Dorothy Hoffner, nacida en 1918, había sobrevivido a las pandemias de gripe española y COVID, así como a su primer intento de paracaidismo a la edad de 100 años.
Eso podría explicar lo que pasaba por su mente antes de su segundo salto, mientras se preparaba para un descenso de casi 3000 metros. “¿Qué vamos a cenar?”, recuerda haber pensado.
Hoffner, ahora de 104 años, había decidido en primavera recuperar la sensación de planear en el aire, flotando, con su pelo ondulado azotado por el viento. Así que el domingo recogieron a Hoffner en su residencia en el centro para personas mayores Brookdale Lake View de Chicago y la llevaron a la sede de Skydive Chicago. Allí dejó su bastón antes de abordar una avioneta.
¿Estaba nerviosa? “No”, respondió el lunes en una entrevista. ¿Era consciente de que quizá batiría el récord Guinness de la persona más vieja del mundo en saltar en paracaídas? “No tenía ni idea”.
Atada a un instructor, Hoffner saltó del avión, se empapó de las vistas de riachuelos y parcelas cuadradas de tierra, e hizo historia al aterrizar en Ottawa, Illinois; describió el descenso como “maravilloso” ante una pequeña multitud que se había reunido para felicitarla.
Su salto captó con rapidez la atención nacional, y los periodistas la llamaron durante todo el domingo y el lunes. “El descenso es muy suave”, declaró a The Chicago Tribune. “Bonito, tranquilo”, dijo en una cadena de televisión local, ABC 7.
El lunes por la noche, sin embargo, Hoffner comentó que estaba muy desconcertada de que la gente estuviera tan interesada. “Solo les importa mi edad”, afirmó. Todo el mundo parecía muy impresionado, añadió, cuando en realidad lo único que hizo fue sujetarse a un experto y dejarlo hacer todo el trabajo.
Hoffner no es, por supuesto, la primera persona que se lanza en paracaídas a una edad avanzada. En 2014, el expresidente George H. W. Bush celebró su cumpleaños 90 saltando desde un helicóptero sobre Kennebunkport, Maine. La anterior poseedora del récord tenía 103 años.
Aun así, todo el mundo quería saber por qué lo había hecho Hoffner. Seguro que había alguna explicación existencial, alguna frase de sabiduría al estilo “carpe diem” que impartir o una misión que cumplir.
Hoffner no parece ansiosa por impartir lecciones de vida y no transmite precisamente vibras temerarias en sus conversaciones. Le dan miedo las serpientes. Le encanta ver repeticiones de “M*A*S*H”. Cuando le preguntan si de pequeña le gustaban las emociones fuertes, responde “la verdad es que no”.Nació el 17 de diciembre de 1918 en Chicago, justo después de terminar la Primera Guerra Mundial y cuando una pandemia de gripe asolaba el mundo. Creció pobre, no pudo pagarse la universidad y trabajó para Illinois Bell, una compañía telefónica que más tarde pasó a formar parte de AT&T.
Hoffner dice que nunca se casó ni tuvo hijos, lo que le dio más libertad. Y con esa libertad, dice, llegaron abundantes aventuras: viajes a México, donde ella y una amiga viajaban en autobús a pueblos polvorientos o con playa; viajes de fin de semana por todo el país, a bordo de su Dodge Coronet azul; y paseos en barco por el río Danubio en Alemania.
“Es la invitada perfecta para cenar porque tiene historias interesantes”, aseguró Joe Conant, de 62 años, un enfermero que conoció a Hoffner en 2018 en el centro para adultos mayores. Había sido cuidador de una amiga de Hoffner y quedó impresionado por su calidez y curiosidad.
El día que se conocieron, Hoffner oyó que Conant le preguntó a alguien qué se serviría en la cena. “El último domingo de cada mes, no hay cena aquí en Brookdale; hacemos un almuerzo dominical”, recordó que dijo Hoffner aquel día. “Y ustedes dos se sentarán conmigo en mi mesa”. Surgió una amistad. Él la visitaba una vez a la semana y pronto Hoffner empezó a referirse a Conant como su nieto. También se lanzó del paracaídas con Hoffner el domingo.
Llegar a un siglo de vida, dice Hoffner, a menudo significa vivir la muerte de los seres más queridos. Aun así, siempre surgen nuevas amistades, aseguró, y ella encontró eso en Conant. En 2019, él le mencionó a Hoffner durante la cena que iba a hacer paracaidismo.
“Eso suena muy interesante”, le dijo ella. “Creo que quiero hacer eso”. Conant relató que lo tomó “totalmente desprevenido, pero ella hablaba muy en serio”. Ese mismo año hicieron paracaidismo y a Hoffner “le encantó”.
Derek Baxter, el instructor de Skydive Chicago que saltó con Hoffner, mencionó el lunes que quería asegurarse de que ella pudiera levantar las piernas durante el aterrizaje. “Lo hizo mucho mejor que la mayoría de la gente”, señaló Baxter, cuyo descenso con Hoffner el domingo fue el salto número 10.402 de su carrera.
En el descenso, Hoffner “gritó todo lo que quería”, relató. El video del salto muestra a Hoffner mirando a su alrededor con los ojos muy abiertos bajo las gafas y su suéter color azul cielo que ondeaba mientras descendía en el paracaídas, al parecer relajada. (Más tarde se lamentó de que se le había olvidado rezar antes del descenso).
Cuando aterrizó, y empezaron a llegar las preguntas sobre cómo había sido el descenso, Hoffner dijo haber respondido algo como: “Simplemente me sentí cómoda allí arriba”. Estaba más preocupada por otra cuestión: el lugar de la cena.
El domingo por la tarde, Hoffner ya tenía la respuesta: la cervecería Tangled Roots en Ottawa. Era la hora de su segundo mejor capricho del día: un especial de ensalada de pollo.
FUENTE INFOBAE