Conocé a la científica argentina que protege los mares del mundo

Salud y medio ambiente Slider costado

Ana Carolina Ronda es doctora en bioquímica e investigadora del Instituto Argentino de Oceanografía (CONICET). La bahiense de 43 años se embarcó con colegas de todo el mundo para realizar muestras y alertar sobre la posible contaminación en futuras explotaciones petroleras en los océanos

Cuando Ana Carolina Ronda (43) recibió la noticia de que participaría de una investigación para determinar el impacto ambiental que la futura explotación minera podría provocar en el fondo de los mares, inmediatamente evocó a su mamá. El anuncio la remontó a una carta proveniente de la NASA que recibió cuando tenía siete años en su hogar de Villa Mitre, Bahía Blanca, el puntapié de su historia. Por entonces, soñaba con ser astronauta. Muchos años después, se enteró que aquella respuesta, prolija y respetuosa, que abrió casi con desesperación, en la que la NASA la alentaba a no abandonar su objetivo, la había escrito Nidia, su propia madre, en un engaño piadoso.

Conoció a su esposo, Leandro Gerardi (ingeniero eléctrico), en la Acción Católica, cuando ambos eran niños. Más tarde se reencontraron en una feria de ciencias y fueron amigos durante cuatro años. Hasta que él le declaró su amor

Hija de Ricardo Ronda y de Nilda Cattáneo, ambos fallecidos, Ana Carolina nació en Bahía Blanca el 12 de agosto de 1979. Tiene dos hermanos, Raquel y Leandro.“Anita”. Cuando recibió la carta estaba en segundo grado y usaba dos colitas rubias. Unos meses atrás había completado un formulario de la revista “Muy Interesante” para conocer en Estados Unidos ese misterioso mundo espacial que tanto la intrigaba. Y había acompañado ese formulario con una carta sincera, inocente, en la que manifestaba su deseo.

El consejo de la NASA

Cuando por fin recibió la respuesta, abrió el sobre sentada en la mesa de la cocina y leyó que no tenía edad suficiente. El texto cerraba con un consejo: “Jamás abandones tu objetivo”.

“Anita” era inquieta, curiosa y muy inteligente. Devoraba esas revistas. En su familia, típica clase media trabajadora, no había dinero para ese tipo de lujos, por eso era su tío quien le acercaba, mes a mes, las ediciones.

 “Aquella carta fue una gran motivación en mi vida. Si la NASA me decía que tenía que seguir persiguiendo mis sueños ¡cómo no creerlo…!”, rememora hoy, entre risas, a pocos días de haber regresado de una de las más importantes experiencias como científica. Y completa, emocionada: “Quisiera ser para mis hijos la mitad de lo que mi madre fue para mí: motivadora, luchadora. Lamento que se haya ido tan pronto y no pueda verme convertida en científica. Mis padres eran preventistas de kioscos, no teníamos una buena posición económica y siempre estábamos en la ´cuerda floja’, por eso me inculcaron el estudio como única manera de progresar”.

“Mi interés por la ciencia nació con la revista ´Muy Interesante’, que promovía un concurso para conocer la NASA y mi mamá me orientó con las preguntas. No sabíamos inglés y nos ayudó una profesora. Al tiempo me respondieron que era muy chica para postularme, pero que siga estudiando para alcanzar mis objetivos. Mucho después me confesó que la respuesta la había escrito ella, y por entonces yo ya tenía en claro mi futuro. Siempre fui muy estudiosa, no de esas personas muy inteligentes, pero sí perseverante y una beca del gobierno me permitió concretar la carrera y colaborar en mi casa”, reconoció.

Ana Carolina nació en Bahía Blanca el 12 de agosto de 1979. Tiene dos hermanos, Raquel y Leandro.“Anita”. Cuando recibió la carta estaba en segundo grado y usaba dos colitas rubias. Unos meses atrás había completado un formulario de la revista “Muy Interesante”

Conoció a su esposo, Leandro Gerardi (ingeniero eléctrico), en la Acción Católica, cuando ambos eran niños. Más tarde se reencontraron en una feria de ciencias y fueron amigos durante cuatro años. Hasta que él le declaró su amor.

