Vincenzo Pensa es ex presidente de Asociación de Venezolanos en Argentina
POR ALEXANDRA BARRETO
Tiene un pasado de sacerdote católico, raíces italianas de parte de su padre Mario quien nació en Sulmona, en la provincia de L’Alquila. Su madre Aurora, en Barinitas, Estado Barinas, en Venezuela; y Vincenzo en Barinas. Su nombre fue elegido en honor a su abuelo paterno. Viene de una familia de 5 hermanos, tres mujeres y dos varones. Su crianza se dio en un hogar donde siempre se respiró el espíritu de servicio y del trabajo.
El papá tenía una panadería pero no permitía que ninguno de sus hijos lo ayudaran en el negocio. “Yo vine a trabajar y ustedes a estudiar, nos decía siempre; quiso que todos nos educásemos porque su infancia y juventud fue de trabajo, gustaba que lo acompañáramos en el reparto del pan en la camioneta, un sábado cada tanto y nada más. Mi madre fue ama de casa pero recuerdo que ambos fueron comprometidos con un servicio social muy grande. Colaboradores de nuestro barrio, de amigos, gente que iba a casa a pedir favores. Nuestra casa tenía 16 asientos, nunca estaban vacíos. La generosidad se mama de chico. Mis padres eran creyentes pero no practicantes”.
Vincenzo (49) se educó en el colegio religioso católico “La Inmaculada” hasta tercero de secundaria y luego al Liceo O’Leary. Terminó ese nivel educativo en San Cristóbal, Táchira.
“Estudié filosofía en San Cristóbal y luego Teología en Caracas en 1993. En mi juventud era un tipo normal, un poco flojo para el estudio, sentía que no necesitaba esforzarme, echaba con lo que sabía comprometido con lo que me gustaba. Me metía en algún lío por protestar si faltaba agua en el Liceo o porque no estaban los pupitres como tenían que estar, siempre buscaba una causa, no era protestar por protestar”, asegura.
¿Cómo nace la vocación de la vida religiosa?
La edad en que quería ser sacerdote era a los 17 años. Cuando fui al Liceo la directora era profesora del colegio de los curas dominicos donde habían estudiado algunas de mis hermanas y tenía un compañero de mi anterior escuela. Yo no quería volver a colegios religiosos pero un amigo me inmiscuyó en su grupo de compañeros de curas, empecé a ir, conocían a mi familia y me dijeron: “A ti te gusta salir en defensa de los demás porque quieres cambiar el mundo, ven y hazlo desde la Iglesia”. Ahí terminé el colegio estando con los frailes, hice teología, filosofía, y mi ordenación como sacerdote de la Congregación de los Dominicos fue un 4 de julio del 2000. Fueron años de trabajo en barrios marginales en Caracas, en la zona colombiana donde la guerrilla tenía mucha influencia, me gustaba mucho ir a las misiones, quedarme ahí, creo que es una de las labores más lindas que hay en la Iglesia. Ser misionero marcó mucho mi vida pasada, presente y futura.
¿La familia lo apoyó en el proceso de ser sacerdote?
Mi padre al inicio no estuvo de acuerdo y un día me visitó y dijo: “Si estás contento, yo también lo estoy”. Lo recuerdo y me genera muchos sentimientos. Luego me enteré que cuando mi padre estaba con sus compañeros del club o sus clientes les decía con orgullo: “Mi hijo es misionero”.
Fui rector de un colegio, en la casa de formación vicerrector del seminario, trabajé en dos parroquias y después en Caracas, en un barrio marginal de una pobreza extrema. Ese era el lugar donde me sentía más a gusto, ahí y en el colegio. El sacerdocio y adaptarse a ir a lugares carenciados no es nada fuera de lo normal, estás ahí y eres uno más de la comunidad. Es cierto que nunca te va a faltar comida. Cuando vas creyendo que le enseñarás a la gente es cuando vienen los mayores fracasos del trabajo social, no es sólo hablar de Dios, es ayudarles a salir y acompañarlos.
Eran barrios donde había droga, armas, una de las primeras visitas de la zona como sacerdote fue a la morgue porque la familia de un malandro quería que fuese a dar la unción de los enfermos al delincuente y el muchacho tenía un tiro en la frente, me dio mucho miedo, tenía que dársela y todos estaban armados. Fue un momento de mucha tensión, sabía que era parte de lo que se vivía ahí, podía ir a otra comunidad pero no era la opción para mí.
