Eduardo Carbone, además tener descendencia italiana, es un apasionado de ese país. Lo recorrió casi por completo y se enamoró de un arte nacido en el Vaticano: la infiorata. Su historia.
La curiosidad llevó a Eduardo Carbone a detenerse en las páginas de un libro italiano para ver qué era una infiorata, algo que jamás había visto. Le había llamado la atención una procesión que pasaba por encima de unas alfombras hechas con pétalos de flores, que son diseñadas y armadas como una ofrenda por los fieles. Abrió y cerró el libro en los años ochentas para volver a interesarse en 2013. Esta vez sería para abordar el tema con la seriedad de un investigador y la imaginación de un artista. Sus dos facetas. Actualmente se define como referente mundial en temas de investigación y difusión de este arte, que hoy es Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad ante la Unesco, proyecto en el colaboró para su reconocimiento en Spycimierz, Polonia.
Carbone, que nació en Rosario y a los tres años se mudó con sus padres a la Ciudad de Buenos Aires, siempre tuvo la italianidad a flor de piel. Su mamá Rosa era de un pueblo llamado Andretta y se había criado en Pompeya, y su padre, Antonio era descendiente de inmigrantes italianos llegados de Potenza. En su juventud, Eduardo había estudiado diseño gráfico, pero se dedicó durante muchos años al turismo. Se desempeñó como ejecutivo comercial de compañías aéreas y cruceros para dedicarse más tarde a trabajos dentro del Consulado de Italia y también en el área de Cultura de la escuela Dante Alighieri.
Italia siempre le despertó fascinación, y conoce casi todo, de largos viajes, de pasar veranos, de recorrerla y asombrarse en cada rincón “Italia es una caja de sorpresas. Yo soy un italianista. Siempre descubrís algo nuevo, algo para ver que no conocías. Tiene 20 regiones y yo las recorrí casi todas, excepto dos, Calabria y Cerdeña. Invertí mucho para recorrer y entender cada uno de los lugares, con su cultura, con sus dialectos y sus costumbres. Viví en distintas regiones a propósito para descubrir las cosas de cada lugar”, expresa.
En 2013 cuando la Capilla Sixtina liberaba la fumata blanca, Eduardo volvió a interesarse por lo que él considera más un arte sacro que efímero como se lo llama, por más que las alfombras duren tan solo un día. En esa época vivía con sus padres, que estaban con problemas de salud. Se puso al frente del negocio familiar, que ya cumple 40 años en el barrio de Boedo, frente a la cancha de San Lorenzo. Se trata de una heladería artesanal. Mientras elaboraba los helados, pensaba en la forma de regresar a las artes visuales. La infiorata reunía todo lo que le interesaba: el arte y la italianidad. “Porque es un arte que nace en Italia”, explica. Y además, lo pensaba como un lugar del encuentro entre las personas, del que hablaba el papa Francisco, porque no es arte individual. “Es una ofrenda que se hace de forma conjunta”, destaca el hombre, que hizo varias peregrinaciones a Luján.
Lo primero que hizo fue abrir una página de Facebook para difundir el arte. Se llama @InfiorataenArgentina. “La idea mía era poder instalar esto acá. Me hicieron notas en la Embajada de Italia en ese momento. Y empecé un recorrido de investigación que aún perdura, por el que me hice conocido”, explica. Tanto que al año siguiente lo invitaron a participar en Italia de un evento internacional en Cusano Mutri. La primera de muchas invitaciones que lo llevan a recorrer rincones insospechados de la península que más ama.
En esa visita hizo una obra que fue no religiosa. “Participé con una alfombra que tenía que ver con la Argentina. Eran bailarines de tango. Ahí gané un premio. El jurado era la gente que visitaba el festival”, recuerda sobre sus inicios.
Eduardo cuenta detalladamente el proceso para participar: “Lo que se hace primero es un boceto que debe ser aprobado por los organizadores o por los directores de arte de cada evento. Cuando se realiza in situ podés usar dos técnicas: el dibujo a mano alzada sobre el piso o la impresión en una gigantografía que es lo más sencillo y lo más práctico. Después vas posando los pétalos de flores. Se pueden trabajar con flores enteras o flores despetaladas, la técnica más tradicional. La más antigua usada por el florista vaticano Benedetto Drei, el que hizo la primera infiorata de la historia, en 1625, en honor a San Pietro. “Es el único arte nacido en el Vaticano”, señala el especialista.
Cuenta el investigador la parte que le parece más bonita del ritual. “Un días antes de la performance se va en grupo con la gente por los prados a recoger flores silvestres. La que más abunda y sobre todo en Italia es la retama, una flor amarilla de pétalos gruesos, que hacen que dure más. Hay flores como la amapola que tiene el pétalo muy frágil, que sí se puede usar, pero enseguida se marchita”, precisa. Por tal razón, buscan flores más resistentes y también hierbas. Y todo el material se separa en canastos con distintos tonos. El desafío es respetar al máximo el boceto y conseguir los colores. Si no se consiguen, algunos tiñen las flores.
Después de ese trabajo, a los dos meses lo convocaron al V Congreso Internacional de Arte Efímero, en Roma. “Ahí también fui invitado y participé como conferencista. Además, porque venía haciendo trabajos de investigación y el más importante fue el mapeo que comencé a realizar con los sitios que iba detectando en el mundo donde se hace este tipo de arte, un relevamiento nunca antes hecho”. Ya lleva 10 años haciéndolo y siempre descubre algún lugar nuevo. En esa oportunidad, hizo una obra que no la olvidará jamás. En la Vía della Conciliazione, que conecta la Piazza San Pedro con el Castello Sant’Angelo plasmó la imagen de la Virgen de Luján, que luego fue bendecida por el Papa argentino. Medía 7 metros de largo por 5 de ancho.
Después llegaron más invitaciones y más obras por Italia. En la Argentina, este arte tiene poca difusión pero está presente. “En 2015 hice un trabajo en la diócesis de La Plata, en Villa Elisa, que lo habían tomado del seminario de Bracciano, en Italia y lo hacen como hace 10 años. Y detecté como 15 lugares en Argentina, muy pequeños, de muy de poca relevancia en relación a lo que se hace en el exterior”, detalla.
Sus padres, que ya no está más, le dejaron el legado de la heladería. Como no podía ser de otra manera, continuá con la tradición italiana, más que nada en la elaboración porque en Italia la gente tiene otros gustos que acá no tendrían salida. Los italianos consumen nocciola (avellana), café, liquirizia (regaliz), tiramisú. Sí reconoce que últimamente se come más pistachio, un sabor muy tradicional italiano.
Del arte sacro no puede vivir. “Obviamente esto no da dinero, pero sí me da la satisfacción de las invitaciones”, cuenta el hombre que hace poco viajó a la Liguria por esta razón. De su italianidad, también heredó su amor por la famiglia unita, por eso siempre estuvo arraigado a la Argentina, por más paseos largos que hiciera por Italia. Siempre tenía ticket de vuelta. Con su hermana Rosana comparte giras por las infiorata. Este año estuvieron en São João del-Rei, en Minas Gerais Brasil, Pietra Ligure, en Liguria; Ponteareas en Galicia, España y Uriangato en Guanajuato, México.
Este arte conjuga varios de sus intereses y le da sentido a todo lo que le pasa como persona. No cabe duda que las infiorata llegaron a su vida para llenarlas de color.
FUENTE: INFOBAE