Temía que la llegada del invierno hiciera estragos, se ocupó de mandar a construir las cuchas que llaman la atención de los turistas. “Me apenaba mucho verlos pasar frío o todos mojados cuando llovía”, confió.
Las acciones de la sociedad en pos de ayudar al otro, ya sea un humano, una mascota o lo que fuere, cada vez son más grandes. En esta historia, Juan Carlos Ríos sentía mucha angustia por aquellos cuatro perros que iban de un lado a otro buscando la manera de guarecerse de las inclemencias del clima misionero. Pensaba la manera en que podría ayudar a cobijarlos del frío de la noche de Posadas, que se agravó cuando las temperaturas del otoño bajaron al punto de helar los huesos.
Fue cuando el hombre, taxista en la terminal de ómnibus de la ciudad, mandó hacer tres cuchas para ellos. Emocionado de haberlo logrado, Ríos cuenta: “La idea surgió porque los veía siempre. No tienen casa, ellos son de la terminal y cuando hacía frío o llovía se mojaban, y así andaban. Así que pensé a mandar a fabricarles unas casitas”. Las tres cuchas se las encargó a su hermano, las pagó y se ocupó de colocarlas en hilera al lado de una de los ingresos a la terminal. Ahora son el lugar donde Samanta, Colita, la Sargenta y Toto descansan cada vez que lo necesitan. Las imágenes de los perros en sus flamantes guaridas pronto se replicaron en las redes.
“Me preocupaba pensar que siguieran pasando frío, así que me puse en campaña y antes del invierno ya las tenía. Están cómodos ahí, pasan largo rato adentro”, cuenta el hombre que mientras está en la terminal a la que llegó hace 15 años (dice que se fue y volvió, en dos oportunidades) se ocupa de alimentarlos y llevarlos a la veterinaria. También, revela que “la perrita negra” es la única que prefiere acompañar la recorrida del policía que custodia la terminal que ahora volvió a recibir turistas. “Por eso le decimos La Sargenta”, confía entre risas.
Para él, todos los perros de aquel lugar son importantes, pero admite que Samanta es la preferida: “Apareció un día, hace tres años, toda pelada por la sarna y aún tiene secuelas en el hocico, donde no le crecieron pelos. Mejoró y la llevé a la veterinaria para que la castraran. A ella la llevo a casa y vuelve conmigo todos los días. Es mi compañera. Cuando abro la puerta del taxi, ya sabe qué hacer”. El hombre, amante de los perros desde niño, relata con orgullo: “Todos me esperan mientras hago mis viajes. Cada vez que subo al taxi les digo: ‘Ya vengo’, y se quedan sentaditos”.
Para él, cuidarlos es una responsabilidad que asume en soledad y lamenta no contar con algo de ayuda aunque, casi en secreto, anticipa que “mañana me reuniré con un comerciante que prometió darme una mano con los alimentos”. Al mes debe comprar dos bolsas grandes de alimento balanceado cuyo valor ronda en los 7 mil pesos, pero algunos pasajeros colaboran.
“A veces me preguntan por los perros porque les llama la atención ver las cuchas y les digo que soy quien los cuida. Les cuento que estoy a cargo de su alimentación y de la veterinaria, y que con ese viaje puedo comprarles su comida todo el año. Yo puedo hacer esto gracias a la autorización de la administración de la terminal, que me dejaron poner las cuchas allí”, aclara.
Para él, ayudar a los animales es parte de su crianza y de los valores que trasmite a sus hijos. “En mi familia a todos nos gustan los perros. En casa tenemos cinco, todos rescatados, y ayudo a todos los que puedo en la calle. Yendo con el taxi veo muchos perritos abandonados, ¡ojalá pudiera tenerlos a todos conmigo o ayudarlos!”, exclama.
Juan Carlos, que maneja el taxi 192 y que suele estar todas las mañanas en la terminal, da la explicación más sencilla: “Yo lo hago porque lo siento”. Y por eso lleva en su auto una bolsita extra con alimento y agua para que “cada vez que veo un perro o un gato le doy un poquito del alimento, porque a menos con eso puedo calmar un poco el hambre”.