina un reconocimiento especial.
-Si tuvieras que elegir tres libros no tuyos, ¿cuáles elegirías?
¿Tres libros debo elegir? Ya dije que soy una lectora promiscua y tuve pasiones con la literatura rusa, norteamericana, inglesa, latinoamericana, japonesa, china, rioplatense… Mi corazón ahora abraza al israelí Amos Oz y al argentino Borges por razones personales, además de literarias. Y a Antón Chejov y a León Tolstoi y Margueritte Duras… Si no menciono a los escritores actuales es porque me los leo constantemente para saber y aprender más allá de las lecturas que me abrieron las puertas durante mi infancia y distintas juventudes. La que transito ahora me reafirma una certeza: si me prohibieran escribir, sufriría; si me prohibieran leer, moriría.
-¿Te queda algún libro o historia por contar?
Por supuesto. Acabo de terminar una autobiografía con agregados ficcionales. Y estoy pensando otras historias. Mientras viva, mi mundo imaginario, si la salud y la voluntad me sostienen, seguirá encendiendo sus luces de artificio, más reales, a veces, que la realidad misma.