Fabián no se rindió en ningún momento hasta lograr su sueño. La gran historia de superación.
“Sí, el pibe que vendía sándwiches en el subte y salió en la tele”, se presenta Fabián Cesani en su cuenta de Instagram. La autorreferencia resume el espíritu de cualquier hecho viral -el de la fama súbita y repentina- y retrata, también, su propia historia. Corría agosto de 2018 y un posteo suyo llegó a cientos de miles de personas: allí contaba que se había recibido de enfermero y abandonaba el trabajo de vendedor ambulante al que había recurrido para poder solventar sus estudios.
“¡Hoy fue el último día! El último día que laburé en el andén del subte vendiendo sándwiches. Se hicieron las 15, la hora que siempre pasa el hombre de traje de Metrovías para sacarme. ¿Cuántas veces me habrá hablado mal? Sé que es ilegal. Pero no me quedó otra en ese entonces: mientras estudiaba la carrera de noche, laburaba de día”, recordaba Fabián en aquella publicación.
Esa tarde, como todas las tardes, se hicieron las 15 y apareció el hombre de traje. “Me quedaban cuatro sándwiches solamente. Llega y me dice de mala manera: ‘Te tenés que ir’. Y antes de irme le dije: ‘Tengo una buena noticia para vos’. Me respondió: ¿Ah, sí? ¿Qué es?. Le mostré la foto en el celular del certificado de título en trámite y le dije: ‘Me recibí de Enfermero’. El tipo no lo podía creer. Se quedó con la boca abierta. Se emocionó, me dio una mano y con la otra en mi hombro me dijo ‘felicitaciones’, y se fue sonriendo”, relató Fabián entonces, y dejó para el final el mensaje que encerraba la historia: “Les puedo asegurar que, pese a todo, el que quiere salir adelante, sale”.
La publicación de Facebook fue compartida más de 185 mil veces y más de 335 mil personas le dieron ‘Me gusta’. Sin saberlo, Fabián tenía ahí mismo la puerta de entrada al oficio que soñó de chico, cuando acompañaba a su mamá en sus internaciones debido a problemas renales, se interesó en el mundo de la salud y decidió que, de grande, recorrería pasillos de hospitales y pasaría noches enteras persiguiendo una vocación dedicada a salvar vidas.
“Salí en la tele y en esos días me llamó la doctora (Silvina) Marangoni, subsecretaria de Salud de Tres de Febrero. Me ofreció trabajar en un centro de atención primaria (APS) en Caseros. A mediados de 2019 empecé. Ya estaba matriculado y hacía vacunación, control de niños y otras tareas”, cuenta Fabián, hoy. “Otro llamado que recibí entonces fue de un médico que me propuso trabajar en un geriátrico en Castelar”.
Su propio empeño y la dosis de azar inherente a la viralización de su caso quisieron que este joven de 26 años pasara de no conseguir trabajo a que le sobrara. El esfuerzo, sin embargo, seguía siendo una premisa innegociable. Lo había entendido así desde aquel día de 2016 en que vio que le quedaban 700 pesos en su billetera, compró una conservadora de tergopol, fue al fiambrero del barrio y le encargó 30 panes de flauta grande y 30 fetas de jamón y queso.
Con el mismo ímpetu con que siendo un adolescente se vino a Buenos Aires desde su Curuzú Cuatiá -Corrientes- natal, Fabián había decidido vender sándwiches para costear sus estudios en la Escuela Superior de Enfermería Cecilia Grierson, situada en el Hospital Durand.
“Al principio pateaba todo el Microcentro. Un día entré en el subte, vendí 20 sándwiches en media hora y pensé ‘¿cómo será si vengo acá a vender todos los días?’”. Fabián inauguró, entonces, una rutina que repitió durante dos años en la entrada del andén de la estación Avenida de Mayo de la Línea A. Y enseguida conoció las asperezas del oficio.
“Vino el capo de los vendedores y no le gustó verme, pero le conté que estaba trabajando para sobrevivir y poder recibirme de enfermero. ‘Tenés una buena causa’, me dijo el tipo. Y me apadrinó. Me presentó a los otros vendedores, me bancó”, recuerda.
Días atrás, Fabián recibió un mensaje directo en su Facebook: “Era un compañero vendedor que me encontró. Nos reíamos de cuando venía el señor de Metrovías y me echaba. El tipo cumplía con su trabajo. Encima yo vendía comida y está el doble de prohibido. Entonces, más me tiraba la bronca. ¿Pero qué iba a hacer? Yo tenía una necesidad y no le estaba robando a nadie tampoco”.
Una foto borrosa de los últimos sándwiches que le quedaban retrató la última aventura de Fabián en los pasillos del subte. Minutos después de hacer la publicación, se quedó sin batería y el teléfono se le apagó. “Cuando volví a encenderlo, estuvo varios minutos sonando sin parar. ‘O le entró un virus o se volvió loco’, pensé. Cuando dejó de sonar, me di cuenta de lo que pasaba: la publicación ya tenía 2000 compartidos y 1500 comentarios. Una locura. No te puedo explicar lo que fue. Estuve meses contestando mensajes”, rememora.
“Me llamaron hasta desde EEUU para hacerme una nota. Y recibí muchos comentarios de gente que me decía que mi historia había sido un incentivo para ellos. Gente que empezó a estudiar o a trabajar y vio en mí un caso inspirador. Me escribieron varios para contarme que se habían recibido”, detalla, y se detiene en el caso de una adolescente de 14 años: “Me dijo que gracias a mí se había dado cuenta de que no estaba valorando todo lo que le daban sus padres”.
Fabián comenzó a trabajar también en el Hospital Sirio Libanés de Villa Devoto. En marzo de 2020 llegó la pandemia y él estaba en la primera fila: “Empecé noche de por medio, pero enseguida trabajaba todas las noches. Había muchos compañeros que se contagiaban de COVID y faltaba personal”. Fabián vivió en carne propia aquellos meses de desborde en terapias intensivas y unidades coronarias. “Fue muy duro. Aparte de las larguísimas jornadas de trabajo, emocionalmente era muy difícil. Todo el tiempo veías gente que entraba y ya sabías que era muy difícil que pudiera salir”, evoca.
Hasta este año, el joven correntino mantuvo dos trabajos al mismo tiempo. Recién en abril dejó su puesto en el APS de Caseros. “Hacía guardias de 10, 12 horas en el hospital y luego eran siete horas en la sala, para un mínimo de 17 horas de trabajo”, remarca. “Pensá que vivo en San Miguel y viajaba tres horas por día, una y media por cada tramo. Llegó un momento que ya no podía sostenerlo”.
Hoy Fabián trabaja de noche y duerme de día. Dice que se considera un afortunado: “Siempre la peleé, siempre luché. Trabajar de lo que a uno le gusta es un montón. Vengo de una familia muy humilde y yo quería tener otra vida. Fui el primero de la familia en tener un título profesional”, menciona, y deja una frase que se destaca en su biografía en las redes: “Aprendí a rendir, no a rendirme”.
FUENTE: TN