¿Cuál fue el detonante de decir no más el sacerdocio?
Me sentía más a gusto en el barrio ayudando a construir algo para abrir un camino o ir a tratar de ver cómo podíamos conseguir viviendas y mejorarlas. Nunca fui tímido, ni tuve miedo escénico, pero llegó un momento en que celebrar una misa era angustiante, no la sentía. Lo mío es el trabajo social desde otro lugar; pedí a mis superiores que me asignaran a una comunidad de mayor compromiso social, dijeron que no.
¿Esa decisión la charló con Dios?
Por supuesto, el santo cura de Ars decía que cuando miraba el sagrario todo el día, repetía: “Yo lo miro, él me mira, yo le hablo, él me habla”, esto es lo que siento y creo. Mi amor por la Iglesia está intacto, de hecho, cuando voy a Venezuela visito a mis compañeros que me formaron, sigo sintiendo el mismo afecto. Dios me quiere como soy, siempre lo he sentido cerca.
De amar a Dios desde la Iglesia, luego llegó el amor por una mujer argentina.
Hace 18 años por un chat de política conocí a mi esposa Claudia. Estuvimos 18 meses de novios por email, llamadas telefónicas, se fue dando, nos fuimos conociéndonos y queriendo. Hasta que un día le dije: “Mañana estoy en Argentina”. Siempre nuestras charlas terminaban en mañana nos vemos. No tenemos hijos, quisimos adoptar pero fue difícil, nos quedamos con el deseo pero la vida nos ha permitido encontrar muchos personas en el camino por los que sentimos que son hijos de la vida. Nos casamos el 31 de octubre del 2003. Recuerdo que en mi maleta llegué con mis 68 camisas mangas largas, 3000 dólares de la venta de una casa heredada que en esa época era una fortuna. Hicimos la fiesta de boda, fue todo a pulmón, la comida y las invitaciones las elaboramos a mano. Está pendiente casarse por la iglesia católica, por ahora sólo lo hicimos civil. Para mí es importante, pero ella no lo ve tan así, no quiero forzar situaciones.
¿Cómo nace Asoven?
En 1998 un grupo de venezolanos que hacía tiempo residían en la Argentina y de argentinos que habían vivido en Venezuela muchos años propusieron la creación oficial de la asociación. Se realizaron muchas reuniones y definieron los aspectos formales. El 8 de diciembre de 1999 fue constituida. Ese mismo año, la noche del 15 de diciembre, originado por las fuertes lluvias en Caracas y el Estado Vargas se produce el Deslave del Cerro El Ávila causando miles de muertos, desaparecidos y cuantiosos daños materiales. Asoven gestionó donaciones entre la pequeña comunidad venezolana y la sociedad argentina para su posterior envío a Venezuela marcando el carácter solidario de la institución.
¿Cómo se dio su vinculación?
Cuando llegué a la Argentina la asociación ayudaba a chicos venezolanos que recibían trasplantes, era un convenio entre los gobiernos. Realizaban la tarea de contención a las familias que hospedaban en la Fundación Argentina de Trasplante Hepático y me vinculé porque mi esposa los conocía y me habló de Asoven. Me fui involucrando y como presidente tuve una primera etapa del 2005 al 2008 y la segunda del 2016 al 2020. Antes fui miembro de comisión directiva, uno ocupa un lugar cuando hace falta y cuando no hace falta hay que entenderlo.
En mi mandato empujé el carro, los primeros años fue seguir el ritmo de la asociación y la verdad nos tocaron tiempos duros de la migración venezolana. Trabajamos en responder a esas necesidades, no sólo hablamos de la cultura como joropo y arepa, sino como derechos humanos. Tuvimos la suerte de contar con gente que ayudó mucho con su experiencia. Otto Arias, un compatriota que llegó hace 40 años, lo escuché mucho y es mi gran referente. Además no puedo dejar de mencionar a Magaly Mendoza, Marisela Sánchez y Juan Sarrafián, presidente de la Federación Argentina de Colectividades y director de Relaciones Interinstitucionales de la Comunidad Armenia.
