Viven en distintos puntos del país, pero tienen historias muy similares. Fueron premiados por su esfuerzo, sus ganas de estudiar y superarse. Conmovedor.
Las ganas de superarse, las deudas pendientes, un final mejor de lo que imaginaban y un premio a su dedicación. Todo eso junto unió a dos adultos mayores que no se conocen, viven en distintos puntos del país pero que coincidieron en algo muy especial: quisieron terminar lo que empezaron y les quedó pendiente en la vida.
María Teresa Hernández Cobos es de Santa Fe, y con 67 años de edad logró terminar la secundaria. Don Cipriano tiene 80 años, es de Mendoza y finalizó el ciclo primario, algo que no pudo hacer desde chico luego de quedar huérfano. Y lo segundo que une a ambos fue su dedicación al estudio: ambos fueron abanderados.
Se llama María Teresa Hernández Cobos (67) o Marité de Márquez, como la conocen en el barrio La Estanzuela, en la provincia de Santa Fe. Fue abandonada por su madre y de acuerdo con lo que publica en sitio Uno, su vida fue un cúmulo de sacrificios, esfuerzos, y un continuo no darse por vencida y seguir adelante a pesar de las adversidades que vivió.
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Cuando le contó que venía a Mendoza a dejar a su hija en un hogar, la mujer le ofreció un lugar para vivir: en su casa tenía una habitación con un baño pequeño que estaban desocupados. “Al tiempo, mi madre biológica le dijo a la mujer que le había dado lugar para vivir conmigo, que había encontrado un trabajo y lo iba a tomar. Se fue y no volvió más”.
Entonces, Marité fue criada por la familia que la había recibido en su casa. Pero no lo hicieron por amor, sino casi por obligación. Contó que le pegaban y que la relación terminó cuando quedó embarazada siendo soltera.
Luego formó una familia, tuvo hijos pero nunca dejó de buscar a su madre biológica, a la que finalmente encontró. Para su sorpresa, ella la rechazó. Sin embargo, al poco tiempo se enfermó y la llamó para que la cuidara. “Tuve la oportunidad de cuidarla, para mi fue sanar una herida de la infancia, no sé lo que le pasó a ella, pero yo sí me pude curar, dijo a ese medio.
En medio de la pandemia se decidió a retomar sus estudios. “Mandé un mail a la escuela, en realidad lo mandó mi marido, porque yo no sabía usar la computadora, ahora aprendí” cuenta emocionada. Al poco tiempo le respondieron que se podía anotar.
Ingresó, estudió (algunas materias le costaron más que otras) y se recibió nada menos que portando la bandera. “Lo más hermoso que me pasó fue que mi nieta le contara a todo el mundo que su abuela era abanderada”, dijo.
En otro lugar de la Argetina, en Mendoza, estaba Cipriano Pérez. Un verdadero caballero que el venidero 25 de diciembre celebrará 81 años de vida y que, como si sus virtudes fueran pocas, siente deseos de superarse más allá del paso del tiempo.
Lo demostró con creces hace unos días cuando, finalizó como abanderado la escuela primaria a través de un aula satélite dependiente del Cebja 3-118 Ingeniero Giagnoni, cuya directora es Laura García.
Las clases fueron dictadas por la docente Beatriz González en el centro de día El Jarillal, donde acude de lunes a viernes de 8.30 a 16.30 a realizar distintas actividades, todas con el objetivo de mejorar su calidad de vida. Algunos años después de quedar viudo tras más de 5 décadas de compañerismo, Cipriano decidió mudarse al Hogar de Abuelos Don Ramón, situado en Rivadavia.
Allí encontró su lugar en el mundo y personas maravillosas que lo rodean. Eso sí: de lunes a viernes jamás deja de asistir al centro de día recreativo que brinda talleres de estimulación cognitiva, artística y de movimiento con el fin de brindar herramientas para que los mayores tengan autonomía.
Niña enterneció a las redes sociales.
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Y así fue que allí llegó la propuesta educativa para Cipriano y también para otros de sus compañeros que también se sumaron. “Tenía 7 años cuando tuve que salir a trabajar junto a todos mis hermanos. Mi padre se fue pronto y no quedó otro remedio. No había podido terminar la primaria porque quedé aplazado en Aritmética”, repasó.
Su sorpresa al quedar en el cuerpo de la bandera fue “enorme” y resultó tan grande el estímulo que hasta se anima a seguir soñando con continuar estudiando la secundaria.
“Creo que mucha gente no se anima y es primordial estudiar”, remata, para evocar su infancia cosechando uvas y duraznos. Gran parte de la producción era para la propia subsistencia familiar ya que el dinero escaseaba.
FUENTE LA VOZ