Franco Lizardo era jugador de fútbol y una moledora de uvas le amputó ambas piernas. Su historia de superación.
Pasaron seis meses de la tragedia que marcó su vida para siempre, pero Franco Lizardo (29) siente que sucedió ayer. Fue el 8 de abril pasado y era viernes. Lo recuerda, justamente, porque era el último día de la semana en la Bodega Viniterra, situada en Luján de Cuyo, Mendoza. Allí se desempeñaba en el descubado, fraccionamiento y molienda de la uva, entre otras tareas. Aquel viernes pensaba en los planes para el fin de semana.
Uno de ellos, el más importante, era la final de la liga juninense, el domingo. Como delantero y figura clave en la Primera del Club Barrancas, recuerda, “había que ganar”.
Exactamente a las 15.30, la tragedia se coló en su vida. Fue cuando, al apoyar el pie izquierdo en el sinfín de la máquina moledora, éste se activó y le amputó la pierna. El drama no quedó ahí: intentó zafarse apoyando el pie derecho y corrió la misma suerte. Franco quedó aniquilado de ambas extremidades a la altura de las rodillas. Llegó a sentir el crujir de sus huesos.
Fue Marcelo, su compañero de trabajo, quien alcanzó a escuchar los gritos y corrió en su auxilio. Franco estaba bañado en sangre en el interior de esa trampa mortal en que se había convertido la máquina.
“Podría haber sido peor. Mi compañero me retiró de ahí como pudo y mientras fabricaba un torniquete con el cinturón, pude ver mis huesos”, evoca hoy, en diálogo con Infobae, mientras ya se prueba las prótesis con las que volverá a caminar.
Si bien no perdió la conciencia, una vez derivado de urgencia al área de Terapia Intensiva del Hospital Central, lo sedaron completamente para someterlo a las intervenciones realizadas para amputarle ambas piernas. Se despertó tres días después rodeado de sus padres, Rubén y Graciela, y sus hermanos Diego y Brian. “Al menos doy gracias a Dios porque estoy vivo”, fue lo primero que dijo al abrir los ojos. Días más tarde fue trasladado al Hospital Italiano, donde finalmente recibió el alta el 13 de mayo, también un viernes.
¿Qué te salvó después del accidente?
— El amor. Sí, fue todo muy loco. Siempre conté con el apoyo de una familia muy sólida, pero si algo no imaginé fue enamorarme en el momento más difícil de mi vida. Mi novia se llama Milagros, nos conocíamos de vista y tocó timbre en casa poco después de que me dieran el alta médica. Fue una tarde cualquiera y me visitó para conversar, tomar mate y traerme un perfume de regalo. Días más tarde, con más confianza, me confesó que desde siempre me había observado ¡Y yo no me daba cuenta!
–¿Te resultó difícil proponerle un noviazgo?
–Claro, siempre pensé que me iba a rechazar debido mi condición. Sin mis piernas y en silla de ruedas llegué a sentirme poco hombre. La invité a cenar con mucho miedo, aceptó, y después terminamos la noche en un recital junto con mi hermano y su esposa. Seguimos viéndonos, hablando de todo, de su vida, de la mía, pero jamás del accidente, ella me aclaró que no le importaba. Para mí fue un alivio. Siento que en el momento menos pensado alguien me devolvió la alegría, las ganas de vivir y me hizo sentir nuevamente un hombre completo.
Hijo de Rubén, chofer de la línea 5 de micros General Roca, y de Graciela, ama de casa, Franco confiesa que sus padres están pendientes de cada uno de sus movimientos, aunque él prefiere arreglárselas solo.
“Obviamente demoro mucho más que antes, pero puedo. La rehabilitación me lleva muchísimas horas y todos los días aprendo algo nuevo”, reflexiona.
Hacía muy poco, apenas un mes, que Franco trabajaba como empleado efectivo en la bodega y, justamente, pensaba renunciar. “Apenas entré me di cuenta que no estaba cómodo”, confiesa, aunque eso sí: le sobraba experiencia porque prácticamente desde adolescente se había dedicado al rubro.
“Hoy me pregunto por qué no me fui. Claro, con el diario del lunes es más fácil. Recuerdo también que aquel viernes, un rato antes del accidente, mi compañero me había llamado para almorzar y le dije que no, que prefería terminar lo que estaba haciendo”, evoca.
FUENTE: INFOBAE