Nos dimos cuenta que había que cambiar, que no sólo era que chicos venían para trasplantarse, era acompañar a gente que tenía muchas necesidades o que no tenían idea de cómo encontrar un trabajo, sacar un documento o un lugar donde vivir. En mi caso no vine escapando de la realidad venezolana, lo hice porque me casé con una argentina y había dos opciones: o ella con su padre y madre iban a Venezuela o yo venía para acá. No me equivoqué, lo más acertado es que viniese porque en este momento estaríamos viendo cómo salir de allá.
¿El haber sido sacerdote fue un plus para ayudar a salir adelante a sus compatriotas?
Una socia comentó que por eso se me hacía más rápido encontrar soluciones. Todo nuestro trabajo lo hacemos y hacíamos en grupo, las cosas funcionan porque todos ponemos el hombro. Algo lindo que tiene Asoven es que siempre está en proceso de búsqueda y transformación. Hemos buscado la manera de hacer las cosas bien, sabemos que estamos lográndolo. En mis mandatos fui exigente porque me vi obligado. Lo más lindo es ver a la gente feliz cuando le damos ropa de invierno, un abrazo o que los escuchen. Ahí nació el espacio de contención emocional. Mandamos muchos medicamentos a Venezuela con la gente que viajaba y lamentablemente en el 2017 cortamos con el envío porque no viajaba nadie y era más difícil. La última vez que fui llevé 11 kilos de medicamentos.
¿El espacio de contención es como ese confesionario emocional de la gente?
Se creó hace cuatro años y es ese acompañar a venezolanos y venezolanas que transitan el proceso migratorio, aportamos herramientas, información, orientación para facilitar su adaptación a este país. Además se crean redes tanto personales como institucionales. Todos los meses se llevan a cabo charlas y actividades de interés para la comunidad migrante. Promueve valores tales como la solidaridad, empatía y responsabilidad social. Entendemos la necesidad de salud mental que requieren mis compatriotas. Comprender los duelos complejos que se desarrollan en la situación de desarraigo forzado, pérdidas materiales, familiares, para poder entender a diferentes perfiles.
Recibimos y donamos medicamentos, ropa, útiles escolares, juguetes, utensilios para el hogar, colchones en buen estado y todo lo que el venezolano requiera, lo que la gente muy generosa y solidaria esté dispuesta a ayudar. Hemos tenido el apoyo de la Parroquia Nuestra Señora de la Guadalupe, nos ceden sitios para nuestros eventos como Racing, la OIM, ACNUR, y muchas otras colectividades.
¿Cómo transitó el desarraigo?
Lo viví con naturalidad, a mí no me costó salir de mi país, estaba acostumbrado a estar fuera y a moverme de un sitio a otro. Hoy creo que me costaría mucho porque eché raíces, no puedo negar que en algún momento extrañé a la familia pero no la tierra. Argentina para mí significa el lugar donde volví a nacer, donde pude pensar en proyectos propios, hacer y seguir haciendo lo que me gusta que es trabajar por y para la gente desde mi rol de laico. Este país es todo, no concibo vivir en Venezuela ni en otro lugar.
¿Arepas o facturas?
Las dos, no tengo ningún problema cuál es primero o cuál después, sí puedo con las dos a la vez, mejor
Con el paso del tiempo, ¿gusta más del joropo o del tango?
No soy el Messi del joropo, y con el tango perdí por goleada, sentí que necesitaba casi hacer equilibrio.
Dejó el sacerdocio, se convirtió en un laico comprometido ¿Cuál es su compromiso personal?
Mi proyecto es ser feliz y eso viene del evangelio, Dios nos creó para que fuésemos felices y quiero serlo dando la mano al otro, siempre viéndolo como alguien que no está más abajo, si no como alguien que está al lado mío y puedo caminar, porque por ahí dicen que uno solo puede llegar lejos a un lugar pero acompañado es mucho más fácil; en mi caso, con mi familia, mi mujer, con la gente que quiero que es la que elegí como familia ahora y con la que pueda acompañar.
Mil gracias Optimism.com.ar por la nota y a Alexandra Barreto por generar la confianza para contar lo que siento y creo.
Muy linda nota !!!!!
Un gracioso ser humano Vicenzo y Alexandra hermosa nota felicidades para los dos