“Hoy estoy felizmente casada. Sería imposible trabajar en esto sin su apoyo. Es un gran sostén de mis sueños y en muchas ocasiones se ocupa de la casa”, lo define. Tienen dos hijos, Luisina (12) y Martinano (8). Ana se embarcó en julio pasado en el Island Pride, un moderno e inmenso buque, e integró un grupo que hasta comienzos de octubre navegó en la zona denominada Clarion Clipperton, un área de 4,5 millones de kilómetros cuadrados a la altura del Trópico de Cáncer.

Mientras estaba a bordo del buque, una noticia inesperada la mantuvo angustiada y obligó a bajar antes de lo previsto: a su hijo le descubrieron un tumor óseo en la clavícula y debía ser intervenido de urgencia. “Todo mi grupo de compañeros me apoyó muchísimo, fue duro tener que esperar en pleno océano para llegar al próximo puerto y bajar cuando el barco se abasteciera. Sentía que debía estar con mi hijo. Finalmente, fue un tumor benigno y se recuperó”, relató.

Hoy reflexiona: “Sucedió porque tenía que suceder y el balance fue positivo. Subirme a un barco y permanecer tantos días en ultramar para una campaña internacional, conocer gente de otros países y culturas fue sumamente enriquecedor. Siento que conocí un pedacito de varios países”.

El plantel científico del Island Pride estuvo compuesto por 27 personas, de las cuales 13 eran mujeres

La vida en alta mar

El Island Pride tiene 100 metros de eslora, posee una tecnología impresionante, un capitán y una tripulación con un objetivo concreto. Aislada en el medio del océano Pacífico y siendo partícipe del descubrimiento de especies y de posibilidades que antes no se conocían, Ana Carolina sintió que no estuvo muy lejos de ser astronauta. En definitiva, esta doctora en Bioquímica, profesora en el Departamento de Biología, Bioquímica y Farmacia de la UNS e investigadora en el Instituto de Oceanografía participó de una campaña única en el mundo.

Sus líneas de investigación se basan en la búsqueda de biomarcadores de contaminación en organismos marinos y su relación con diferentes contaminantes. Su rol en esta expedición fue participar como asistente científica en el equipo de geoquímica. En este grupo se obtienen sedimentos en una profundidad de 4 a 5 mil metros y se analizan las muestras.

Su rol en esta expedición fue participar como asistente científica en el equipo de geoquímica. En este grupo se obtienen sedimentos en una profundidad de 4 a 5 mil metros y se analizan las muestras

Su rol en esta expedición fue participar como asistente científica en el equipo de geoquímica. En este grupo se obtienen sedimentos en una profundidad de 4 a 5 mil metros y se analizan las muestras

La zona, administrada por la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA), contiene nódulos formados por varios elementos de tierras raras. Estos nódulos polimetálicos tienen un papel esencial para la transición energética hacia una economía baja en carbono. Cerca de 1 millón de kilómetros cuadrados se han dividido en 16 concesiones mineras a empresas multinacionales que deben realizar estudios de impacto ambiental antes de llevar a cabo su actividad.

Los nódulos polimetálicos son pequeñas rocas con altas concentraciones de metales muy preciados en el campo de las industrias renovables, como los autos eléctricos o los paneles solares. Su uso contribuirá a disminuir los gases de efecto invernadero. La Autoridad Internacional de los Fondos Marinos estima que la cantidad total de nódulos en la Zona Clarion Clipperton supera los 21 mil millones de toneladas.

Técnicamente su trabajo no es fácil de entender: estudió en el Pacífico Norte nódulos polimetálicos esenciales en la transición al uso de energías renovables.

“Mi trabajo se basa en la búsqueda de la sustentabilidad del medio ambiente, por eso estudio la distribución de diferentes contaminantes en distintas matrices, como atmósfera suelo, agua y organismos. Los biomarcadores que busco son bioméculas indicadoras de alertas tempranas de contaminación“, contó en diálogo con Infobae.

FUENTE: INFOBAE

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